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Reportaje:

La crisis de la industria hunde el norte de Portugal

La huida de empresas, el declive económico y un salario mínimo de poco más de 400 euros al mes obligan a miles de jóvenes de varias regiones portuguesas a buscar empleo en España

Entre semana, Cinfães está desierto. Sólo algún jubilado mira la belleza tranquila del río Duero desde sus calles empinadas. Los sábados, la cosa cambia: llegan desde España las carrinhas (furgonetas) cargadas de emigrantes y el pueblo se llena de jóvenes. El domingo a mediodía, Marcos Branco, Bruno Cardoso, Felipe Figueiredo, Sérgio Sousa y otros amigos se reúnen en el bar Novo Rumo (Nuevo Rumbo). La mayoría ha terminado la secundaria, son educados y alegres, hablan bajo pero con precisión y sus relatos se parecen mucho. Son críticos con la situación de su país. "En Portugal no hay esperanza. Es una tristeza pero es así", dice Sousa, de 19 años. "El 90% nos vamos a España y el otro 10% se queda aparcando coches", añade Luís Carlos Ferreira, de 18.

Cada lunes, los hombres van directo a las zanjas del pelotazo inmobiliario español
Pese a la recuperación económica y los fondos europeos, su viejo país no les ofrece un futuro

Ferreira acaba de volver de Grado, en Asturias. Trabaja allí en una obra de conducción de tratamientos de agua, de lunes a viernes, y los fines de semana vuelve a ver a la familia. "Venimos, y el domingo por la noche volvemos a irnos. En la furgoneta vamos nueve".

Su ejemplo es sólo uno entre los miles posibles en la región norte de Portugal, un área industrial y agrícola, paisaje lleno de desigualdades. Ciudades con los centros degradados, pueblos semivacíos por los que apenas asoman algunas mujeres de negro y zonas de agricultura de subsistencia conviven con las fincas del Porto y del Duero, las mansiones de los nuevos y los viejos ricos y los coches de gran lujo que avanzan a toda velocidad por las flamantes autopistas de peaje.

Desde la cuenca del Duero hasta la del Miño, desde el cinturón de Oporto hasta Tras-os-Montes, la emigración parece el único futuro posible para muchos jóvenes. Según afirmó el jueves en Lisboa, durante una manifestación contra la política laboral del Gobierno, Célia Lopes, del sindicato Interjovem, la tasa de desempleo de los jóvenes duplica la tasa nacional.

En Marco de Canavezes, Guimarães, Braga, Chaves, Valença, Monção, Bragança, Mirandela y tantos otros sitios, la imagen de las furgonetas cargando hombres para ir al tajo en España las madrugadas del lunes se ha hecho completamente habitual.

La familia de Felipe Figueiredo, de 18 años, es otro ejemplo. Aunque su viaje es más largo. "Mi padre está en España y yo estoy en Suiza, de camarero, con mi hermano, que es cocinero. ¿Sueldo? Él gana en un mes lo que ganaría aquí en un año".

Hombres solos, casi siempre amigos, vecinos o familiares y casi siempre menores de 40 años, llenan esas carrinhas que usualmente van directo a las zanjas del pelotazo inmobiliario español. Sólo en Braga, los sindicatos calculan que hay 16.000 trabajadores menores de 35 años emigrados, la mayoría en España. "Lo sabemos porque en cuanto se van se dan de baja del desempleo", explica Adão Mendes, coordinador de la Unión Sindical de Braga, "pero la cifra puede ser mayor porque otros no se desapuntan".

En Marco de Canavezes, según las cuentas del Sindicato de la Construção del Norte, el número de emigrantes supera ya los 8.000, más de la mitad de la población activa. Albano Ribeiro, su presidente, calculaba hace poco que Gaia ha visto partir 5.500 trabajadores de la construcción, Matosinhos a 4.600, Paredes a más de 4.000, Peñafiel a 3.500...

"Muchos miles más van desde el Minho a la vecina Galicia", explica Mendes. Allí hay ya 49.000 portugueses inscritos en la Seguridad Social, contra los 30.000 registrados en el resto del territorio español, "y la cifra sube a un ritmo de 1.000 anuales".

A esos legales hay que sumar, según los sindicatos, al menos 50.000 clandestinos más, que andan "un poco por todas partes". Cantabria, Valencia, Barcelona, Canarias... O en alta mar, sostiene Mendes: "Van en carrinha hasta Aveiro, en barco hasta Vigo o Coruña y allí se embarcan para varios meses".

Bruno Cardoso, de 21 años, ha trabajado estos últimos seis meses en Valencia, para una constructora francesa. "Todo bien y legal", dice. "Volví a casa hace un mes y me fue muy bien. Me llevó un tío mío que trabajaba allí. ¿Por qué me fui? Aquí puede que haya trabajo, pero los sueldos son una miseria, 400 euros. Se gana más en España. ¿Cuánto? Bastante más. Salí de la escuela y en cuanto cumplí los 18 me marché. Ahora a lo mejor me voy a Francia".

