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ANÁLISIS
Columna
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Partidos políticos y feudalismo criminal

La primera vuelta de las elecciones guatemaltecas transcurrió con niveles de violencia normal en un país normalmente violento. La victoria de Otto Pérez Molina era previsible y, según las encuestas, es el más probable ganador en una segunda vuelta. En las tres elecciones anteriores, quien ha ocupado la segunda posición ha llegado a la presidencia en los siguientes comicios. Así fue con Alfonso Portillo, Óscar Berger, Álvaro Colón y está por repetirse con Pérez Molina, que fue segundo en 2007. Desde 1986 ningún partido político ha gobernado Guatemala dos periodos, y lo dominante es que haya tantos partidos nuevos como candidatos aparecen. En Guatemala se fragmentó el sistema político, esto contribuyó al debilitamiento del Estado y ahora el país vive bajo lo que podemos llamar un "feudalismo criminal".

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El sistema político guatemalteco tiene varias décadas de estar atomizado e inestable. Los actuales partidos no han logrado convertirse en instituciones y tradiciones sólidamente arraigadas en la sociedad. Los más antiguos del sistema rondan apenas una década de existencia. En medio siglo han desaparecido 59 partidos y las tres tradiciones más importantes del sistema: la Democracia Cristiana Guatemalteca, el Partido Revolucionario y el Movimiento Nacional de Liberación, que surgieron en los años cincuenta, desaparecieron, abriendo paso a una fragmentación crónica. En las elecciones del año 2007 participaron 22 partidos y 14 candidatos a la presidencia. En estas últimas elecciones han concurrido 27 partidos y 10 candidatos a la presidencia.

La fragmentación del sistema político ha favorecido al caudillismo y a feudos de poder económico y político locales, al tiempo que ha multiplicado la corrupción y el clientelismo. Este escenario de poderes locales fuertes y Estado central débil facilitó la rápida expansión del crimen organizado en diferentes partes del territorio. El país se repartió entre terratenientes, ganaderos, agroindustriales, ejércitos privados, alcaldes, caudillos locales y carteles de narcotraficantes. El Estado central quedó solo como uno más de los grupos.

La llegada del general Pérez Molina a la presidencia no tiene en ese sentido posibilidad de ser un retorno del militarismo autoritario porque no tendría con qué hacerlo. Paradójicamente, la tarea más urgente en el país es la reconstrucción y el fortalecimiento del Ejército y la Policía Nacional para que el Estado recupere poder coercitivo, autoridad y territorio. Otra gran tarea es la reconstrucción del sistema político del país. En el mediano y largo plazo la estabilidad depende de que termine la atomización del sistema político.

Un dato esperanzador para el país es, por un lado, la alta votación de los guatemaltecos y, por otro, los resultados de la elección para diputados, donde el partido del Gobierno, sin llevar candidato a la presidencia, fue el segundo más votado. Lo primero refleja progreso en la conciencia política ciudadana y lo segundo un arraigo territorial partidario que puede dar inicio a una estabilización de los partidos como instituciones por encima de los caudillos.

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Guatemala es un excelente ejemplo de lo peligroso que puede resultar el desmantelamiento del sistema político de un país. Venezuela, Bolivia y Ecuador son otros casos. No es nada fácil recuperar tradiciones, organización territorial, liderazgos, fuerza y cohesión. Cuando desaparecen los partidos, las corrientes políticas suelen ser sustituidas por cualquier tipo de ocurrencia y puede haber tantos candidatos como vanidades personales existan.

Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es consultor para la resolución de conflictos.

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