La Reina agoniza
Queen, en su versión más anodina, llena el Palacio de Deportes
Resulta triste ver a la gente envejecer. Pero lo más triste es cuando se envejece mal y con poca dignidad. Lo de ayer no fue cuestión de edad. Aunque los tres protagonistas de anoche en el Palacio de Deportes no rebasasen los 65 años, luzcan buen tipín y suenen como una buena banda de rock, que aquello compute como concierto de Queen resulta cuando menos una bufonada.
Situémonos. Tras las lágrimas por la muerte de Freddie Mercury, cantante, líder e ideólogo de Queen, dos de los supervivientes de la banda, Brian May y Roger Taylor, se propusieron resucitar al grupo. Paul Rodgers, el hábil y musculoso (de voz y cuerpo) cantante de Free y Bad Company fue el elegido. Una extraña elección: el macho-man Rodgers es lo más antagónico al irónico, divertido y excéntrico Freddie. Nadie salió muy convencido de aquel invento, pero ellos insistieron. Tanto que, tras una extraña pero justificable gira en 2005 (ahí debió quedar la cosa), el grupo ha publicado este año nuevo disco, el fofo e insustancial The cosmos rocks. Y, por tanto, gira mundial.
"Como Freddie no hay nadie", afirmaba un seguidor de la banda
Con estas credenciales se presentó ayer el que fuese uno de los mejores grupos de la historia del rock, reconvertido ahora en una banda tributo haciendo versiones de Queen.
Sí, sonaron bien. Y fue relativamente emocionante volver a escuchar canciones como I want to break free, A kind of magic, Fat bottomed girls, The show must go on, Tie your mother down, incluso Las palabras de amor -un tema escondido en su discografía y medio cantado en castellano-, pero cualquier parecido con Queen era mera casualidad. Tan poco atractivo como una ensalada sin aliñar. ¿Por qué no ponen otro nombre a esta banda? ¿Realmente necesitan tres grandes músicos tirar del nombre de Queen para sobrevivir?
"¿Quieren cantar conmigo para Freddie?", dijo Brian May en castellano, solo en medio del escenario, a la mitad del concierto. Y claro, tocó la fibra sensible de las algo más de 15.000 personas que llenaron el Palacio de Deportes antes de interpretar Love of my life, que sonó ficticio, poco sincero.
Pese a todo, anoche hubo lleno. Y la opinión era generalizada: "Como Freddie no hay nadie", afirmaba Juan Ignacio Sagardoy, de 51 años, con una bandera de Mercury al hombro, que, junto a su hijo Jehú, había venido desde Ceuta sólo para este concierto. "Es como una religión. Las comparaciones son odiosas", decía. "Pero mejor esto que nada".
Con el mismo ánimo se acercaban Félix y Marta al concierto. Dos profesores de historia de treinta y pocos con unas chaquetas de cuero como recién salidos de Matrix: "¿Dinero? No creo que sea una cuestión de dinero. No lo necesitan. Pero mola verlos", aseguraba ella. "Hay veces que cierras los ojos y parece que es Freddie el que canta". Para eso ayer hacía falta mucha imaginación.
El concierto, que duró dos horas y cuarto, osciló entre momentos prescindibles, a ratos aburrido (¿era necesario ese solo de batería y esas incursiones en los temas nuevos?), especiales (la melenaza de Brian May, las palmas en Radio ga ga y las imágenes de Freddie en la pantalla, que siempre son efectivas) e injustos (el público simplemente ignoró el tema que se marcaron de Bad Company). Menos mal que parte del Bohemian rapshody lo cantó Freddie por pantalla.
John Deacon, el bajista original de Queen, que no se ha prestado a semejante esperpento, fue el gran vencedor de la noche.
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