La vida cotidiana en la novela policiaca
A la escritora gallega Mercedes Castro, de 34 años, le ponen los nervios de punta las policías de buen ver de muchas novelas y series de televisión estadounidenses. "Piensas, ¿dónde vas con los tacones detrás del caco? O esas uñas largas que me llevan las de CSI cuando examinan las pruebas... Es incoherente como mujer. Yo hago la compra, pongo una lavadora, llevo zapatos cómodos para patear Madrid y ellas deberían también", razona. Así que en las páginas de Y punto. (Alfaguara), su ópera prima, la deslenguada e inestable subinspectora Clara Deza, la protagonista, se da de cabezazos cuando se le descongelan los envasados por haberse olvidado las llaves de casa, o esconde a su marido su mayor temor: tener un tumor en el pecho. Vamos, los problemas y rutinas de cualquier mortal.
Castro ha añadido a última hora unas dosis de venganza laboral colectiva tras sufrir una traumática experiencia
Clara intenta abrirse un hueco en una comisaría machista y altanera -al menos encuentra el remanso en brazos de su burgués y comprensivo marido- mientras investiga su primer homicidio: el de un confidente yonqui. "Soy la jodida madre superiora en un internado masculino, la profesora de ética en un aula de pandilleros, la mordaza, la censura (...) Ésa soy yo, la que molesta. La oveja negra", se dice para sus adentros Clara amargada.
Una historia negra a la que Castro, editora, ha añadido a última hora unas dosis de venganza laboral colectiva tras sufrir una traumática experiencia en la que prefiere no entrar. "Por mí y por todas mis compañeras, como en el escondite". "No soy una persona vengativa. Tengo la ironía gallega. Hay dos o tres alusiones bien hermosas y espero que, al menos en el entorno del aludido, se sepa que es él o ella", precisa maliciosa. Un "pataleo" que ha canalizado con una prosa cargada de humor, con anécdotas reales y nombres que recuerdan a más de uno.
"Quería a una mujer joven en un mundo de hombres. Una mujer con celulitis, que tuviera el punto de vista femenino. Terminar con el estereotipo de la policía marimacho y con tacones. Porque muchas mujeres que trabajan en un mundo masculino se masculinizan por supervivencia. Creo, y es una reivindicación mía, que la sociedad en la que vivimos es cada vez más inhumana, borde. El fuerte pisa al débil, se falta al respeto. Y quería que ella lo viese y le minase que se cometan abusos a todas horas", explica la escritora, autora de una antología de Rosalía de Castro, una edición crítica de Benito Pérez Galdós, un poemario y cuentos infantiles.
Además, deseaba que su heroína tuviese un trabajo "que le permitiera llegar a muchas facetas de la sociedad y de la vida de alguien. Que entrase en apartamentos de lujo y en chabolas". Y a eso, piensa, sólo acceden los policías, los médicos o los periodistas. "Y Clara tenía que ser muy ingenua frente a sus compañeros muy maleados, con la sensibilidad de pensar que detrás del cadáver había una vida". Una subinspectora que con su voz interior desvela sin tapujos las dudas que le asaltan. Porque los héroes pueden sufrir bajones. Adiós a los clichés.
Conoce a los autores de novela negra españoles y piensa acudir a los encuentros de Barcelona y Gijón, pero no se atreve a considerar su libro como eminentemente policiaco. "Lo que quería es hacer un personaje muy coherente. Que pensase mucho y que la parte más personal de su vida, su relación con sus compañeros, con su familia, estuviese clara. Y para hacer todo esto he tenido que dotarle de un marido, una suegra y un gato. Quiero que sea real, pero no para que sea coherente con la trama negra sino como personaje".
