Acre, ensayo de un pogromo
Los disturbios entre árabes y fundamentalistas judíos en una ciudad de 50.000 habitantes han provocado segregaciones que evocan el nazismo
Las piedras como puños y los restos de los cócteles molotov aparecen entre los escombros calcinados. De la casa de Berta y Mohamed Ahmed queda el esqueleto. Negro. "Vivo aquí desde hace 28 años y quemaron hasta mi buzón. Los vi desde la ventana. Son gente de este barrio; los puedo reconocer", narra atropelladamente el cincuentón Mohamed. Grita y apenas resiste el llanto. "Reían mientras nos atacaban. Los vecinos habían retirado los coches para que no los quemaran. Estaba todo planeado. Los policías estaban a 100 metros; no hicieron nada, y los bomberos no apagaron las llamas".
La ciudad de Acre, patrimonio de la humanidad, es un polvorín. Catorce casas de árabes han sido arruinadas; seis, calcinadas por fundamentalistas judíos. Catorce familias viven desde entonces en un hotel de la preciosa ciudad vieja. En Acre -50.000 vecinos, el 40% de ellos árabes-, la convivencia, siempre frágil y cargada de recelo, ha recibido un golpe devastador.
Fanáticos religiosos han destruido 14 viviendas de familias árabes
El asalto impune a la residencia de los Ahmed sucedió en la madrugada del sábado 11, cuando ya había brotado la chispa de los disturbios en la festividad judía de Yom Kipur, el 9 de octubre. Un árabe se atrevió a conducir su vehículo en un barrio mixto árabe-judío. Una afrenta para los religiosos judíos en fecha tan señalada. No digamos para los más fanáticos, que organizaron una persecución inmediata. Asediaron al árabe en casa de su hija y la apedrearon durante horas. "Muerte a los árabes", chillaba la horda, según relatan varios lugareños.
Desde las mezquitas se advirtió de la agresión y cientos de jóvenes árabes se dirigieron al barrio de Shikun. Quemaron docenas de coches y destrozaron lunas de comercios de judíos en la principal arteria de la ciudad. La policía sólo controló la situación a las cuatro de la mañana, y los daños se repararon con rapidez.
A partir de ese día, el miedo y la impotencia dominan a los árabes. Muchos prefieren no hablar. La policía, que patrulla a todas horas, ha establecido controles a las entradas de la ciudad. Los llamamientos al boicoteo de los comerciantes árabes se sucedieron. Y el alcalde, Shimon Lankri, aportó su grano de arena: suspendió el festival de teatro de la ciudad, el acontecimiento anual que nutre las arcas de la población árabe, que tacha la medida de "castigo" añadido.
Una anciana judía, ya en los noventa, asiente a las palabras de las dos hijas que le acompañan. "Son nazis judíos. El boicoteo a los comerciantes árabes es como lo que sucedió en los años treinta en Alemania". Su madre abandonó Berlín en 1933 cuando el antisemitismo se desató virulentamente. El pequeño pogromo de Acre resulta también intolerable para Dov Yirmia, que lo ha visto todo a sus 94 años. "Nací durante el Imperio Otomano en un pueblo de Galilea. Después vinieron los 30 años de mandato británico. Ahora llevo 60 años bajo el paraguas de Israel. Fui oficial en la guerra de 1948. Lo sucedido no ha sido espontáneo. Ha sido planeado por racistas judíos que quieren librarse de los árabes. Mi país ha tomado el rumbo equivocado. Es un grave riesgo para Israel y los judíos".
Yirmia habla frente a una tambaleante carpa improvisada en el centro de la ciudad de los cruzados. Allí, Walaa -una joven estudiante de 20 años que prefiere omitir su apellido- siente miedo. "Vivía en un edificio de 32 pisos en el que residen otras tres familias árabes. Me amenazan de muerte desde hace meses. Tengo a un concejal por testigo, que vio quién me amenazó. No volveré", insiste una y otra vez. Y tampoco denunciará la amenaza. Teme represalias. Walaa habla hebreo, inglés y árabe, y chapurrea español. Es una palestina de Acre que, como su amiga Noor Alí -también en la calle-, gusta del atuendo occidental: nada de velo, y brazos al aire.
Colonos extremistas evacuados de Gaza en 2005 se han instalado en Acre. Los bajos precios subvencionados de las viviendas son golosos. Han florecido las yeshivás (escuelas religiosas), y los activistas que patean la ciudad afirman que son ellos quienes azuzan el fuego. Un fuego del que trata de sacar tajada el Movimiento Islámico de Israel, que aportó inmediatamente 1.000 shekels (200 euros) de ayuda a cada familia, que prefiere desvincularse de los islamistas. "Si esas 14 familias no regresan a sus hogares, el Estado estará protegiendo la limpieza étnica y respaldando a los racistas", explica el eurodiputado David Hammerstein, alucinado por lo que observó durante dos días de charlas en Acre.
Hoy y mañana, los judíos concluyen la festividad del Sukkot. Pasearán la torah por la descuidada -aquí no invierten las autoridades- ciudad vieja, habitada por árabes. Lankri asegura que extremistas judíos planean organizar disturbios. Pero, a diferencia de lo que decidió sobre el festival de teatro, dice que no prohibirá la marcha religiosa.
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