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"Preferiría haber muerto yo"

El director de un geriátrico de Ciempozuelos asume la culpa por la muerte de dos ancianos a los que dejó olvidados 10 horas en el interior de una furgoneta

Juan Diego Quesada

En una capilla, rodeado de cuadros de Cristo martirizado y con un cáliz y una cruz modernista de fondo, apareció Luis Miguel Aranda totalmente destrozado: "Preferiría haber muerto yo". El director del geriátrico Virgen del Consuelo, en Ciempozuelos, un pueblo situado en el sur de Madrid, admitió toda la culpa por la muerte de dos ancianos a los que olvidó el sábado en el interior de una furgoneta durante uno de sus traslados.

Aranda, acusado de dos delitos de homicidio imprudente, señaló que todo "ocurrió de la forma más estúpida posible". Ese día, el de su 47 cumpleaños, salió sobre las 8.15 a recoger casa por casa a los ancianos que pasan el día en su residencia. Calcula que regresó sobre las diez de la mañana. Al llegar a la puerta del centro sacó primero, como es habitual, a los que pueden andar por su propio pie. Dentro de la furgoneta dejó a Jerónimo Carnero, un agricultor de 87 años, y a Amancio, un hombre de 83 y origen gallego. Las sillas de ruedas de ambos, con demencia senil, permanecían ancladas en el vehículo.

Aranda ha sido acusado de dos delitos de homicidio imprudente
Nadie se dio cuenta de que los abuelos estaban ahí tras los cristales tintados
Las asociaciones de enfermos de salud mental califican el hecho de barbaridad
Señalan que la crisis ha agravado el déficit de recursos humanos
El gerente enseñó el libro de reclamaciones impoluto
La juez le llamará a declarar cuando reciba el resultado de la autopsia
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Al dejar al resto de ancianos, se encaminó rumbo a la furgoneta pero por el camino se distrajo. No recuerda muy bien cómo: "Fue con una llamada de teléfono, una conversación con la encargada o una charla con una familiar de otro anciano", relató en la capilla de la residencia, acompañado por sus dos hijas y su hermano, también socio del negocio. El caso es que se olvidó y no regresó a la furgoneta hasta las ocho de la tarde, cuando debía devolver a los ancianos a sus casas.

¿Qué pasó en esas horas? ¿Por qué ningún empleado del centro se percató? Aranda lo intentó explicar: "Hay abuelos que no asisten a diario. A veces vienen y otras veces no". Da pie a pensar que los trabajadores creyesen que ese sábado no se presentaron los dos ancianos. Nadie los echó de menos.

Al regresar a la furgoneta, de la marca Mercedes y de color verde, se encontró a Jerónimo y a Amancio "como si estuviesen durmiendo". Nadie se dio cuenta de que estaban ahí, tras los cristales tintados. Nadie los escuchó ni gritar ni golpear las lunas de la furgoneta. "Me los subí de inmediato a una habitación e intenté reanimarlos. Me di cuenta de que no podía hacer nada. Llamé a sus familiares y después a la Guardia Civil". Los ancianos, según Aranda, debieron permanecer atrapados entre 10 y 12 horas. Los resultados de las autopsias determinarán las causas exactas de las muertes."Me da igual ir a la cárcel", continuó el gerente, "lo que en realidad me martiriza es la muerte de estos dos abuelos. Es una pesadilla que voy a arrastrar siempre". Con Jerónimo, un hombre de toda la vida de Ciempozuelos, mantenía una relación cercana. Recuerda que hace poco, durante las fiestas del pueblo, lo paseó vestido de cowboy, con un gorro y una estrella al pecho. "Éramos buenos amigos. Lo quería mucho". De hecho, su hija y la nieta de Jerónimo son amigas. Una le recomendó a la otra no asistir al funeral del octogenario.

La Guardia Civil detuvo el sábado a Aranda, que pasó la madrugada del domingo en el calabozo. La titular del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Valdemoro abrió diligencias para esclarecer los hechos. La Policía Judicial, por su parte, dijo que el encargado de la residencia había sido puesto en libertad porque había reconocido su culpabilidad a la primera, tenía arraigo en Ciempozuelos y, por tanto, no había riesgo de fuga. La juez está a la espera del atestado policial y los resultados forenses. Cuando los reciba, lo llamará a declarar. El delito de homicidio imprudente se castiga con penas de uno a cuatro años de prisión.

