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Bélgica se juega en las urnas la futura convivencia de flamencos y valones

El 40% de los electores se muestra indeciso ante las elecciones del domingo

Los belgas se ahogan en dudas ante la crucial convocatoria a las urnas de este domingo. Pese a la pasión suscitada por el secular desajuste entre neerlandófonos y francófonos, más del 40% de los electores no saben todavía a quién votar para el Parlamento que debe ejecutar una nueva reforma de las estructuras del Estado, la sexta de la serie, que les permita seguir conviviendo bajo la marca Bélgica. De creer a los sondeos, un partido republicano, conservador y separatista arrollará en las provincias neerlandófonas del norte, con el 25% de los sufragios. En Bruselas y Valonia, el panorama político sufrirá solo variaciones de grado. Remata el exotismo institucional belga la posibilidad de que meses de negociaciones acaben por alumbrar un primer ministro socialista francófono, algo no visto en más de 30 años.

El nuevo Parlamento deberá ejecutar una gran reforma de la estructura del Estado
Los sondeos prevén un 25% de los votos para un partido separatista flamenco
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El independentismo da un vuelco a Bélgica

El complejo mapa político belga, divido en dos mitades estancas por una frontera lingüística que exige partidos y electores neerlandófonos en la norteña Flandes y partido y electores francófonos en Valonia, con una concesión al bilingüismo en la región de Bruselas, saltó por los aires inesperadamente en mayo ante la imposibilidad de que unos y otros se pusieran de acuerdo en cómo abordar una minúscula excepción, en torno a Bruselas, que permite a unos electores francófonos en tierra de Flandes votar por partidos francófonos. Minúscula en número, entre 80.000 y 130.000 personas, según quien cuente, pero lo suficientemente explosiva como para colocar al país en el disparadero.

El Tribunal Constitucional tiene fallado que esa excepción electoral no es conforme a la Carta Magna y la agria lucha por mantenerla o eliminarla se ha convertido en el catalizador de todas las tensiones entre la mayoría neerlandófona, que exige mayores cotas de autonomía para Flandes, y la minoría francófona de Bruselas y Valonia.

El recelo de unos ante otros viene de lejos y en las últimas décadas han sido los flamencos quienes han llevado la voz cantante, con continuas demandas de profundización en el autogobierno. Sucesivas reformas de las estructuras del Estado han llegado hasta los umbrales de la que viene, la sexta.

El catalizador ahora es un partido joven, heredero de otro con historia, la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), que no esconde su independentismo y solo lo modera para decir que aún no ha llegado el momento de que Bélgica desaparezca para ver nacer a Flandes.

Bart de Wever, un historiador de 39 años, es el líder de la N-VA y el ogro del biotopo político belga. Esta misma semana se presentó ante la prensa internacional para transmitir el mensaje de que su triunfo no supondría la partición de Bélgica y que los mercados no deberían inquietarse. Como un lobo con piel de cordero, vendió con suavidad y en cuatro lenguas su mensaje de que Bélgica no funciona; que sus dos componentes principales, Flandes y Valonia, se desempeñarían mejor por separado para ponerse ocasionalmente de acuerdo en lo que decidieran hacer juntos, y que esa es la vía a seguir, la de una evaporación de Bélgica. "No queremos una revolución, sino una suave evolución hacia mejores estructuras", apostilló. Su idea es que solo Defensa y Exteriores queden como competencias de un Estado vacío de poderes hasta que llegue el momento del último adiós en un futuro indeterminado: "No vamos a declarar la independencia inmediatamente. Bélgica se evaporará de forma gradual".

Su mensaje ha calado en la clase política, que ha optado por un tratamiento homeopático a la crisis: seguir en el proceso descentralizador belga, pero sin llegar al extremo que predica De Wever. Los francófonos proponen reformas de la estructura del Estado y lo hacen ya con fecha de caducidad, que oscila entre los cinco y los 15 años. Es decir, que a partir de 2015 podría volver a repetirse el ritual agónico de una Bélgica que lucha por su supervivencia.

El actual panorama ha dado lugar a variopintas situaciones, como el sondeo publicado ayer por France-Soir según el cual dos de cada tres franceses acogerían de buen grado en su seno a la Valonia repudiada (para satisfacción de un minúsculo partido valón que propone ya esa salida), o la especie de que Angela Merkel maniobra en la sombra para que la OTAN traslade su sede a Bonn, bulo desmentido tanto por Berlín como por la propia Alianza.

Los sondeos atribuyen al N-VA en torno al 25% de los sufragios en Flandes, en detrimento del partido del anterior primer ministro Yves Leterme, cristianodemócrata flamenco. Pero los dirigentes del N-VA vaticinan que, a la hora de la verdad, el resultado no cumplirá lo pronosticado a causa de la "campaña del miedo" que agitan sus rivales.

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