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Ola de cambio en el mundo islámico | La situación en Yemen
Columna
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La agenda de la libertad

Lluís Bassets

Hay pavor en la Internacional Autoritaria. No son buenos tiempos para los autócratas. Tampoco para sus amigos y aliados occidentales. La oleada revolucionaria promete un tiempo nuevo, que exigirá una forma de gobernar y de comportarse distinta, probablemente fuera del alcance de la mayoría de los dictadores y reyezuelos que roban y oprimen a sus ciudadanos.

Los jóvenes de la plaza de Tahrir, los que de verdad han doblado el espinazo a una dictadura crucial en la geopolítica de Oriente Medio, han trazado una línea que organiza el mundo político del futuro: ya no valen las derechas y las izquierdas del siglo XX. Las ansias de libertad y prosperidad de esta nueva generación global y tecnológica dejan a un lado, y bajo un mismo estigma, a Fidel Castro y al coronel Gadafi, a los reyezuelos de la Península Arábiga y al último dictador europeo, el bielorruso Aleksandr Lukashenko; y, naturalmente, a los más eficaces y autoritarios de todos, quizás no lo más corruptos personalmente, como son los mandarines chinos.

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Ahora hay que decidirse, para que todos sepamos quién queda de un lado y del otro de la línea y cómo debe tratarse desde la parte de acá a los de la parte de allá. Lo primero, pues, es saber si queremos estar al lado de los tunecinos y los egipcios, si les apoyamos en la construcción de la democracia y la prosperidad o preferimos seguir enredando. Washington ya ha dicho que sí, rotundamente, mientras que Bruselas no se sabe muy bien si ha dicho algo y qué ha dicho. Si atendemos a la gesticulación italiana con la inmigración, estamos diciendo que no y que nos gustaba más el mundo anterior, con las poblaciones bajo el control de los dictadores. Si nos fijamos en Francia, basta con ver la cara que le está quedando a su ministra de Exteriores, Michèle Alliot-Marie, para ver que nos gustaban más los tiranos, con quienes tan buenas relaciones mantienen ciertas élites europeas, francesas sobre todo.

Esa nueva división del mundo entre autoritarios y liberales es tan sencilla de enunciar como difícil de definir y organizar. Después de un mes de vacilaciones, peleas domésticas y lluvia de críticas, la Casa Blanca y el Departamento de Estado han empezado a ponerse a la tarea. Hay talentos del pesimismo que no cesan en su imprecación contra Barack Obama. Lo último que podía admitir el pensamiento más conservador es que Mubarak cayera o que vencieran los héroes de Tahrir y que no fuera por el impulso directo de una orden salida de Washington. El ensanchamiento de la libertad en el mundo se concibe como una reducción del poder y la fuerza de Estados Unidos. Curiosa forma de contemplar a un país que tiene sus orígenes en una revolución asentada sobre la idea de la libertad del ciudadano. De modo que EE UU ha hecho lo único que no les gusta a estos apóstoles de la estabilidad: acompañar al movimiento y empezar a cambiar de posición en su actitud ante las dictaduras en el mundo.

Una nueva agenda de la libertad está ahora en el taller de las ideas para responder al desafío y poner al día a la política exterior de Washington. A diferencia de la anterior, la de George Bush, que también quería extender la democracia por el planeta, la de Obama no será militar, sino pacífica. No hay que cambiar regímenes a punta de pistola, sino exigirles que respondan pacíficamente a quienes se manifiestan pacíficamente; demandarles el reconocimiento de las libertades de expresión y de reunión; apoyar moralmente a los ciudadanos que se movilizan; y estimular a los regímenes para que respondan a las exigencias de cambio. Estas son unas primeras ideas esbozadas por el presidente, en su rueda de prensa del martes, en la que se declaró "en el lado correcto de la historia" y recordó que "la democracia es un lío, porque no tienes que negociar con una persona sino con un amplio abanico de puntos de vista".

Hillary Clinton, la secretaria de Estado, el mismo día, amplió estas ideas con una notable intervención acerca del mundo digital. Es la tecnología la que amplía el espacio público compartido del siglo XXI. Los Estados democráticos deben comprometerse para que el ágora global sea abierta y los ciudadanos cuenten con libertad de conectar. En el trato con las dictaduras, habrá que situar también en primer plan esta exigencia, que no afecta a un sector industrial, el de Internet y las telecom, sino al futuro de la libertad en el mundo. La reacción de Washington ante Wikileaks no es el mejor modelo para esta nueva agenda, pero sí lo es el esfuerzo por atrapar la ola revolucionaria. Como la revolución misma, el giro no ha hecho más que empezar y la nueva agenda, menos realista, más idealista, es apenas un esbozo que veremos crecer en los próximos meses.

(La idea de que existe una Internacional Autoritaria no es mía, sino de una periodista ucrania, la editora internacional de Reuters, Christya Freeland, y de un intelectual bielorruso, Vitali Silitski. Saben por experiencia propia de lo que hablan).

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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