El cadáver de Amancio fue trasladado a Lugo, donde será enterrado hoy. Los restos de Jerónimo se quedaron en el pueblo y fueron inhumados ayer en el cementerio de la localidad. Los vecinos de Ciempozuelos no daban crédito a lo que había ocurrido. "Ha sido fruto de un descuido, porque este es un centro que siempre ha funcionado bien y nunca ha habido malos tratos o malos cuidados", señalaba una vecina de la misma avenida que la residencia, la de los Toreros. "Lo están pasando (los dueños del geriátrico) tan mal como la familia de los difuntos", agregó.

El sábado, según recuerda el gerente de la residencia, hacía unos 23 grados de temperatura. "No hacía mucho calor", explica. Justo en la acera donde dejó la furgoneta da la sombra por la mañana y por la tarde el sol hasta que se oculta. "Cuando llegué al vehículo, abrí la puerta y me los encontré como si estuviesen durmiendo. Me da la sensación de que murieron asfixiados, que se murieron por la falta de oxígeno, pero a ver qué dice el forense en la autopsia", afirmó. "Ninguno de los dos fallecidos, no obstante, tomaban ninguna medicina que fuese imprescindible para la vida", prosiguió. El director de la residencia por si acaso ha facilitado a la Guardia Civil el historial médico de ambos.

La presidenta de la Federación Madrileña de Asociaciones Pro Salud Mental (Femasam), Ana Gumiel, se mostró muy dura en su opinión sobre la desgracia de Ciempozuelos. "Dejarse a una persona en el coche es convertirla en un objeto". "Quiero creer que es un error", continuó, "confío en que, en general, las personas que tienen estas responsabilidades son buenos profesionales", declaró a Efe.

Gumiel pidió que se investigue a fondo porque en el hecho de que se trata de un olvido del gerente de la residencia, también un centro de día, constituye "una barbaridad". "Es una despersonalización de las dos víctimas, ya que no es lo mismo olvidarte de una persona que dejarte un paraguas". Y recordó que en salud mental los déficits de recursos humanos son muchos y se han agravado aún más con la crisis económica. A veces, a su entender, las personas con enfermedades mentales están "aisladas" y no cuentan con familiares o profesionales que se ocupen de ellos como es debido.

La desgracia va a marcar a dos familias del pueblo. La de Jerónimo, el agricultor, aparentemente ha perdonado al gerente. A la salida del pueblo, una de sus nietas lamentaba el terrible accidente y, muy consternada, señalaba que ya era tarde para hacer nada. "Agradezco la entereza de las familias. Han demostrado ser buena gente a pesar de que lo que ha ocurrido ha sido terrible. No tengo más palabras para ellos. Les pido mil veces perdón", comentaba Aranda, que posee un título de director de centros sociales homologado por la Comunidad de Madrid.

La Consejería de Familia y Asuntos Sociales informó de que en las dos últimas inspecciones a las que sometieron al centro, en agosto de 2009 y mayo de 2010, no se detectó ningún problema. "No existe ninguna queja ni sugerencia en el libro de reclamaciones y en el registro de quejas no hemos tenido ninguna entrada", añadieron desde la Consejería. Por si había duda, el director del geriátrico, abierto en 1983, posó para los fotógrafos con su libro de reclamaciones impoluto. Hoy iba a comparecer en directo en el programa matinal de una cadena de televisión porque no quiere que nadie "distorsione" sus palabras. "Quiero tener la oportunidad de hablar en directo y dejar claro qué ha ocurrido. Eso es lo que quiero hacer ahora", dijo más tarde por teléfono.

Óscar, su hermano de 40 años, ha estado apoyándole todo el tiempo. "Ha sido una desgracia tremenda. La vida es así, nos ha tocado", dijo y más tarde reveló que había llevado ayer mismo la furgoneta al mecánico. La misma que se había convertido en un ataúd. "Tenía un ruido raro", se explicó.

El hermano insistió en enseñar las instalaciones de un lugar "que siempre permanece abierto a todo el mundo". En el largo pasillo contiguo a la capilla se vislumbraba un suelo reluciente, cuidadoras que iban y venían, un empleado con pantalones a cuadros muy alterado por lo ocurrido, y salas anunciando su utilidad con un cartelito: peluquería, fisioterapia...

No había consuelo para Luis Miguel Aranda, con el pelo rapado y perilla. "Preferiría ser yo el que estuviese dentro de esa furgoneta", declaró, lloroso y con los cristales de sus gafas empañados. Después cerró la puerta de la capilla y se marchó acompañado por toda su familia.

Luis Miguel Aranda.
Luis Miguel Aranda.ÁLVARO GARCÍA

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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