Lula y un tercer mandato presidencial
Lula es uno de los políticos con mayor olfato de la situación. Sabe en cada momento por dónde soplan los vientos favorables o desfavorables a su popularidad. Y sabe hablar a los más no escolarizados con el lenguaje del pueblo. Ha debido ser ese instinto político lo que le ha llevado, a pesar de su popularidad récord de un 83% tras seis años de gobierno, a desistir de la batalla constitucional para poder disputar un tercer mandato presidencial a pesar de las fuertes presiones de su partido, el PT.
Lo ha afirmado sin temor a dudas ni vuelta atrás: "No seré candidato a nada en 2010", dijo la semana pasada. Y explicó el motivo que lo ha llevado a desistir de un plebiscito nacional que diera paso a un cambio de la Constitución para poder presentarse por tercera vez: "La alternancia en el poder hace bien a la democracia". No sólo no va a disputar un tercer mandato, sino que, como él mismo anotó, no disputará tampoco un escaño, ni en el Senado ni en el Parlamento. Lula no quiere que se le compare con las veleidades populistas y perpetuadoras en el poder de otros líderes de América Latina. Quiere aparecer más bien como un estadista de corte europeo.
Para Lula, un presidente saliente debe retirarse de la vida pública sin caer en la tentación de dar consejos a su sucesor. ¿Volverá a disputar las elecciones presidenciales en el futuro? Ahí, el ex tornero ha dejado la puerta abierta. Ha dicho que el tiempo dirá. Va a depender de la aprobación, aún durante su mandato, de una reforma constitucional que impida la reelección al mismo tiempo que alargue de cuatro a cinco los años de la presidencia. En ese caso, Lula podría presentarse en 2015 si para entonces siguiera viva su popularidad.
Las elecciones de 2010 serán las primeras que se disputen en 20 años y en las que Lula no aparecerá como candidato, algo que supone, políticamente, mucho para Brasil. Los escenarios que se presentan a la atención de los analistas son tres: Lula presentará como candidata a sucederle a su ministra de la Presidencia, la ex guerrillera Dilma Rousseff. Ya lo ha anunciado públicamente, y hasta se la llevó con él a su última visita al papa Benedicto XVI. Sin embargo, no es una candidatura sin problemas. El mismo Lula ha puntualizado que dependerá del consenso popular que presente antes de las elecciones. Rousseff tiene la ventaja de ser mujer pudiendo recoger el voto femenino. Lula podría también trasvasarle a ella parte de su popularidad.
Al mismo tiempo, no es la candidata que querría su partido, el PT, ya que la ministra ha tenido poca vida en su estructura, nunca tuvo un cargo en él y es vista más bien como una tecnócrata. Y sobre todo, Rousseff carece de carisma personal. Para obviar este último inconveniente, sus asesores de imagen han comenzado a trabajar: se ha quitado las gafas, sustituyéndolas por lentes de contacto, ha cambiado el color de su pelo y se ha sometido en estos días a una cirugía plástica facial.
El segundo escenario sería la victoria del candidato de oposición, el socialdemócrata José Serra, actual gobernador de São Paulo, que ya en 2003 había disputado con Lula la presidencia llegando al segundo turno. La victoria de Serra sería la verdadera alternativa de poder y la más temida por el PT, que con Lula ha conseguido ocupar masivamente el poder y que luchará para seguir manteniéndolo.
El tercer escenario es un candidato presentado por Lula pero no del PT, sino de uno de los 11 partidos aliados del Gobierno. Una hipótesis que sería muy difícil de digerir para sus colegas de partido y que cuenta con la dificultad de que no existe un candidato capaz de hacer frente al candidato de la oposición José Serra, que ya se presenta hoy con un 46% de votos en unas elecciones sin Lula.
El peligro de una continuación del lulismo sin Lula es, por otra parte, que se pueda crear en Brasil una especie de PRI mexicano perpetuado durante muchos años en el poder usando la táctica de repartir poder a los aliados, de derechas o izquierdas, sin tener en cuenta el color político del Gobierno. Algo parecido a lo que en Italia había conseguido la Democracia Cristiana, que con dicho mecanismo se mantuvo 40 años en el poder impidiendo a la oposición llegar a él.
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