La izquierda planta cara al Tea Party
La marcha de los partidarios de Obama y activistas demócratas congrega menos asistentes en Washington que la protesta conservadora hace un mes
Varios miles de personas -considerablemente menos que las que el Tea Party reunió en el mismo lugar hace un mes- se concentraron ayer en Washington en un intento de sacar a la izquierda del estado de depresión en que se encuentra a menos de un mes de las elecciones legislativas. No va a ser tarea fácil. Por lo visto ayer, la movilización callejera y el entusiasmo popular siguen siendo patrimonio de la derecha.
La manifestación de ayer era una oportunidad de medir fuerzas. Aunque sus organizadores aseguran que su planificación empezó antes de la del Tea Party, es indiscutible que esta marcha servía de respuesta a la que los conservadores celebraron entre los mismos monumentos en agosto pasado para escuchar a su agitador favorito, el comentarista de la cadena Fox News Glenn Beck.
La movilización denuncia los mensajes racistas de la ultraderecha
Habían convocado los sindicatos, la principal organización negra del país y un conglomerado de organizaciones de derechos humanos vinculadas a la izquierda. Barack Obama no estaba ayer en Washington. Descansa este fin de semana en Camp David. Pero colaboradores suyos habían hecho circular en los últimos días mensajes de apoyo a esta convocatoria.
El lema de la manifestación era Una nación trabajando junta y pretendía tanto estimular a las fuerzas que apoyan al Gobierno como denunciar la propagación de mensajes racistas y divisorios que circulan desde que el Tea Party domina el escenario político. Sirvió, al menos, para demostrar que todavía sigue habiendo activistas demócratas y seguidores de Obama dispuestos a salir a la calle, que ese movimiento de millones de personas que llevó a este presidente a la Casa Blanca no se ha evaporado por arte de magia.
Pero, más allá de eso, dejó en evidencia que la izquierda carece hoy por hoy de la energía necesaria para recuperar la iniciativa, y mucho menos para revertir los pronósticos de las encuestas y evitar una contundente victoria republicana el 2 de noviembre.
Las razones de este abatimiento son varias y complejas. Incluyen tanto justificaciones históricas sobre la debilidad intrínseca del progresismo norteamericano como errores concretos cometidos por la Administración de Obama. Algunos de esos errores se intentarán corregir después de las elecciones. Pero en los 28 días que restan hasta esa fecha, el propósito es aprovechar oportunidades como la de ayer para recuperar aunque sea algo del entusiasmo perdido. Habrá más ocasiones, especialmente otra manifestación convocada para final de este mes por los dos humoristas más de moda en la actualidad, John Stewart y Stephen Colbert.
Aunque la mayoría de los participantes en la marcha de ayer culpaba al obstruccionismo de los republicanos en el Congreso por no haber podido obtenerse más resultados durante estos dos primeros años de Obama, algunos expresaban también su decepción con el presidente por no haber gobernado de una forma más decidida desde la izquierda. El Partido Demócrata corre el riesgo de que ese debate cobre fuerza después de noviembre.
A Obama no se le puede acusar, en todo caso, de no estar plenamente involucrado en la resurrección de su partido. El presidente tiene la agenda de las próximas semanas cargadas de actos electores, reuniones de apoyo a los candidatos demócratas y cenas de recolección de fondos para la campaña.
Hace falta que el propio Partido Demócrata cumpla con su parte, y eso es bastante menos probable. Los demócratas, que todavía tienen mayoría amplia en la Cámara de Representantes y en el Senado -aunque ellos parecen no saberlo-, suspendieron la semana pasada el curso legislativo sin atreverse siquiera a votar sobre la extensión de los beneficios fiscales a la clase media, para no tenerse que pronunciar también sobre el aumento de impuestos a los ricos. Son los propios demócratas, por otra parte, los que huyen del debate sobre la reforma sanitaria porque no creen en ella.
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