Nerviosa y habladora, la suya parece la historia de un sueño americano aunque ella prefiere explicarlo con una palabra: suicidio. Riéndose, se compara con los llorosos finalistas de Operación Triunfo tras ser seleccionados entre miles de aspirantes. Castro no quiso valerse de sus contactos de trabajo para que Y punto. se publicase. Y pasó todas las cribas. "Prefería pasar por el viacrucis, que la valorasen con objetividad". En su último año de Derecho, ya en Madrid, nació el germen de Y punto., a la que ha dedicado dos horas diarias durante nueve años. Un volumen de 628 páginas no sale de un plumazo. Una vez terminado, hizo cinco copias y las mandó a las cinco editoriales de sus sueños. A los tres meses perdió las esperanzas y, de repente, en el plazo de 20 días le respondieron tres de los cinco sellos. La noticia le pareció un milagro. Ella, durante sus años de editora, tan sólo había conseguido publicar el libro de un desconocido, "espontáneo" como dice la novelista.
Por dos veces suena su móvil en esta entrevista en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Solicitan su presencia en Sevilla y Barcelona y confiesa sentirse como una niña con zapatos nuevos. Nueve años de trabajo merecen que se eche el resto en la promoción y a ello se entrega en cuerpo y alma mientras cuida a su hija pequeña. Buscar un nuevo trabajo puede esperar.
Con cierto remordimiento reconoce que ha hecho todo lo contrario a lo que ella recomendaba hacer a los escritores con los que trabajaba: se ha pasado por alto la extensión y no ha abordado ningún tema de moda: "Yo les echaba broncas: '¡Dios, esmérate! Y no lo digo por la pasta que te pagan, ni los árboles que van a talar para que el libro llegue a la calle, sino por el tiempo que le estás pidiendo al lector".
Un texto tan largo requería una gran organización y la autora gallega echó mano de una libreta en la que apuntaba las fechas. Tenía muy claro el principio, y cuando le quedaban algo más de cien páginas para el desenlace, escribió en una tarde el final y después rebobinó la trama. "Me gusta meterme en estos jardines y salir de ellos. De la misma manera que me marco un capítulo con muchas palabras que terminan en 'l' porque es un rollito mío. Me digo: '¡A ver si soy capaz!'. He sido muy egoísta".
Rollitos como incluir las canciones y citas que Clara tiene en su cabeza. "Los pensamientos tienen su ritmo con sus puntos, comas e incluso a veces parecen que riman. En las correcciones me decían que cambiase tal palabra y yo decía: 'No, porque si no se va la musiquilla que tiene en la cabeza'. Uno es uno con su bagaje, con las películas que ve aunque no diga el título". Caprichosa, se ha permitido integrar historias que cortan la trama pero que le apetecía meter, y lo ha pasado en grande.
"Como es una primera novela tampoco tenía un público al que defraudar o encantar. Sé que es personal y que cabalga en distintos géneros y puede resultar atípica. Es negra, intimista, femenina, introspectiva y con una parte muy importante de crónica social, que siempre ha sido un elemento presente en la novela negra. No pensé que fuese conocida en el mercado, y además anima el mercado ese punto de originalidad". Castro, que ha publicado relatos en volúmenes colectivos, no es muy amiga de las categorías: "El lector lee libros que le apetece leer y punto. Antes se colocaban por colecciones, por género, y eso cada vez ocurre menos. De hecho, hay editoriales que están renunciando a la imagen de sus colecciones. El mestizaje favorece la creación literaria". No es la única. El negro se está mezclando con el cómic, la novela histórica o la ciencia-ficción. Apenas existe el policiaco puro.
A diferencia de Montalbano o Carvalho, no parece que Clara vaya a tener otra ocasión de lucimiento. "Lleva 600 páginas para ella sola que ya es mucho. Estoy escribiendo una novela sobre una villana para desengrasar. Quizá retome algún personaje, pero no necesariamente Clara. Hay muchos policías en esta novela muy atractivos".
No sabe cómo saldrá, lo que sí tiene claro es que no estará nueve años escribiendo el libro. "Tengo ya una hipoteca que pagar, la niña está parida... Mal tiene que darse para que tarde tanto".
Y punto.Mercedes Castro. Alfaguara. Madrid, 2008. 628 páginas. 19,50 euros.
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