"Spanjolski zbogom!"
El Ejército español se va de Bosnia-Herzegovina 18 años después de su llegada
Lo que más impresionó al entonces coronel Francisco Javier Zorzo, cuando llegó a Bosnia-Herzegovina en el otoño de 1992, fue la visión de cientos de esqueletos de edificios desmochados. Le explicaron cómo: se abría la espita del gas y se arrojaba una cerilla. Era la forma más barata de destruirlos. Sus dueños habían huido y los vecinos, en vez de ocupar las casas, preferían borrarlas del mapa. Para que nunca pudieran regresar. Para que no quedase huella de su paso por esa tierra.
Ni siquiera en la Guerra Civil española se alcanzó el nivel de odio genocida que encontró en los Balcanes el primer contingente español con bandera de Naciones Unidas. No era una guerra étnica -pues serbios, croatas y bosnios son todos eslavos- ni religiosa -ya que muchos musulmanes no pensaban que lo eran hasta que los mataron por serlo-; era un choque feroz de nacionalismos envenenados por las luchas de poder y el miedo.
46.000 militares, 23 muertos y 1.800 millones, balance de la misión más larga
El ministro de Defensa de la época, Julián García Vargas, eligió a Zorzo, que llevaba un año de asesor de la ONU, y lo puso al frente de la Legión, un cuerpo con fama de pendenciero e indisciplinado que aprovechó la oportunidad de lavar su imagen pública.
Zorzo consiguió regresar a España con los 927 miembros de la Agrupación Málaga a salvo. No tuvo la misma fortuna su sucesora, la Agrupación Canarias, que se dejó 10 bajas mortales, casi la mitad de los 23 muertos que ha tenido el Ejército en Bosnia.
En la primavera de 1993, musulmanes y croatas, hasta entonces aliados, rompieron hostilidades y los soldados españoles se vieron de pronto en plena línea de fuego. Pasaron de escoltar convoyes con ayuda humanitaria a interponerse entre dos bandos impacientes por matarse.
El 25 de abril, el teniente coronel José Luis Monterde se topó en la carretera con 230 croatas que huían de una aldea recién tomada por los musulmanes. Intentaba convencerles de que le franqueasen el paso cuando se vio rodeado. Más de un centenar de milicianos con fusiles, ametralladoras y lanzagranadas frente a 35 cascos azules españoles. El jefe de los perseguidores encañonó a Monterde y le conminó a entregarle a los croatas en cinco minutos. "Son nuestros prisioneros. Esto no va con vosotros", le dijo, mientras le apuntaba a la cabeza. Entre los que huían había soldados, pero también ancianos, mujeres y niños. Pasaron los cinco minutos. Y luego otros cinco. Y 10 más. Así hasta siete horas. Tiempo suficiente para que llegasen delegados de la ONU y se hicieran cargo de los civiles. La paciencia y la sangre fría se impusieron en una guerra de nervios.
Los combates en Bosnia terminaron después de que, en 1995, la OTAN bombardease las posiciones serbias. El comandante Enrique Cuenca realizó 116 misiones a bordo de su F-18 desde la base de Aviano (Italia). Aún recuerda la inquietud que le produjo la noticia de que observadores de la ONU, incluidos españoles, habían sido encadenados a varios puentes para que sirvieran de escudos humanos. Cuando un Mirage 2000 fue derribado, le llamó el enlace español en la base de Nápoles. "¿Sin novedad?', me preguntó. 'Si, claro', le dije. 'Sal fuera y cuenta los aviones, a ver si están todos', insistió. No entendía nada. Luego supe que el caza francés abatido utilizaba para despistar un indicativo español".
Superada la fase más aguda del conflicto, la UE tomó el relevo a la OTAN. El general Ignacio Villalaín se convirtió en diciembre de 2007 en jefe de la operación, el único que ha tenido España en estos 18 años. Pese a la aparente calma, le tocó lidiar con momentos de tensión: como la independencia de Kosovo o la entrega de Karadzic al Tribunal de La Haya. "Las heridas aún no han cicatrizado y tardarán mucho en hacerlo", reflexiona. La prueba es que, aunque los refugiados podrían volver a sus domicilios, casi ninguno lo hace. Se sienten más seguros viviendo con los de su propia comunidad. A la limpieza étnica forzada ha sucedido la "segregación espontánea", que consolida y amplía la anterior.
Hoy, en Sarajevo, se pondrá el broche final a la presencia española en Bosnia-Hercegovina, por donde han pasado 46.000 militares (casi tantos como todos los oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas) y que ha costado más de 1.800 millones. No será un ¡Spanjolski zbogom! (¡adiós españoles!) definitivo, pues quedarán 18 militares, a los que se sumarán 21 más, para formar al Ejército local, pero ya no habrá tropas de combate. Su último jefe, el teniente coronel Ángel Ramón Errezuelo, subraya que bosnios nacidos en 1992 han podido votar ya en las elecciones con toda normalidad. Aunque lo hayan hecho como sus padres: serbios, croatas y musulmanes cada uno a los suyos. Sin mezclarse. Porque lo único que les une es su objetivo común de entrar en la OTAN y la UE. Quizá el día que se diluya en Europa, empiece Bosnia a existir.
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