¿Aún queda presidencia?
Un año después de la explosión mundial de entusiasmo provocada por el triunfo de Barack Obama, las enormes expectativas desatadas por el primer presidente afroamericano se han trocado en desencanto. La radiante mañana helada en el Mall de Washington, ante el Capitolio, del 20 de enero de 2009, con la promesa del nuevo presidente de cambiar el mundo, aparece como algo muy lejano e incluso irreal. De la obamanía, al menos en Estados Unidos, sólo quedan las cenizas. En una cruel paradoja, Obama acaba de enterrar a los Kennedy, con la estrepitosa pérdida en Massachusetts del escaño de Ted en el Senado de Washington, un Estado medularmente demócrata. La todavía non nata reforma sanitaria, clave de bóveda de la revolución doméstica del presidente, corre peligro. La progresiva jibarización de Obama ha constituido sin duda uno de los rasgos más relevantes del pasado año. El resonante "Sí, podemos" es hoy casi inaudible. El presidente, abandonado por la corriente central del país y también por su propio partido, aparece desconcertado y contraataca utilizando el mismo populismo de sus detractores para poner en su sitio a la banca.
Cabe preguntarse al comienzo de su segundo año en la Casa Blanca si aún nos queda Obama. Hace sólo un año era una afirmación, no un interrogante. Y aunque la realidad ha hecho jirones las expectativas, la respuesta debe ser con todo positiva. En un año muy difícil, ennegrecido por la Gran Recesión, el 44º presidente de Estados Unidos lo ha hecho bien, sin nota, y su haber pesa más que el debe. Ha sorteado el desplome del sistema financiero evitando una Gran Depresión. Ha hecho volver a Estados Unidos al mundo limpiando su imagen y aplicando el efecto Obama a la marca global del país, convertido de nuevo en una nación admirada. Ha sido capaz de restaurar el equilibrio perdido entre seguridad y libertad, volviendo al imperio de la ley. Pero le han faltado resultados concretos para mejorar la vida de los norteamericanos. Cuando derrotó en las primarias a Hillary Clinton, Obama subió a los cielos y llegó a decir lo siguiente: "Estoy seguro de que las futuras generaciones podrán decir que éste fue el momento en el que comenzamos a suministrar cuidados a los enfermos y empleos a los parados; el momento cuando comenzó a remitir la subida de los océanos". Esta retórica se ha vuelto en su contra como un bumerán. La reforma de la sanidad está todavía encallada y, como mínimo, será aguada si no corre peor suerte. Los ciudadanos le están dando la espalda, sobre todo los independientes, claves en su triunfo electoral (el 36% de los norteamericanos se identifican en esta categoría), por el aumento del paro, desde el 8% al 10% desde que Obama asumió la presidencia. Este dato, que no sorprende en Europa y es la mitad del paro español, en Estados Unidos es demoledor. Son mayoría los que piensan que Obama y los demócratas han hecho más por los bancos y por la General Motors que por las familias trabajadoras. ¡Es el paro, estúpido!, le están gritando las clases medias frustradas. La historia se repite. El presidente, que llegó al poder aprovechando esa misma ola de malestar económico que prometió corregir, es ahora sumergido por su resaca. Su recordado eslogan -"Un cambio en el que podamos creer"- le ha fallado. Los norteamericanos comienzan a descreer.
Parece inexplicable, sobre todo desde el exterior, el surgimiento de una marea anti-Obama tan fuerte y en tan corto espacio de tiempo. Con las gafas europeas leemos mal a Estados Unidos. No es un país mayoritario de paletos arrogantes, dominado por la ultraderecha y patria del fundamentalismo. Es demasiado simple creer que la ola populista es únicamente fruto de una conspiración de los necios ultramontanos atizada por las radios extremas y la cadena Fox de televisión.
En una América profunda y mayoritariamente individualista, Obama es visto como un izquierdista que ha salido del armario. Charles Krauthammer escribe en The Washington Post que la victoria de Obama fue un referéndum sobre su predecesor y el colapso financiero posterior a la quiebra de Lehman Brothers, "no una aprobación de la socialdemocracia a la europea". Como también París, sí, todavía nos queda Obama y nos queda Estados Unidos, cuyo declive parece aún una noticia prematura. La reaparición de la única superpotencia aún existente con las tropas norteamericanas al rescate humanitario de Haití, país próximo a sus costas y en el que también defienden sus intereses nacionales, es un ejercicio estimable de poder blando y una noticia positiva en un año que comienza de manera catastrófica. Nos devuelve el rostro del americano bueno. Pero finalmente Obama será juzgado por su capacidad de reconstruir Estados Unidos, no el mundo.
fgbasterra@gmail.com
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.