Los Clinton se adueñan del cónclave
La notoriedad del matrimonio oscurece los discursos de Ted Kennedy y Michelle Obama - La confusión se apodera de un partido que intenta recuperar la unidad
Barack Obama se hizo ayer a un lado para dejar todo el escenario de Denver y de millones de telespectadores a Hillary Clinton. No era necesario. Pese a su promesa de apoyo incondicional al candidato presidencial demócrata, Hillary Clinton se había robado ya antes de su discurso de anoche esta convención y ha puesto en serio riesgo el futuro electoral del partido, que lucha por reconstruir precariamente la unidad.
El ex presidente habla hoy para resarcirse de las críticas recibidas
Partidarios de la senadora amenazan con oponerse al candidato
McCain se beneficia con la división haciendo el mínimo esfuerzo
Resulta difícil para Obama transmitir un mensaje claro en este ambiente
Hillary Clinton dominó el día en esta reunión, dominó el día en los medios de comunicación, en los corrillos de los delegados y en las tertulias políticas. Esa notoriedad por parte del apellido que ha controlado el Partido Demócrata en los últimos 17 años se extenderá hoy con la comparecencia en la convención del ex presidente Bill Clinton, quien viene, según anticipan sus colaboradores, dispuesto a rescatar su memoria de los daños sufridos durante unas primarias a cara de perro.
Tal ha sido la relevancia de los Clinton que consiguieron oscurecer al menos en su reflejo en la prensa una emotiva comparecencia de Ted Kennedy y un hermoso discurso de Michelle Obama en el que la esposa del candidato relató su historia personal y el conocimiento íntimo de su marido. La intervención del ex presidente, un consumado orador, hoy puede a su vez restar visibilidad a la presentación del aspirante a la vicepresidencia, Joe Biden.
El problema Clinton podría incluso agravarse de consumarse hoy las amenazas de rebelión hechas por algunos de sus seguidores, que no aceptan el principio de acuerdo alcanzado entre ella y Obama para sortear el difícil trance de una votación en la que quede clara la mínima diferencia por la que el senador de Illinois obtuvo la nominación.
Clinton parece aceptar que, poco después de que comience la votación y una vez que se demuestre su victoria en varios Estados, ella misma solicite su interrupción y la elección de Obama por aclamación. De esa forma, ella demuestra su influencia en este proceso y Obama evita otra escenificación del conflicto.
Oficialmente, esos dos discursos de los Clinton y la elección formal del candidato deberían poner fin a este cisma. Pero es dudoso que así ocurra. Por un lado, el Partido Republicano está atacando sin compasión esa brecha abierta en la ceja del rival: cada uno de sus portavoces se deshace cada día en elogios a la ex primera dama, en lo acertada que estaba en sus críticas a Obama y en el error cometido por los demócratas al no incluirla en el ticket. Además, la herida es demasiado profunda como para cerrarla de la noche a la mañana.
Poco antes de subir al podio de la convención, la senadora de Nueva York declaró que estamos unidos junto a Barack Obama, y prometió que hará todo cuanto esté en su mano para conseguir su victoria el 4 de noviembre. En privado, sin embargo, varios de sus colaboradores reconocen que, aunque está dispuesta a la reconciliación, tanto ella como, sobre todo, su marido conservan resentimientos de las primarias que tardarán algún tiempo en eliminar.
Esta división, no sólo recuerda a los ciudadanos la vieja tradición cainita en las filas demócratas, sino que añade inseguridad y desconcierto sobre la candidatura de Obama. Con su permanente actitud de incertidumbre sobre sus deseos y sobre sus verdaderas opiniones cuando a Bill Clinton le preguntaron hace unos días si Obama estaba cualificado para ser presidente, contestó: En realidad, nadie está cualificado para ser presidente, han dejado que la sombra de Hillary Clinton se proyecte sobre esta convención de forma ya, probablemente, irreversible.
De tal manera que, cuando la senadora recuerda su experiencia en política exterior y su excelente comunicación con las clases trabajadoras, pone en evidencia las propias debilidades del verdadero candidato presidencial y acelera la huida de votos en los Estados de Ohio, Florida o Pensilvania. John McCain está al otro lado del puente llenando su saco con el mínimo esfuerzo.
Favorecidas por las encuestas que reflejan una ligera caída de Obama en la expectativa de voto, las dudas creadas por este duelo fratricida son de tal tamaño que, mientras Clinton hablaba anoche, casi podía leerse el pensamiento de muchos de los delegados presentes en el Pepsi Center: ¿Por qué no la elegimos a ella?.
Es muy difícil para Obama transmitir un mensaje claro y alto en medio de este clima. La confusión se ha apoderado del partido. Michelle Obama hizo el lunes lo que tenía que hacer: demostrar que la suya es una familia americana creada con esfuerzo, orgullosa de sus raíces y de su país. Pero algunos se han quejado de que faltan ataques frontales contra George Bush. Otros piden más agresividad contra John McCain. A unos les gusta el mensaje del cambio, otros quieren más énfasis en el combate contra los privilegios. Unos creen que hay que hablar de la raza, otros creen que no. Unos le insisten a Obama en que hable de sí mismo, otros piensan que lo hace demasiado.
Si Obama quiere hacer mañana un discurso que recoja todo lo que su partido le exige hoy, tendría que hablar durante toda la noche, y posiblemente nada quedaría en claro. Es una difícil situación para Obama, un momento delicado que tendrá que salvar, por ahora, con escasa ayuda de esta convención.
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