Israel busca una salida del laberinto poselectoral
Peres inicia consultas mientras Livni y Netanyahu esconden sus cartas
Comenzó ayer el presidente israelí, Simon Peres, las consultas con los líderes parlamentarios de su país para tratar de encauzar una coyuntura política endiablada y que puede colocar a Israel en un callejón sin salida.
Se plantea una pelea de gallos. Tzipi Livni, la jefa del liberal Kadima, el partido con más escaños (28), se resiste a arrojar la toalla por muy consciente que sea de que carece de apoyos en el Parlamento para alcanzar la mayoría absoluta de 61 diputados. Ya ha anunciado que no respaldará un Gobierno encabezado por Benjamín Netanyahu, líder del Likud (27), que disfruta de más respaldos en la Cámara. El árbitro es Avigdor Lieberman, el dirigente ultraderechista que hoy se reunirá con Peres. Él puede decantar la balanza. Aunque, para complicar más el enredo, miembros de su partido aseguran que no apoyará a ninguno de los primeros espadas.
El ultraderechista Lieberman es el árbitro de todas las combinaciones
A las entrevistas de Peres (quien escuchará a los 12 jefes de los partidos con representación en la Kneset antes de encomendar la formación del Ejecutivo) seguirán semanas de negociaciones. Tienen de plazo hasta 42 días, según la legislación israelí.
Al final, se barajan tres soluciones: un Gobierno de unidad dirigido por Netanyahu; un Ejecutivo en el que se pacte la rotación -dos años cada uno- entre el jefe del Likud y Livni; o un Gabinete de la derecha pura y dura liderado por Netanyahu. La todavía ministra de Exteriores rechaza la primera opción. Netanyahu se opone a la segunda. Y la tercera levanta ronchas en la Administración de Barack Obama. Pero las tres son plausibles.
En Israel siempre se encuentran argumentos para permanecer al abrigo del poder. También es cierto que el proceso de formación del Gobierno es tortuoso y que los tira y afloja son una constante histórica cuando ningún grupo obtiene una mayoría nítida. Tampoco puede descartarse que los laboristas (hundidos con 13 escaños, el peor registro de su historia) entren en el juego de las alianzas, aunque sus cabezas visibles reiteren que la travesía en la oposición es vital para su regeneración.
Las posiciones de partida de los candidatos son coriáceas. Sin embargo, en las semanas venideras no sería de extrañar que alguno de los contendientes afloje en sus pretensiones y propicie lo que ayer sugería Peres. "Tengo fe", declaró el mandatario antes de reunirse con Livni, "en que se podrá crear una coalición entre todos aquellos que participan en este proceso democrático, conscientes del bien de la nación". En todo caso, Israel es un país desorientado en su política interna y cuyos dirigentes no hacen sino aumentar la confusión.
Tanto Netanyahu como Livni se declaran encantados de contar en su Gobierno con Yisrael Beiteinu, el partido de Lieberman, que dispone de los 15 escaños cruciales. Muchos votantes comprueban ahora que sus líderes son capaces de cualquier pacto para conseguir sus objetivos.
Miles de sefardíes votaron a Lieberman porque estaban convencidos de que se aliaría con el Likud y observan ahora que Yisrael Beiteinu se niega al compromiso; también miles de laboristas y del socialdemócrata Meretz se decantaron por Livni para frenar el ascenso al poder de la derecha y ven atónitos el descarado flirteo de la ministra de Exteriores con el racista Lieberman.
Porque es este líder de origen moldavo quien tiene la sartén por el mango. Sus exigencias pasan por la aceptación de un programa que suscita rechazo en los partidos ultraortodoxos y los minoritarios: el impulso a la legislación sobre el matrimonio civil y a leyes que doten al sistema político de rasgos presidencialistas para garantizar la estabilidad de los Gobiernos.
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