"Las alarmas contra los inmigrantes predican el odio"
"Sin visiones, los pueblos mueren". Andrea Riccardi recurre a un verso de un poco conocido poema de Karol Wojtyla para sintetizar su percepción de una Europa con un "pensamiento corto y débil sobre sí misma", con sociedades atomizadas y asustadas, políticas de inmigración "miopes" y tristes rasgos insolidarios.
Riccardi (Roma, 1950) es el fundador de la Comunidad de San Egidio, una asociación de laicos católicos presente en 70 países y con 50.000 miembros. La actividad de mediación en conflictos de medio mundo y la lucha contra la pobreza de la Comunidad le han granjeado el apodo de ONU de Trastevere (el barrio de Roma en el que fue fundada) y la candidatura al Premio Nobel de la Paz. Riccardi recibe hoy en Alemania el Premio Europeo Carlomagno y esboza en esta entrevista telefónica sus visiones como líder de San Egidio, veterano mediador y profesor de historia contemporánea, que enseña en la Universidad Roma Tre.
"La política europea es miope. Son necesarias nuevas visiones sociales"
El mediador italiano recibe hoy en Alemania el Premio Carlomagno
Pregunta. Usted recibe el Premio Carlomagno como "excepcional ejemplo de activismo ciudadano para una Europa humana y solidaria dentro y fuera de sus fronteras". En tiempos de crisis económica parecen agudizarse algunos instintos insolidarios y el ensimismamiento. ¿Cómo ve Europa en estas aguas revueltas?
Respuesta. Nosotros trabajamos para una Europa que no sea fortaleza ni caja fuerte. Ahora la gente, los europeos, están desorientados entre crisis económica, modelos sociales que se desploman y una globalización demasiado grande que asusta. La cultura mercantilista ha exaltado exageradamente la dimensión individual. El valor de la comunidad es consumido en nuestras sociedades. En este escenario se oyen en muchos lugares gritos de alarma contra los inmigrantes, que desvían la atención y corren el riesgo de que sea una llamada al odio. La política europea, asustada con respecto a la inmigración, es una política sustancialmente miope.
P. ¿En qué sentido?
R. Reflexionemos sobre los inmigrantes. Como decía Jean-Baptiste Duroselle, ésta no es una emigración: es una invasión. Impulsada por la desesperación. No serán desde luego las vallas de Ceuta o los barcos italianos los que la paren. Sólo una inteligente política en África podrá hacerlo. Dar allí a la gente una esperanza de futuro. Pero no veo muchos Estados europeos trabajando en esa dirección.
P. En Italia, el presidente Giorgio Napolitano ha alertado contra cierta "retórica xenófoba". El Gobierno de Berlusconi quiere criminalizar la inmigración ilegal. Estos temas centran el debate público, mientras la crisis desliza hacia la pobreza sectores de la población.
R. Yo estoy preocupado. En Italia, ya en la pasada campaña electoral, todos estaban convencidos de que el tema de la seguridad iba a surgir. Muchos han empezado a gritar. Yo sé que el discurso de la seguridad es rentable, pero, insisto, gritado excesivamente e inflado, es un discurso que es una llamada al desprecio y que tiene efectos perversos. Debe haber una responsabilidad del lenguaje. Mientras, la crisis arrecia, los pobres son cada vez más pobres y lo son en una sociedad en la que desaparecen las redes.
P. Las clases medias también sufren en Occidente.
R. La clase media también se desliza hacia abajo, se pauperiza, al igual que algunos de sus papeles. Pienso en el oficio de maestro y de profesor. Son figuras social y económicamente humilladas. A ello se añade la cuestión de los mayores, un problema dramático. La crisis lo desvela. Rotas las redes, la ilusión juvenil de que puedes solo se resquebraja con la vejez. Esta sociedad, con su bienestar, nos hace vivir más. Pero esta existencia alargada vive bajo la amenaza de la expulsión de una sociedad que no sabe qué hacer con los mayores. En este sentido, nuestra sociedad tiene un pensamiento corto sobre sí misma, una visión débil. Le falta visión. Creo que necesitamos nuevas perspectivas sociales.
P. ¿Dónde buscarlas? Ningún modelo parece estar en gran forma...
R. Ya murieron ideologías del siglo pasado, y ahora tenemos la muerte del mito del mercado como divina providencia. El mercado que garantiza un futuro feliz. En realidad, no es así. El problema es que sufrimos un déficit de cultura política como para poder llenar ese vacío. Nuestra cultura política se enfoca sobre temas secundarios y no encara los que requerirían esfuerzo, reflexión. Quizá es un problema de background intelectual. Es importante. De la política depende, por ejemplo, que nos mantengamos lejos de modelos sociales multiculturalistas, que yuxtaponen comunidades, como trozos de Líbano pegados unos a otros. Hay que evitar eso. Creo en el diálogo. Yuxtaponer significa marginalizar. Criminalizar.
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