"La ONU es la última esperanza"
El sacerdote Miguel D'Escoto no tiene pelos en la lengua. Quien fuera ministro de Exteriores con el primer Gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua, tras el triunfo sandinista de 1979, presidirá a partir del martes, ya cumplidos los 75 años, la 63ª sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas. Por eso, como representante de todos los países que integran el organismo, dice que evitará un lenguaje de discordia. En los pasillos de la ONU le conocen como el Mandela Latinoamérica, por su trayectoria y su encendida defensa del espíritu y los valores sobre los que se construye esta gran familia de naciones.
Pregunta. Se dice que viene a dispuesto a dar la batalla.
Respuesta. El mundo está pasando por una crisis realmente inmoral, y no puede aguantar por mucho tiempo. Nuestras prioridades están patas arriba, claramente confundidas. Por eso hay que dejar atrás las lamentaciones y los discursos, y ponernos manos a la obra para cambiar esta situación. Más de la mitad de la humanidad pasa hambre, mientras se gastan billones de dólares en guerras. Y no se necesita ser histérico para decir que la especie humana corre el peligro de su propia extinción, o que la tierra no tiene capacidad para sostenerse. El hambre, la pobreza, el problema de acceso al agua, la carrera armamentística, la lucha contra el terrorismo y la violación de los derechos humanos... todos tienen una naturaleza transversal y comparten una misma causa remota: la falta de democracia en esta casa.
"La imagen de la ONU está en su peor momento, y es lamentable"
"Tenemos que estar dispuestos a perdonar, aunque eso no obliga a olvidar"
P. En la ONU creen que éste es el organismo internacional más democrático del planeta.
R. Sí, y me recuerdan lo del principio de "un Estado un voto". ¿Pero de qué sirve un voto si no se toma en cuenta? Ahí ya no me contestan. La mayoría está de acuerdo en que hay que poner la institución a la altura de los retos del momento, para que pueda afrontarlos con eficacia.
P. ¿Eso pasa por reforzar el papel de la Asamblea General?
R. Sí, se trata de restituir el poder perdido y dinamizarla. Es inaceptable que las resoluciones de la Asamblea, constituida por los representantes de los pueblos, no tengan más que el valor de una mera recomendación y se ignoren totalmente. La gente en la calle se pregunta con razón para qué sirve la institución. La ONU es potencialmente la organización más importante del mundo, la única que puede rescatar al planeta del pantano de egoísmo demencial que nos encontramos y encarrilarnos en la construcción de otro mejor.
P. Que la figura del secretario general esté tan devaluada, ¿le favorece en su tarea?
R. El problema es el manoseo histórico de una gran potencia respecto a ese cargo. Está demasiado vulgarizado, y cuando el designado trata de independizarse, les cae encima. Es lamentable, y hay ejemplos concretos, como el de Butros Ghali. El presidente de la Asamblea General es más independiente, pero también depende de la agenda con la que uno viene a Nueva York. Si se piensa que es un peldaño para escalar, es una equivocación. Lo que intento yo es encontrar la potencialidad de lo que se puede hacer en un plazo tan corto, porque un año pasa volando.
P. ¿Cómo va a enfocar la cuestión de la reforma del Consejo de Seguridad, que lleva años empantanada?
R. Las propuestas de países y grupos giran en torno a lograr un equilibrio en la representación geográfica, y se discute si los nuevos miembros deberían ser permanentes o tener el privilegio del veto. La falta de representatividad es importante, y es un problema que hay que resolver. Pero no pone el dedo en la llaga. Lo más grave es que se ha convertido en un refugio para quienes sistemáticamente violan los principios de la Carta de Naciones Unidas con impunidad total. Si es el órgano de la ONU que pretende evitar las guerras y garantizar la estabilidad, ¿cómo es posible que se estén perpetuando las peores anomalías? Hay intentos claros de manipulación. Y la gente lo ve, pero no lo acepta ni lo entiende.
P. ¿El lenguaje diplomático no oculta entonces la realidad?
R. Sí, y es un problema muy serio, porque se usa como sinónimo de encubrimiento. No sólo no se llaman las cosas por su nombre, sino que se usan términos para describir situaciones para apaciguar las conciencias y hacernos pensar que no pasa nada. En la ONU hay además un principio que no está escrito y que se respeta, por el que nunca se debe decir nada que pueda incomodar a los poderosos. Es una norma que va hacia el fracaso.
P. ¿Cree que por eso el organismo pierde credibilidad?
R. La imagen de la ONU está en su peor momento, y es lamentable. Si no es la ONU, ¿quién va a sumir esta tarea de convocatoria, de reflexión y trabajo conjunto? La ONU es la última esperanza y no podemos permitirnos que su prestigio siga cayendo. Y además estamos en una situación en la que el prestigio de una nación muy importante en el mundo está más bajo que nunca en su historia. Es precisamente la incapacidad que la ONU tiene para llamar a ese país al orden lo que está haciendo que el prestigio del organismo se hunda.
P. ¿Cómo va a lidiar con ese país?
R. Como en el pasado: de una forma no violenta. Pero así como digo que no es correcto no llamar a las cosas por su nombre y actuar de una forma que no incomode, también creo que no es correcto pretender echarle la culpa a un país por la situación lamentable en la que se encuentra nuestro mundo. Todos sin excepción somos responsables. Claro que unos son más culpables que otros. Pero entrar en ese debate es una pérdida de tiempo. Lo que hay que hacer es trabajar juntos por un mundo más justo y solidario.
P. Su mandato coincide con el año de la reconciliación.
R. Sí. Y por eso tenemos que estar dispuestos a perdonar, aunque eso no obliga a olvidar. No hay que permitir que los tristes recuerdos se conviertan en obstáculos. Se necesita fuerza para ello. Y si no perdonamos, hemos optado por el odio y el rencor, que sólo conducen a la muerte.
P. ¿Cree que el cambio de presidente en EE UU abrirá una nueva vía de relación entre Washington y la ONU?
R. No abandono la esperanza en la humanidad, y por lo tanto en ningún país. Si todos nos empeñamos en esta institución, creo que volveremos a la sensatez y nos encarrilaremos en la construcción del mundo que anhelamos. Querer un objetivo debe significar utilizar todos los medios a disposición para lograrlo. Ésa es la diferencia entre la veleidad y el deseo.
P. Por lo que dice, parece que quiere centrarse más en el espíritu que en la letra de la Carta.
R. El espíritu tiene supremacía sobre la letra. La letra en ciertas circunstancias mata, mientras que el espíritu libera.
P. ¿Y el hecho de que sea cura no le crea recelos?
R. Lo que veo es que me ayuda mucho. Alguien muy próximo en la ONU me hizo notar que la gente se me acerca mucho, que se abre a mí. Y yo lo siento así: el respaldo, la generosidad y la concordancia. Soy una persona fácil. Se necesita hablar con franqueza y de corazón a corazón.
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