En lo que falla la izquierda
Francia y Bélgica han sido los dos últimos países que han vivido la subida entre el electorado de las opciones de derecha o centro-derecha. No son los únicos. Antes que ellos, este fenómeno se ha producido en Austria, Alemania, Finlandia, Países Bajos, Polonia y Suecia, entre otros. Sólo parece escapar a esta tendencia -al menos de momento- la Europa meridional (incluido el sur de Francia, donde los socialistas han tenido sus mejores resultados), pero ni la izquierda italiana ni la española parecen en disposición de influir realmente en el debate continental o global de hacia dónde ir.
Izquierda-derecha. La división ya no es tan útil para entender lo que pasa en Francia cuando Nicolas Sarkozy nombra ministro a Bernard Kouchner o le roba una parte de su programa a Jean-Marie Le Pen, en un intento de controlar ese espacio que Blair entendió bien como Tercera Vía. La derecha está cambiando (salvo en España, aunque ahora hay signos de ello). Sea como sea, cabe poca duda de que la izquierda, especialmente la socialista o socialdemócrata, se enfrenta a graves problemas. En Europa, la derecha tiene hoy un discurso más articulado para las preocupaciones que emanan de la ciudadanía.
La abstención. Es el general invierno de la izquierda en casi toda Europa. La participación favoreció al PSOE en las generales de 2004; la abstención le ha dañado en las municipales, como a los socialistas franceses en las legislativas. En la izquierda, como en la derecha, los partidos han dejado de ser ámbitos de militancia, para quedarse únicamente como instrumento de poder.
La globalización. Es la derecha la que se muestra ahora más proteccionista en esta Europa con una visión más nacional. Y la izquierda no aporta soluciones respecto a los grandes retos del desafío económico chino u otros.
La inmigración. No hay un discurso de izquierda contra la inmigración, no sólo ilegal, mientras la derecha sí lo tiene (aunque no la solución) y lo aprovecha, como en las municipales en España, o las generales en Holanda y Francia.
Las identidades. La derecha enarbola mejor que la izquierda las banderas identitarias estatales (¡La République!) u otras (Escocia es una excepción; Cataluña otra).
No hay nada a la izquierda. Entiéndase: en nuestros países europeos, la derecha suele tener una extrema derecha a su vera, pero la extrema izquierda ha desaparecido de forma significativa en muchos países.
La seguridad. La internacional y la ciudadana. El discurso de la derecha es más fuerte, aunque sea ella la que en Francia o en España ha reducido el número de policías. Y los demócratas en EE UU están teniendo serios problemas de credibilidad por su falta de política alternativa respecto a Irak.
Los derechos humanos. Resulta bastante increíble, pero la derecha le ha quitado a la izquierda la bandera de la defensa de los derechos humanos en el mundo. Aunque luego poco haga. Vale tanto respecto a Cuba como a China. Incluso Bush agita esa bandera, pese a Abu Ghraib, Guantánamo y los vuelos secretos de la CIA.
La espiritualidad. Lo decía recientemente Werner Perger de Die Zeit. La izquierda en Europa tiene que recuperar un cierto discurso espiritual. Se lo está dejando arrebatar por la derecha religiosa.
La corrupción. Parece que se le perdona más a la derecha, como si fuese algo consustancial que a la izquierda a la que, cuando gobierna, se exige pureza.
La nueva derecha no es conservadora. Se presenta con muchas ganas de cambiar las cosas. Aunque soluciones, lo que se dice soluciones, no las tiene para los problemas de hoy. En cuanto a la izquierda, se recuperará si se renueva, si afronta esos y otros problemas sin perder sus esencias, y si un demócrata entra en la Casa Blanca. Como entendió el primer Tony Blair, una izquierda europea sin una componente americana no tendrá fuerza suficiente en este mundo. aortega@elpais.es
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.