Virtuosos de guante blanco
Un chascarrillo malicioso atrapado al vuelo en el patio de butacas: "Solo hay algo con más peligro que un virtuoso. Dos virtuosos". Tanto el guitarrista bonaerense Fernando Egozcue como el violinista armenio-libanés Ara Malikian lo son, sin duda, pero podemos distender los músculos y entregarnos al solaz de cuerpo entero. Pese a la complejidad técnica de este repertorio -comenzando por ese chorreo inaugural de semifusas, creo, con el que nos quedaríamos sin tinta en la impresora- no hay afán exhibicionista, sino lúdico, emocionante. Despréndanse de cualquier atisbo de recelo: no hace falta haber pisado ningún conservatorio para disfrutar, mucho, con el torrente de vértigos y melodías que encarnan estos dos caballeros.
Estos dos caballeros encarnan un torrente de vértigos y melodías
Ara y Fernando constituyen una rareza deliciosa en el horizonte de esta ciudad, la inopinada intersección de dos geografías lejanas que confluyen en la meseta con esa capacidad para laminar distancias para la que la música aún resulta más prodigiosa que las redes sociales. Ana Botella se quedaría con ganas de multarlos si se los encontrara por la calle pero, por fortuna, el mágico sortilegio de Egozcue y Malikian ya no es solo un secreto para iniciados. Más de 1.300 personas los aplaudieron anoche en el Teatro Coliseum, ahora Arteria Coliseum.
Egozcue, autor de todas las partituras, toca con elegancia angelical y eleva su guitarra hasta la verticalidad, pero asume un papel modoso en comparación con Malikian, puro espectáculo y teatralidad desde los pies al último de sus muchos rizos. Aparece con la camisa por fuera y unos pantalones rojos de explorador, un aspecto tan desenfadado que no sabemos si viene de pasar el día en la comuna o en una acampada serrana. Pero da siempre la sensación de poder tocar sin esfuerzo cualquier diablura que alguna mente calenturienta -llámese Paganini, Sarasate o, claro, Egozcue- acierte a verter sobre un pentagrama.
Entre el acento guiri y su socarronería, Malikian se erige, además, en un orador tronchante. Pero el verdadero encanto de este hombre radica en que huye siempre de la sacralización. "Vamos a tocar uno de nuestros nuevos temas. Los clásicos dirían que se trata de un estreno mundial", se guaseó antes de interpretar Cuidado con el perro, magnífico exponente del segundo álbum del quinteto (Con los ojos cerrados, publicado esta misma semana). Un tema delicioso desde su prolongada introducción pianística, en la que Moisés Sánchez no se quedó muy lejos de Keith Jarrett.
El guitarrista porteño sigue abonado a las coordenadas estilísticas que ya cultivó en Ensamble Nuevo Tango: la argentinidad revolucionaria de Piazzolla y el jazz melódico contemporáneo de Pat Metheny o, mejor aún, Ralph Towner con Oregon. Recurre a numerosos compases quebrados y frases lo bastante endiabladas como para que Ara siga maltratando su arco sin piedad. Pero también es capaz de sosegarse en Saudade o aportar en El boteyazo (las composiciones, definitivamente, son muy superiores a sus títulos) un motivo central escueto y bellísimo. A la postre, estos virtuosos de guante blanco invitan a abrir bien los oídos y dejarse embaucar. Las ovaciones demostraban anoche que la aventura merece la pena.
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