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Reportaje:ESCRITORES DE PERFIL

Álvaro Pombo dicta plurales

Hace bastantes años estaba gordo y, entre risotadas muy del septentrión, presumía o se le sentía arisco. Álvaro Pombo (Santander, 1939), era como el oso de Favila que (pues había pasado no pocos años, dizque estrechos, en Londres) había adoptado los dickensianos aires de un doctor Picwick, entre sabio excéntrico y distraído. Por entonces dio en el Ateneo de Madrid una desternillante conferencia sobre "joven poesía", asunto que al menos en los pasados años ochenta le interesaba. No recuerdo, la verdad, qué dijo. Pero pocas veces me he reído tanto viendo a aquel hombre glosar un poema mío caminando por el escenario, mientras buscaba citas eruditas en los diversos y mil libros que había esparcido, en desorden, sobre la mesa de conferenciante que no llegó a usar, entre zancadas, paseos, momos y sesudísimas frases inconexas para versos (probablemente) más ligeros...

No fue el primer gay en la Academia, pero sí el primero en salir del armario como académico electo e investido

Habíamos hecho televisión -también por entonces- y Pombo y un servidor nos volvimos fugazmente famosos por nuestros encuentros y desencuentros verbales, eruditos quizá, pero en vis cómica. Álvaro sacaba mi lado histrión (que no es difícil) porque a él se le da de perillas el teatro, que no es más que sentirse personaje propio. Poeta casi secreto, articulista de ocasión (dice que escribir un artículo le lleva tanto casi como una novela), Pombo es un gran novelista que tiene sueños de filósofo. Se diría -al oírle, no al leerlo- que su prosa quiere ser cartesiana y hegeliana y kantiana a un tiempo, si es que ello fuera posible. Pero por fortuna (creo) resulta que no, y su prosa queda en bellamente sinuosa y rica, a caballo entre la oralidad popular o culta y las digresiones sofistas o sabias. Más literatura que filosofía, evidentemente. El prosista Pombo es bien real, el Pombo filósofo es sólo un proyecto platónico y un más aristotélico personaje que acciona y se divierte, en honda pose, ante el público. Pero ahora dicta -como Cicerón- y es más simpático.

Álvaro tiene un excelente oído para la dicción coloquial, y singularmente para entrar en el corazón verbal de las señoras de su casa, vulgo "marujas", y de algunas otras si no más listas, más cultas. Es cierto y bueno el Pombo de Donde las mujeres (y acaso también de La fortuna de Matilda Turpin) si se piensa en el otro Pombo, el de Los delitos insignificantes o la más importante Contra natura, esto es, el Pombo homoerótico. Que fue no el primer gay en la Academia (obviamente, tan nutrida) pero sí en salir públicamente del armario como académico electo e investido. En suma, el primer respetable académico que posee en sus vitrinas el torso viril del Premio Shangay. Dos Pombos muy verdaderos. Como lo es el católico heterodoxo que quiere seguir en el unamuniano agonismo de su religión, y también en disentir heterodoxamente del matrimonio gay (no de la igualdad de derechos) porque lo homosexual debe ser "otra cosa", y porque a lo peor, con el aburguesamiento del connubio le quitamos la siempre sana espoleta que conllevó la "raza de los acusados".

Quizá por todo ello sea fecundo

(y no sólo happening social) el histrionismo de Pombo. Quien siente dentro de sí no sólo tanta sed de heterodoxia sino -y acaso sea lo mismo- tanto afán de expresarla, es un yo muy plural, es decir, "un ego actoral", si se acepta la fórmula. Así es que el católico que está en franco desacuerdo con la rancia Conferencia Episcopal Española, y el homosexual antipromiscuo que se deleita en las galas sexuales, no es distinto -sino que anda muy prieto- con el amante de la filosofía que añora a Kant y hasta a Zubiri, pero que no sólo se deleita subrayando a Wittgenstein, sino escuchando las tertulias de las amas de casa de su barrio, y paladeando ese alma femenina, tan suya, que dicen -y debe ser verdad- tanto y tan malamente se nos escapa a los hombres. Pombo castizo y gay, cristiano y casi vikingo, intelectual y callejero, casto y sensualísimo, ¿cómo habría de expresarse sino es en plural teatro? De ahí lo mejor del novelista y lo mejor de este caballero -desde hace años mucho más delgado- que juega a sabio, a poeta y a corazón lunar, vital y muy (pero que muy) esperanzado. Dijo San Agustín: "Es bueno que existan herejes".

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