El excéntrico seductor
"Antanas Mockus no trata de ser diferente. Es diferente". La frase que el académico noruego Jon Elster dedica al candidato del Partido Verde a la presidencia de Colombia no puede ser más certera. Porque no hay un ápice de impostura en este filósofo y matemático de 58 años, cuyo ascenso meteórico en las encuestas ha puesto patas arriba una campaña electoral que parecía cantada.
Todo es peculiar en él, empezando por su aspecto físico: la severidad de sus labios finos y su barba de pastor evangélico decimonónico se suaviza con la calidez de su mirada. Hijo de padres lituanos, llegados a Colombia tras la segunda guerra mundial, niño prodigio formado en el Liceo francés y en la Universidad de Dijon, Mockus fue el alcalde más atípico que ha tenido Bogotá.
El ex alcalde de Bogotá, verde pero neoliberal, ha revolucionado la manera de hacer política
En la capital colombiana puso en práctica, entre 1995-1998 y 2001-2003, sus teorías pedagógicas para modificar el comportamiento ciudadano, ya fuera en el ahorro de agua, la basura o la responsabilidad fiscal, mientras desmantelaba la corrupta Policía local, ponía orden en el sector del taxi o aumentaba la recaudación. "La ciudad cambió mucho, rompió los esquemas clientelistas de los concejales y tuvo una gestión fuerte en seguridad y administración", dice su coordinador de programa, Jorge Orlando Melo.
De repente los bogotanos empezaron a encontrarse con mimos que afeaban la conducta incívica de los peatones, o con el propio alcalde disfrazado de Superman, con capa roja incluida.
Y es que la formación racionalista de Mockus coexiste con una veta excéntrica que se refleja, por ejemplo, en esa foto de boda a lomos de un elefante. Él no se quería casar en una notaría, cuenta su esposa Adriana, sino en un lugar "donde los sueños se hicieran realidad". Ella, en broma, le sugirió un circo. Y a él le pareció una idea inmejorable. Cobraron entrada, que destinaron a una organización de niños maltratados.
Claro que el pacifismo, como el racionalismo, tiene en Antanas su contraparte: en este caso es lo que llama "la violencia simbólica", y que ha puesto en práctica en alguna ocasión, como cuando en 1993, siendo rector de la Universidad Nacional, se bajó los pantalones y enseñó el trasero a unos estudiantes que le impedían hablar. "El comportamiento innovador puede ser útil cuando te quedas sin palabras", dijo. El gesto le costó el cargo.
Mockus es un seductor. "Seduce con su inteligencia, con su ternura, con su transparencia. Los jóvenes se mueren por él", dice Liliana Caballero, estrecha colaboradora del candidato desde hace más de dos décadas. "Mi profesor, mi presidente", es el grito que más corean los universitarios en los mítines.
Sus excentricidades, sus referencias a Kant y su derroche de pensamiento positivo gustan a la clase ilustrada o a los académicos extranjeros, pero al mismo tiempo lo alejan de las clases populares.
¿Puede un filósofo que va cargado con un lápiz gigante y con girasoles - símbolos de educación para todos y paz- gobernar un país con retos envenenados como el terrorismo, el narcotráfico o un alto nivel de pobreza? Sus contrincantes dicen que votar a Mockus es dar un salto al vacío. Sus seguidores, en cambio, ensalzan su ruptura con los vicios de la política tradicional, especialmente la corrupción, y su sinceridad, que le ha llevado a anunciar que tiene un principio de Parkinson o que subirá los impuestos. Además, señalan, está rodeado por un equipo -dos ex alcaldes de Bogotá y otro de Medellín- que puede alardear de su buena gestión en las dos principales ciudades del país.
Mockus rechaza las etiquetas ideológicas pero atrae a muchos electores de izquierda, que están dispuestos a perdonarle sus posiciones "neoliberales". Lo ven como el único candidato capaz de hacer frente al heredero del presidente Álvaro Uribe. Gane o no las elecciones, no cabe duda de que este matemático ha revolucionado la manera de hacer y entender la política en Colombia.
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