Diva de gasa azul
De unos años a esta parte, los artistas griegos de música melódica proliferan en nuestra cartelera sin que sepamos bien cuál fue el pecado que justifique semejante penitencia. El fenómeno emite signos de agotamiento, pero aún debemos purgar las penas con visitas como la de Haris Alexíou, una diva divinísima que practica una música, más que ligera, volátil, aunque por motivos inaprensibles fuera y reverenciada durante dos horas por una platea en estado febril.
Alexíou tiene su público, sin duda, pero cualquiera que aterrizase súbitamente en este espectáculo sospecharía haber dado con sus huesos en el Casino de Torrelodones antes que en el teatro Albéniz. Manierista y excesiva en todo, emplea a no menos de nueve músicos pese a que sólo uno, el buzukista Manolas, parece dispuesto a ganarse el sustento con una pizca de entusiasmo.
HARIS ALEXÍOU
Haris Alexíou (voz), Konstantinos Papadoukas (piano), Dimitrios Manolas (buzuki), Christos Pertsinidis (guitarras). Teatro Albéniz, VIII Madrid EnCanto. Madrid, 11 de junio. Lleno (1.000 espectadores).
Humo líquido
Ya no auguraban nada bueno ni esos cañones de luz tan resultones en las macrodiscotecas ni las volutas de humo líquido que emanaban del escenario, como si, en vez de un conjunto vocal, esperásemos al ballet de Giorgio Aresu. Pero está claro que los patrones estéticos entre ambos extremos del Mediterráneo no coinciden en casi nada, ni siquiera en materia textil. Sería difícil encontrar, por ejemplo, algún estándar de elegancia que asumiera esas gasas azules con las que Haris apareció envuelta, y que quizás ella no tenga inconveniente en denominar vestido.
A los incrédulos siempre les queda la posibilidad de recurrir al último disco de Alexíou, Teatro Herodes Ático, un doble en directo que incluye un DVD para una mejor comprensión del fenómeno. El disco es un homenaje al desaparecido Manos Loízos, que la buena de Haroula -como la conocen en su país- fue alternando con otros éxitos de su trayectoria. Tanto daba. Difícil indultar algo en ese contexto tan ajado y repolludo. El guitarrista emitía arpegios rampantes, los teclados lo embadurnaban todo y el señor de la batería manejaba las baquetas con elegancia de estibador. Y Haris, en el centro, respondía a los grandes aplausos con grandes aspavientos. Lo dicho: pecadores somos.
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