El 'culebrón' de Blunkett
El ministro británico del Interior pone en peligro su carrera para probar que son suyos los hijos de su amante
¿Está cometiendo suicidio político el hombre que sueña con ser el primer invidente británico que logra convertirse en primer ministro? ¿Va a acabar el ciudadano Blunkett con la carrera del ministro Blunkett? David Blunkett, de 57 años, ministro del Interior del Reino Unido y uno de los hombres más reservados de la política británica, lleva semanas llenando la prensa, lo mismo la sensacionalista que la otra, desde que la ruptura de su idilio con Kimberley Quinn, de 43 años, editora del semanario político conservador The Spectator, ha derivado en una batalla sin cuartel entre los dos.
Circunscrita primero al área de lo privado, cuando el ministro reclamó la paternidad de un hijo de Kimberley de dos años y del bebé que ella -embarazada de ocho meses- está esperando, la guerra entró en el terreno de lo político después de que ella le acusó de haber acelerado la tramitación del permiso de residencia de su niñera filipina y de haberla invitado con dinero público a viajar en tren con un billete de primera clase en lo que el propio ministro ha reconocido que fue "un error de juicio".
El puntilloso sistema político británico es capaz de exonerar con una mano a un primer ministro que ha enviado el país a la guerra sobre premisas falsas y hundir con la otra a un político por un asunto trivial, pero que entra en contradicción con las estrictas normas que separan la vida privada y la pública de quienes ejercen el poder.
La apasionada aventura entre David Blunkett, divorciado y padre de tres hijos, y Kimberley Quinn, casada con el rico editor de Vogue Europa apenas unas semanas antes de empezar su romance con el ministro, hace más de tres años, ha tenido especial relevancia por la imagen austera y reservada de éste. Blunkett no está en política por casualidad, sino por una convicción forjada en una infancia vivida en la pobreza y condicionada por su ceguera de nacimiento y una adolescencia marcada por la muerte horrible de su padre, que falleció abrasado al caer en un tanque de agua hirviendo. La muerte del padre no sólo fue una tragedia personal, sino una experiencia política: la compañía del gas, que le había pedido que retrasara su jubilación, se negó a compensar a su viuda precisamente porque el viejo Blunkett ya tenía que estar jubilado cuando sufrió el accidente. Aquella injusticia le marcó para siempre. "Cualquiera que haya experimentado la pobreza de verdad, no como una simple fantasía, ha de luchar por sacar a la gente de la miseria y no sólo intentar mejorar un poco su vida", dijo años después.
Forjado en las batallas municipales de Sheffield y Yorkshire, en el siempre izquierdista y entonces proletario norte de Inglaterra, Blunkett fue evolucionando hacia un pragmatismo que le llevó a ser uno de los grandes aliados de Tony Blair cuando éste cogió las riendas del partido, en 1994. "Viejo Laborismo es hacer las cosas por el pueblo; Nuevo Laborismo es capacitar a la gente para que haga las cosas por sí misma", le gusta decir a este hombre de agudo sentido del humor y capaz de alternar carcajadas inmensas con profundos ataques de mal humor.
La ceguera le ha obligado a desarrollar una memoria prodigiosa. Un grupo de lectores le graba la prensa diaria y los funcionarios se han acostumbrado a sintetizar sus informes para luego grabarlos. Blunkett se pasa horas escuchando cintas, memorizando datos, acumulando información que procesa metódicamente y utiliza luego de manera casi quisquillosa.
Su radicalismo político contrasta con su conservadurismo social, avivado por una profunda fe religiosa que le ha llevado al evangelismo metodista. Su vida pasa ahora por una dura prueba. No es la primera. En 1987, la misma noche en que fue elegido diputado, su mujer, Ruth, le dijo que le dejaba, tras 17 años de un matrimonio civilizado pero sin pasión. Desde entonces dedicó su energía a sus tres hijos y a la política, aunque siempre guardó un rincón para el amor.
Un asunto de doble moral
David Blunkett se ha defendido estos días con vehemencia de la acusación que más le duele: la de que al haberse inmiscuido en los papeles de la niñera de su amante habría dado pruebas de doble moral por no ejercer en casa la dureza con la inmigración que pregona en el Ministerio. Blunkett, con fama de duro, le ha declarado la guerra a la inmigración ilegal. Aunque es de los ministros que más han hecho por explicar a los británicos que la inmigración es imprescindible para la economía del país, ha chocado con la oposición de jueces y defensores de los derechos civiles a algunas de sus propuestas, como la de poder expulsar de manera automática a los demandantes de asilo a los que se les niegue el refugio, sin posibilidad de recurso.
Ha conseguido, además, crear un pequeño Guantánamo británico al encerrar de manera indefinida a los extranjeros sospechosos de terrorismo contra los que no tiene pruebas suficientes para que sean juzgados.
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