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Ola de cambio en el mundo árabe

Las tropas de Gadafi despejan el camino para el asalto a Bengasi

El Ejército toma la ciudad de Ajdabiya, la puerta sur hacia la capital rebelde

La confusión domina el panorama bélico en Libia. Pero una certeza emerge de las contradictorias informaciones que difunden la dictadura de Muamar el Gadafi y el Consejo Nacional Libio, el Gobierno de los sublevados con sede en Bengasi: la artillería, la aviación y los buques de las Fuerzas Armadas del tirano bombardean cada jornada que pasa más cerca de la capital de la revuelta.

El liderazgo insurgente insistía en que la ciudad de Ajdabiya, la puerta sur de Bengasi, continuaba en su poder, mientras la televisión oficial aseguraba que había sido "limpiada de terroristas" tras sufrir un severo castigo. En los alrededores de la estratégica Ajdabiya, bien conectada con la frontera egipcia, los combates se prodigaron durante toda la jornada. Ocurriera lo que ocurriera, mandos de los caóticos comandos rebeldes daban la batalla por perdida.

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El aluvión de declaraciones de uno y otro bando no tiene fin. El general Abdelfatah Yunis, estrecho excamarada del coronel desde los tiempos en que este se hizo con las riendas del país y ahora nombrado jefe de las fuerzas insurrectas, afirmó que dispone de 8.000 hombres de refuerzo, incluidos 3.000 de las fuerzas especiales que han desertado de las filas leales a Gadafi. Y desde el oriente del país añadían otros uniformados que ayer emplearon por primera vez dos cazabombarderos Mig abandonados por el Ejército del Aire tras salir de estampida los pilotos y oficiales en los primeros días de la revuelta. Atacaron, decía el Consejo Nacional, un navío de guerra en el Mediterráneo. Pero su moral va a la baja, y la inquietud atenaza a los civiles en Cirenaica.

Al temor a que el dictador perpetre una tropelía se une el miedo al quintacolumnismo. Algunos lugareños de Tobruk dicen que son locos; otros que están drogados. Pero unas decenas de hombres contemplaban ayer sorprendidos cómo deambulaban por el centro de esta ciudad un par de individuos -ataviados con cintas verdes en la frente, el color de la revolución del dictador que tiñe los edificios oficiales- que chillaban a favor de Gadafi. El tirano ha ofrecido una amnistía a los insurrectos que depongan las armas, pero estos no contemplan la rendición como alternativa. Les resulta imposible creer la promesa de un dirigente que se ha labrado un historial tan macabro. Durante días, los portavoces militares vienen advirtiendo de que matarán a los alzados contra el autor del Libro Verde. Es creíble.

"Estamos preparados para entregar un millón de armas, o dos, o tres millones. Y otro Vietnam comenzará. Ya no nos importa nada", aseguró Gadafi en uno de sus beligerantes discursos, el 2 de marzo. "Tenemos la determinación de aplastar a nuestros enemigos", proclamó anoche en la televisión oficial libia. Un vecino de Zauara, muy cerca de la frontera con Túnez, aseguraba a Reuters que los soldados y esbirros del autócrata han elaborado listas para capturar a los insurrectos de esta ciudad. Buscaban casa por casa.

El Consejo Nacional no tiene duda alguna de que el dictador no escribirá el guion del futuro del país árabe. "Los rusos", dice uno de sus portavoces, "no pudieron gobernar Afganistán; Estados Unidos no pudo hacerlo en Vietnam. Gadafi tampoco podrá en Libia".

De momento, y no parece que la situación vaya a dar un vuelco repentino, los insurgentes se repliegan sin remedio. Siguen reclamando la aplicación de una zona de exclusión aérea, una opción prácticamente descartada en el Consejo de Seguridad y que, en caso de que la medida pueda resucitarse, requeriría semanas para ser aplicada.

Como sucedió en Irak en la década de los noventa, no es garantía de éxito, ni siquiera en un plazo de meses. Tampoco las sanciones comerciales, la congelación de los fondos soberanos libios -gestionados por Gadafi y sus allegados-, ni la prohibición de viajar al exterior al dictador y sus colaboradores surtirán efecto en breve. Por mucho que los libios se esfuercen por recordar a los gobernantes extranjeros la retahíla de atentados -asesinatos de sus ciudadanos al margen- cometidos en el mundo durante sus 41 años de mandato.

Decenas de refugiados tunecinos en la isla italiana de Lampedusa, ayer.
Decenas de refugiados tunecinos en la isla italiana de Lampedusa, ayer.STEFANO RELLANDINI (REUTERS)

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