Al final de la escapada
El presidente Zapatero ha anunciado que no volverá a ser candidato. Ahora, la pregunta es: en esta situación de provisionalidad ¿conseguirá llegar hasta el final de su mandato? Aparentemente, tiene apoyos parlamentarios para lograrlo. Pero la respuesta está en las municipales. Si el PP las gana con cierta holgura, Zapatero quedará muy debilitado para afrontar con autoridad un final de legislatura tan exigente. Y el PNV y CiU empezarán a calcular los costes de aguantarle hasta el final.
Los gobernantes se sienten tan imprescindibles que se creen con derecho a marear a la opinión pública jugando al escondite con su propio futuro. Desde que Zapatero empezó a coquetear con su retirada, había pocas dudas de que el presidente no sería candidato. El debate que siguió a sus insinuaciones confirmó que en el PSOE eran mayoría los que pensaban que Zapatero ya no era la solución, sino el problema. De modo que la noticia hoy no es tanto su renuncia a representar al PSOE en las elecciones de 2012, que estaba ya amortizada, como el momento en que la ha anunciado. Botín le pidió que aplazara este debate, Zapatero ha querido mostrar que era más sensible a los ruegos de sus correligionarios que a los ruegos del banquero.
Sin embargo, el presidente ha esperado tanto a confirmar su decisión, ha dejado que se generara tanto ruido, que es dudoso que sirva a los intereses de los alcaldes y líderes autonómicos que querían su renuncia para que no lastrara sus expectativas electorales. El daño está hecho. Es difícil que esta decisión permita recuperar, en menos de dos meses, la devaluada marca socialista. Zapatero renuncia para despolitizar las municipales, el PP va a politizarlas más todavía: votad contra el PSOE para abreviar la agonía de Zapatero.
¿Por qué se va a Zapatero? Se va por la crisis, evidentemente. Hay un dato que lo dice todo: ningún presidente de Gobierno, ni Felipe González con el GAL, ni Aznar con la guerra de Irak, había tenido en su mandato una valoración tan baja de la opinión pública. Puede que haya legítimas razones personales para la retirada, que solo a él le conciernen. Y es cierto también que el presidente ya había señalado los ochos años como el tiempo razonable para gobernar. Pero si las contradicciones de Zapatero en la gestión de la crisis no le hubiesen abrasado, evidentemente no habría adelantado un año su decisión.
"Voy a hacer campaña explicando por qué hemos salido de la crisis", decía ayer Zapatero en este periódico. Estas palabras sintetizan la tendencia a negar la realidad que es la que le ha llevado a perder el enorme capital de confianza con el que llegó. El crecimiento español es mínimo, la deuda española, especialmente la privada, sigue siendo enorme; los que fueron motores de la expansión en el pasado -el crédito, la construcción y la inmigración- tardarán en recuperarse, el paro continúa aumentando, y Zapatero nos dice que hemos salido de la crisis. No aprende: el altísimo coste que ha pagado por negar la crisis no le ha bastado para escarmentar. E insiste en su optimismo bobalicón. Pero la realidad se impone: Zapatero hasta al final de la escapada.
Zapatero quedará como icono del desconcierto. Quizás sus ambiciones no estuvieran al alcance de su potencia. Salió a la ofensiva, abrió muchas líneas de cambio, y puso bruscamente el freno cada vez que las rugosidades de la realidad se cruzaron en su camino. Por eso el desencanto ha sido tan profundo. Prometió mucho: un giro en la política internacional, la España plural, la renovación generacional de las instituciones, los valores de la democracia republicana, la modernización de la socialdemocracia y la ampliación de los derechos civiles de los españoles. Todas sus promesas, menos una, se fueron desvaneciendo. La confianza de los españoles en el presidente se hundió en la crisis: no la supo anticipar, no supo valorar su importancia, no acertó a gestionarla y, a partir de mayo pasado, se le percibió como un presidente sin poder, totalmente sometido a las exigencias del poder financiero y del poder europeo. De su período quedará, eso sí, un legado: los españoles son más libres a la hora de decidir sobre sus opciones personales, gracias a las reformas emprendidas por Zapatero en leyes que concernían a las costumbres y las libertades personales. Un legado en consonancia con la evolución de la sociedad española, que espero que el PP no se atreva a desmontar.
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