Walter Veltroni, un fabricante de consensos
Walter Veltroni fue dirigente del Partido Comunista, pero asegura que nunca fue comunista. Se declara ateo, pero difundió los evangelios con el diario del partido, L'Unità, cuando era su director, y ha participado en varias peregrinaciones católicas. Veltroni encabeza desde hoy un ambicioso proyecto de renovación del centro-izquierda, pero encarna la ambigüedad que caracteriza tradicionalmente a la clase política italiana.
En un paisaje desbordante de partidos, facciones y alianzas precarias, sólo los dirigentes ambiguos son capaces de fraguar consensos. Y Veltroni ha huido, siempre que le ha sido posible, de las decisiones polémicas. Su apoyo al secretario Achille Occhetto en 1989, cuando se decidió transformar el Partido Comunista en Partido de los Demócratas de Izquierda, constituyó una de las apuestas más rotundas de su vida. Aun así estaba con la mayoría. Los saltos en el vacío no son lo suyo.
En el trato directo para las campañas, sólo Berlusconi está a la altura de Veltroni
Nació en Roma en 1955, hijo de Vittorio Veltroni, popular periodista, actor y escritor que dirigió el primer telediario emitido por la cadena pública Rai. Walter Veltroni perdió a su padre cuando tenía un año; heredó, sin embargo, la pasión paterna por el cine. Fue uno de los más jóvenes protagonistas del movimiento estudiantil surgido en 1968, fue concejal de Roma a los 21 años y diputado a los 32, ocupó una vicepresidencia en el primer Gobierno de Romano Prodi (1986) y asumió la secretaría general del Partido de los Demócratas de Izquierda (ex PCI) en 1989. Está, por tanto, curtido en la gestión de aparatos políticos.
En 2001 ganó la alcaldía de Roma y en 2006 revalidó el mandato con el 61,4% de los votos. La popularidad de Veltroni entre los votantes de la izquierda moderada y en amplios sectores conservadores (el actor Lando Buzzanca, cercano a los posfascistas, ha hecho campaña a su favor) está fuera de discusión.
Su sociabilidad y sus ganas de agradar a amigos y enemigos le empujan ocasionalmente a tomar iniciativas pintorescas. Como la de invitar a Veronica Lario, la esposa de Silvio Berlusconi, a sumarse al Partido Democrático. Esa invitación, cortésmente rechazada por la señora Berlusconi, suscitó un cierto malestar entre la militancia. Para sus críticos, Veltroni ama en exceso rodearse de personajes populares. Una de sus medidas como alcalde de Roma, la creación de la Fiesta del Cine, con más de lo primero que de lo segundo, caracteriza su estilo.
Algunos de sus viejos amigos, como el cantautor Francesco de Gregori, le negaron el apoyo en la campaña para dirigir el Partido Democrático, argumentando que como alcalde se había revelado más efectista que efectivo: "Roma se ha convertido en una ciudad que esconde sus inmundicias bajo la alfombra y nunca afronta los problemas reales", declaró De Gregori.
Le gustan el cine, la Juventus, el baloncesto (es presidente honorario de la Liga italiana) y la literatura (escribe con buen estilo y ha publicado una novela, diarios de viaje y numerosos ensayos), admira a Robert Kennedy, se maneja bien con las nuevas tecnologías, sabe hablar a los adolescentes y en el trato directo, esencial durante las campañas electorales, sólo Silvio Berlusconi está a su altura. Transmite tranquilidad, sentido común y un vago aroma de modernidad. Es el candidato perfecto. Ahora, ganadas las elecciones internas, llega el momento de las decisiones.
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