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Columna
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Del kirchnerismo al cristinismo

La capacidad reproductora del peronismo, y en general de las formaciones políticas argentinas, parece más ilimitada que nunca. Con el anuncio de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner de que sería la candidata del peronismo oficial (Partido Justicialista) en las presidenciales del 23 de octubre, estalla una concentración / dispersión de ismos que dice mucho sobre la bancarrota de un sistema de partidos poseedor, sin embargo, de una mala salud de hierro.

La gran transformación en curso es la del kirchnerismo -del expresidente y esposo de la presidenta, Néstor Kirchner, fallecido el año pasado- en cristinismo, la última reencarnación del credo que inventó el general Perón. El cristinismo había cobrado ya forma en el último año de presidencia, pero es ahora, cuando la viuda sucede al marido que debía haber sido el candidato, cuando habría que concretar qué aporta a la historia del peronismo. El kirchnerismo se presentaba como una superación por la izquierda del partido, entendido en su versión oficial y burocrática. Y el cristinismo incide en esa misma vía, pero con una impronta aún más estridente y popular. Entre las organizaciones que forman su punta de lanza están el Movimiento Evita -la encomendación al gran icono nacional es siempre inevitable-, el Frente Transversal, que expone en el nombre la geometría de sus intenciones, y la Cámpora, agrupamiento que dirige el propio hijo de la presidenta, Máximo, de 33 años, que en su advocación de Héctor Cámpora, presidente durante 49 días en 1973 que no le hacía ascos a la guerrilla montonera, subraya el distanciamiento del peronismo oficial. Y todos esos movimientos se integran como en un juego de muñecas rusas en la Corriente Nacional de la Militancia que, a su vez, forma parte del Frente de la Victoria, la coalición electoral encabezada por Cristina Fernández.

La capacidad reproductora del peronismo parece más ilimitada que nunca

Pero la partenogénesis afecta igualmente al peronismo independiente. Existe una disidencia conocida como peronismo federal, cuyo líder es el expresidente Eduardo Duhalde, que no cuenta con apoyos extrapartidarios significativos, así como una disidencia de la disidencia encabezada por los hermanos Alberto y Alfredo Rodríguez Saá, de los que el segundo también fue presidente durante una semana en el caos que sucedió a la dimisión del mandatario -radical- Fernando De la Rúa en diciembre de 2001, y que se distinguió por propugnar el impago de la deuda exterior, en un acto más de chulería que de política. La tendencia dinástica, o transmisión de las aspiraciones presidenciales de padres a hijos -Ricardo Alfonsín, candidato radical, es hijo del difunto presidente Raúl Alfonsín- o esposos a viudas, se une en el caso de la señora presidenta a un personalismo extremo, de capillita, que hace que el suelo urbano más caro del país sean los accesos a los 70 metros cuadrados del despacho de la líder en la Casa Rosada, guardados celosamente por su más estrecho colaborador, el subsecretario legal y técnico, Carlos Zannini.

Alfonsín Jr. no ha conseguido armar la gran coalición panradical que, para garantizar el pase a segunda vuelta, habría tenido que atraerse a los socialistas de Hermes Binner -que se presenta como candidato en solitario- y a la mayor parte del peronismo disidente. Pero a pesar de ese fraccionamiento del sufragio que se declara peronista, la presidenta tendría hoy la reelección en el bolsillo, en parte porque la nueva ley electoral le permitiría ganar en primera vuelta con el 45% de los votos -las encuestas le dan el 50%-, o el 40% si aventaja en 10 puntos al segundo. Los apostadores dan como muy probable que la pugna enfrente a viuda y huérfano.

Las dos grandes formaciones partidarias del país, peronismo y radicalismo, coinciden en su aspiración a copar la práctica totalidad de los votantes, son partidos-omnibús que abarcan todo el espectro político, y se articulan más como confederaciones de sensibilidades e intereses provinciales que como partidos nacionales centralizados, con lo que dejan muy poco espacio ideológico a otras opciones. El peronismo, por añadidura, es una Iglesia que se concibe como ecuménica y el radicalismo, siempre un poco a remolque, como una logia que hace del laicismo su anti-Iglesia. El socialismo e incluso el guerrillerismo, tanto como el nacionalismo más rabioso de derecha o izquierda, y con el presidente Carlos Menem en los años noventa hasta el neoliberalismo, todos caben en las toldas peronistas; de igual forma, la socialdemocracia europea o el liberalismo burgués están bien vistos entre los radicales.

Así es como un sistema de partidos tan exhausto como insustituible afronta los comicios de octubre.

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