El samurái de la Puerta del Sol
Un tokiota que se instaló en Madrid en 1970 por "el clima, la comida y las chicas guapas" ha enseñado a más de 20.000 alumnos una filosofía de vida
Un madrileño atípico: habla bajo, no se altera en los atascos y ni siquiera piensa en jubilarse con 68 años cumplidos. Un madrileño tan atípico que nació en Tokio: Yosuke Yamashita, maestro de kárate.
Un hombre menudo que pasaría por otro turista japonés -aunque algo raro: no lleva cámara de fotos- avanza por la calle de Echegaray. A la altura del número 8, tira de llave y abre un templo. Es su dojo (gimnasio). Escaleras abajo aparece la meca de la escuela Goju Ryu, una de las principales corrientes del kárate basada en la importancia de la respiración.
"Sol, buena comida y chicas guapas". Yamashita dice que ésas fueron las razones para afincarse en Madrid en 1970. Vino desde Düsseldorf ("qué triste, mal tiempo"), dónde daba clase de kárate. Le prometió a su padre que sólo permanecería dos años en España. Y han pasado 39. En este tiempo, 20.000 alumnos han compartido tatami con él. Uno de ellos se llama Juan Carlos de Borbón y entonces ejercía como príncipe de España. "Le enseñé respiración. Buen alumno. Alto, fuerte, tenía lesión de cadera".
A los 68 años, es uno de los 30 novenos dan que hay en el mundo
"Al Rey le enseñé respiración. Era buen alumno, tenía una lesión"
Yamashita sólo ha golpeado tres veces fuera del 'tatami', a tres 'tironeros'
El maestro aplaude que se enseñe este arte marcial a las maltratadas
Yamashita forma parte de la élite de este arte marcial: es noveno dan. ¿Cuántos hay con este rango en el mundo? "Treinta", responde como si la cosa fuera tan poco con él como los artículos gramaticales, que suele omitir. Sus alumnos -más bien discípulos- le llaman sensei (maestro) y le consideran "un samurái". Él les inculca un arte marcial, el kárate-do, que viene a ser el camino de la mano vacía. "Una filosofía de vida, un camino a la tranquilidad", en palabras de Yamashita.
Tranquilidad, la palabra talismán. La antítesis de la agresividad, un sambenito que acompaña al kárate pese a ser una disciplina basada en la defensa, no en el ataque. La respiración es la herramienta que permite controlar la fuerza y lograr esa calma vestida de sangre fría.
En el tatami de la calle de Echegaray, los movimientos rápidos hacen sonar la tela de los quimonos (karategis). Suenan gritos, son descargas de energía. También suenan las respiraciones. Los movimientos rápidos de Yamashita desmienten su edad. Andar por la sesentena larga le ha llevado a trabajar cada vez más "la concentración".
Al maestro no le gustan los matones. En su dojo enseña disciplina y respeto. Aplaude las iniciativas de enseñar kárate a las mujeres maltratadas para que puedan defenderse. Él sólo ha golpeado tres veces fuera del tatami, a otros tantos tironeros que acababan de robar bolsos en las inmediaciones del gimnasio.
Yamashita lamenta que la ciudad haya ganado agresividad y contaminación, algo que considera un problema planetario. Tampoco le gusta la abundancia de comportamientos violentos en las pantallas de televisión, aunque le encantaban las películas de Kung-fu y Bruce Lee -"gimnasio se llenaba", dice- . No entiende el botellón, ni los gritos callejeros de los borrachos. "No puede ser. Tiene que haber respeto. Falta en todo el mundo", asegura.
El karateka va más allá del deporte. Desde hace años preside la Asociación de la Comunidad Japonesa en Madrid. De los 2.500 miembros de la colonia, 800 son miembros, explica. La presencia nipona ha ido a la baja. Hace 15 años había 140 empresas con representación en Madrid. Ahora quedan 40. La culpa es de la crisis que sacudió el país del sol naciente a mediados de los noventa. Yamashita pone un botón de muestra: en 1995 el Colegio Japonés tenía 150 alumnos y ahora sólo se sientan en sus pupitres 18.
En cambio, Japón es un país de moda en Madrid, al menos en la faceta gastronómica: sushis, tempuras y sashimis por doquier. "Será porque es una comida con menos colesterol, más ligera", deja caer el maestro, aficionado al picadillo de cerdo. Frente a su gimnasio hay dos restaurantes japoneses. Y es que la calle de Echegaray, en homenaje a un premio Nobel, es muy nipona. Yamashita lo toma con la misma naturalidad con la que aporta el dato: en Tokio, la ciudad donde él vino al mundo en 1940, existen "200 academias de flamenco".
A punto de cumplir cuatro décadas como madrileño, Yamashita dice que nunca ha sentido racismo o xenofobia. Le han llamado "chinito" algunas veces, pero de forma "amable". Ahora vive "con el corazón partido" la elección de sede para los Juegos Olímpicos de 2016 en octubre. A fin de cuentas, Tokio es rival de la Villa y Corte, entre otras. Quizá él tenga ya la corazonada. Sigue alabando de Madrid el sol, la buena comida y las chicas guapas. Cuarenta años después.
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