Los euroescépticos de Reino Unido exigen a Cameron un referéndum
El Gobierno británico apuesta por la estabilidad de la zona euro
El compromiso político alcanzado por Nicolas Sarkozy y Angela Merkel de impulsar una reforma de los tratados europeos para salvar el euro supone un quebradero de cabeza para el primer ministro de Reino Unido, David Cameron, pero hoy por hoy no se vislumbra en el horizonte ningún nubarrón en forma de bloqueo británico. ¿Por qué? Por encima de todo, porque la salvación del euro y la estabilidad monetaria en la zona euro es tan importante para los países integrados en la divisa europea como para los intereses de Reino Unido.
Los quebraderos de cabeza no le vendrán a Cameron desde Bruselas, sino desde su propio partido. Los sectores más antieuropeos del país, empezando por el influyente Daily Mail, han comenzado ya a reclamar un referéndum sobre el nuevo tratado, incluso antes de conocer el alcance y contenido de la reforma.
Cameron solo quiere una votación si la soberanía queda cuestionada
Ya ayer estaban atacando al primer ministro por haber dejado claro de inmediato que solo habrá referéndum si el nuevo tratado supone nuevas transferencias de soberanía a Bruselas. "Voy a intentar lo que pueda para conseguir incrementar, proteger, defender y promover nuestros intereses nacionales", declaró ayer Cameron. Pero nada de eso incluye votar sobre la reforma.
La declaración de Sarkozy y Merkel de que quieren que la reforma del tratado incluya a todos los socios de la UE pero bastará con que afecte solo a los países del euro, es un indicio de que lo último que quieren es causarle un problema a Reino Unido o convertir al Gobierno británico en un problema para la reforma. Más adelante ya se verá qué fórmulas jurídicas se pueden utilizar, pero hay muchas al alcance de los juristas.
La más fácil sería la de que la reforma afecte a todos los países de la Unión Europea pero solo desde el momento en que estén incorporados en el euro o tenga la obligación legal de entrar, que no es el caso de Londres. La libra no está, tiene derecho a no estar y, si algún día el Gobierno británico del momento quisiera ingresar, consultaría antes a los británicos en referéndum.
Otro de los aspectos que apuntan a la buena disposición hacia Londres es la renuncia a que el Tribunal de Luxemburgo juegue un papel relevante y se limite a calibrar si las fórmulas que utilicen cada uno de los Estados miembros para comprometerse a acatar la disciplina fiscal se ajusta a los tratados. Pero renunciando a que el tribunal tenga el poder de decidir si hay que imponer o no sanciones a un Estado incumplidor.
También es positivo para Londres que Angela Merkel haya renunciado a su empeño de que las instituciones privadas tenedoras de bonos soberanos asuman de forma automática una parte de las pérdidas en casos de rescate.
Pero además de la cuestión de la cesión adicional de soberanía, los británicos tienen otro importante problema de fondo. Cameron y el canciller del Exchequer, George Osborne, ya dieron hace semanas su bendición a una mayor unión fiscal de la zona euro y en ese sentido la iniciativa franco-británica es en principio muy positiva. El problema es el alcance que pueda tener el nuevo tratado y la coordinación de políticas fiscales y económicas. Aunque Londres consiga mantenerse al margen, hay un aspecto capital para los británicos: preservar los intereses de la City como principal centro financiero europeo, si no mundial.
Una exigencia que puede chocar con sus grandilocuentes apelaciones al libre mercado, pero que ha centrado gran parte de las fricciones entre Londres y Bruselas en los últimos años.
Políticamente, Cameron tiene dos frentes. Por un lado, preservar la unidad de la coalición, que puede resentirse en los próximos meses dado el europeísmo de los liberales-demócratas y las erupciones de sentimientos antieuropeos que sin duda van a emanar desde el Partido Conservador. Por el otro, que esas periódicas pero inevitables erupciones volcánicas que se adivinan no acaben quemándole a él como líder del partido. Sobre todo si se tiene en cuenta que su apuesta por el ajuste salvaje como medicina para recuperar la economía no ha dado los resultados que esperaba.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.