Las razones de esta nueva ola de emigración masiva -el país tiene cinco millones de ciudadanos viviendo fuera- son múltiples pero fáciles de comprender. Por un lado, el sector de la construcción arrastra una crisis que empezó a ser galopante en 2002. El año pasado, las empresas del ramo ganaron 700 millones de euros menos que en 2005, y la actividad ha caído un 22% en los últimos tres años.

Muchas multinacionales del textil, el calzado y la informática se están marchando a otros países, "sobre todo del Este de Europa y el Norte de África", explica Adão Mendes, y los despidos colectivos son el pan de cada día. Túnez y Marruecos son dos de los destinos favoritos de las compañías: "Quizá así esperan acercarse a los costos laborales de India y China".

La globalización y el beneficio mandan; y las empresas encuentran mano de obra aún más barata que esos escasos 403 euros mensuales que pagan aquí de salario mínimo. La fábrica de calzado alemana Rhode, de Santa Maria da Feira, acaba de suspender la producción hasta el 3 de abril a la espera de un crédito que no llega. Los cerca de 1.300 trabajadores, que no cobran desde febrero, temen que sea para siempre.

Muchas textiles del norte, empresas especializadas en bordados, medias, tejidos o ropa de bebé, también sucumben a las leyes del comercio entre ellas las cinco o seis mayores de la región: Sampaio Ferreira, Malhas Pastor, Varela e Macedo... "Y Filobranca, que tenía 1.000 trabajadores, acaba de deslocalizar parte de su producción a Rumania y se ha quedado con 250 personas", señala el coordinador sindical de Braga.

Tanta precariedad hace que muchos portugueses líen el petate sin pararse mucho a pensar cómo ni a dónde van. Los que están en Andorra son casi todos clandestinos, denuncian los sindicatos: "Hay entre 10.000 y 15.000 portugueses allí en este momento, y los ponen a dormir en contenedores distintos de los demás europeos, con los africanos".

Esa es la parte siniestra del gran negocio de la mano de obra desechable: los desesperados anónimos que integran el submundo laboral acuñado ya como la sub-sub-sub contratación.

Claro que no todos aceptan correr la aventura que es marcharse. Aunque sea de forma legal. Sérgio Sousa, de 19 años, probó un mes de albañil en España y no le gustó. Es técnico de Turismo y prefirió volver a Cinfães. Hace cuatro meses abrió el bar Novo Rumo, un nombre que mezcla la realidad de unos y el deseo de otros. Allí se ven cada fin de semana esos jóvenes alegres que son lo mejor de Portugal, su futuro. Pese a que la recuperación económica asoma en el horizonte y pese a que los ingentes fondos europeos siguen llegando (22.500 millones de euros hasta 2013), su viejo país no es capaz de ofrecerles ese futuro.

"Todos mis amigos se van a España y es normal, aquí no sales adelante", dice Sousa. "Esta es una zona rural excelente para el turismo, pero si tienes iniciativa, en vez de incentivarte te ponen trabas. A todos nos gustaría saber a dónde va el dinero de Bruselas. La burocracia es terrible, hay mucha corrupción y poca ayuda. Por eso Cinfães se queda desierto. El futuro pasa por salir de aquí".

Varios jóvenes de Cinfães, muchos de ellos emigrantes, posan en el bar Novo Rumo.
Varios jóvenes de Cinfães, muchos de ellos emigrantes, posan en el bar Novo Rumo.M. M.

El paro se ceba con las mujeres

Si los hombres se marchan, las mujeres se quedan. La señora Estrelinha tiene 46 años y es la dulzura en persona. "Fui campesina de soltera, luego me casé y tuve dos hijos, los crié y me coloqué en el hotel Douro Park, en Resende", cuenta. "Estuve allí cinco años y me puse enferma. Salí de baja y cuando volví quisieron negociar el despido. Ahora llevo 22 meses en el paro, en dos más se me acaba. Ya estoy buscando trabajo, pero no hay nada. Así que estoy pensando en volver al terreno, al campo. Hay mucha gente parada, pero por cuenta ajena puedes trabajar días sueltos. ¿Sueldo? 25 euros por día, ocho horas y sin contrato ni nada. Un día aquí, otro allí. Como ya nadie cultiva casi nada, es muy difícil de encontrar. Pero en fin, también puedo ponerme a limpiar, o a cocinar. Espero arranjar algo".

El perfil de Estrelinha se ajusta muy bien al del parado del norte portugués. En Braga, un 65% de los inscritos en el desempleo son mujeres. La mayoría, de larga duración.

Sara Caterina Cardoso sólo tiene 22 años, así que aún no ha tenido tiempo. "Pero si sigo así no tardaré mucho. Me licencié el año pasado en Psicología y llevo muchos meses buscando trabajo. Es imposible, no hay forma. Aquí a los portugueses no nos dan oportunidades. He hecho entrevistas por todo el país, y nada, he intentado montar un Centro de Estudios con una cooperativa pero no hay fondos municipales para eso. Voy a intentar hacer un curso de idiomas a ver si me abre puertas, pero lo veo difícil. La vida aquí es muy difícil".

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