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"Nadie me deja en paz, no paran de acosarme"

Desde el bar que hay frente al edificio de viviendas donde reside Rafael Fernández, El Rafita, se ve a su madre, Manuela, salir del portal a la carrera con dos barras de pan bajo el brazo. Cinco minutos después, vuelve al trote y entra en el bloque de viviendas, donde le esperan dos policías municipales que reparten citaciones judiciales. "La Manuela se va a tirar toda la semana corriendo", comenta un cliente.

"¿No ves que no me dejan en paz? ¿Cómo voy a querer decir algo? Sólo que me dejen tranquila", dice la mujer, rodeada de vecinas, cuando se le pregunta en el rellano. "Mi Rafa está muy mal, no quiere ir a ningún sitio. Además, si queréis hablar, a pagar, como todo el mundo", añade, y se da la vuelta y sale de nuevo a la carrera.

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Habrá que preguntarle entonces a Rafael. Por teléfono, de primeras, dice que está bien, que su detención el pasado sábado junto a otros tres jóvenes por el intento de robo de un coche es "un error". La detención quebrantaba supuestamente la libertad vigilada en la que se encuentra, pero la Comunidad e Instituciones Penitenciarias no se ponen de acuerdo en quién debe custodiar al joven, que participó cuando tenía 14 años en el asesinato y la violación de Sandra Palo.

"Un día se me mata"

En cuanto se va alargando la conversación reconoce que se siente acosado. "Nadie me deja en paz, no paran de acosarme. Por todos lados. Para hablar conmigo hay que pagarme. Mi tiempo es oro y vale mucho dinero", suelta de repente.

Justo en ese momento, ayer a mediodía, se estaba emitiendo en los informativos de Telecinco una entrevista con el joven realizada la tarde anterior. "Ahora me estoy viendo por televisión y no me gusta. No tenía que haberlo hecho. Esto va a arruinar mi imagen en el barrio... Pero vamos, que gratis no hago nada, aquí todo el mundo cobra, pues yo también". De fondo se escucha el televisor a toda tralla. Y cuelga de repente. Telecinco desmiente que haya pagado por la entrevista, y puntualiza que los informativos no tiran de chequera para conseguir información.

Mientras tanto, en el bloque de viviendas, con los telefonillos reventados, se ve a vecinosque observan a Manuela correr de aquí para allá. Desde las ventanas que dan a una plaza, familiares y amigos de El Rafita piden, a veces con amenazas, que se vaya la gente que hace guardia en la plaza a la que da el portal. Un segundo antes de salir de nuevo a toda prisa, Manuela defiende a su hijo: "Es un buen chico, pero cualquier día se me mata".

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