Crece el poder machista en los guetos franceses
El auge de islamismo extremista en los suburbios pone en retroceso los derechos de las mujeres
Samira Bellil dejó escrito su testimonio antes de morirse, a los 31 años de edad. "Excitado por mis gritos, K. me golpea con todas sus fuerzas (...) No tiene piedad alguna de mí, continúa golpeándome hasta que no tengo fuerzas para reaccionar, hasta que me doy cuenta de que tengo que seguirle si quiero continuar viva. Por lo tanto, le obedezco (...) Se acerca al reproductor de vídeo, introduce una casete; es una película X. '¡Aprende y hazlo igual!', me grita".
Nacida en Argelia y trasplantada a un pueblo de la periferia parisiense, Samira tenía 14 años cuando sufrió la primera agresión sexual por parte de un tipo que luego la traspasó a otros colegas. Su relato, publicado en 2002 en forma de libro (Dans l'enfer des tournantes), fue la primera denuncia del infierno de violaciones colectivas que se produce en ciertas barriadas de ciudades francesas.
En esos barrios surgió el movimiento Ni Putas Ni Sumisas, de carácter feminista y republicano
El Parlamento francés ha certificado una "inquietante regresión" de la condición femenina
Más allá de las fachadas elegantes de París y otros grandes núcleos urbanos, se despliega un mundo de guetos, donde la vida es difícil para la mayoría de los habitantes, particularmente si son mujeres: un clima de violencia sexual y de acosos responde a la reconstrucción del poder machista, favorecido por la tradición patriarcal de las familias de inmigrantes y potenciado por la instalación del islamismo extremista, que cuestiona todos los avances de la condición femenina.
De esos mismos barrios ha surgido también una reacción a esa deriva: el movimiento generado por la asociación Ni Putas Ni Sumisas, que propugna un feminismo laico y republicano para equiparar a las mujeres de los extrarradios con los derechos de las francesas en los espacios sociales acomodados. "Las mujeres de los barrios populares han perdido las libertades que habían empezado a conquistar", asegura Fadela Amara, la presidenta de esa asociación, que tiene 40 años y militó antes en SOS Racismo.
Hija de un argelino, desde luego Fadela Amara no lleva velo y ha apoyado firmemente decisiones significativas del presidente francés, Jacques Chirac, como la prohibición del velo islámico en la escuela pública.
A su juicio, la presión moral que se ejerce sobre las chicas de las barriadas populares es muy fuerte. Que no circule rumor alguno sobre la virginidad de aquella o de ésta; en caso contrario, los tíos del barrio pueden permitírselo todo con la afectada, incluso las palizas, las violaciones y a veces el asesinato. La preservación de la virginidad a toda costa supone un freno a las libertades y un sometimiento al control masculino y al tribunal de la comunidad. Esto no afecta exclusivamente a las mujeres procedentes de la inmigración: en barrios donde quedan franceses de pura cepa, las jóvenes viven casi igual de excluidas de los espacios públicos que las de origen inmigrante.
El caldo de cultivo es la sensación de encierro que produce la pobreza material y cultural. "En los años ochenta ya existían barrios problemáticos en muchas ciudades, pero éstos disponían de equipamientos públicos y había en ellos cierta mezcla social. No como ahora: en esos barrios se encuentran casi todos los parados y r-mistes [perceptores del subsidio de subsistencia] de cada ciudad", explica la socióloga Hélène Orain, especialista en la vida suburbial.
Por eso es menos paradójico de lo que parece la ausencia total de mujeres en los disturbios del otoño, teóricamente un grito de rabia por la marginación de los suburbios.
¿Por qué la revuelta fue tan marcadamente masculina? "En primer lugar, porque las asociaciones hicieron cuanto pudieron para que las mujeres no se implicaran", contesta la socióloga Hélène Orain. "Pero también se debió al estricto sistema de control ejercido por las familias sobre la presencia de chicas en la calle".
Otras veces, las mujeres han sido movilizadas por asociaciones musulmanas, por ejemplo contra la prohibición del velo en la escuela; sin embargo, en la última revuelta los grupos islamistas "no jugaron papel alguno en el desencadenamiento de las violencias y su expansión" y además manifestaron "todo el interés en una vuelta rápida a la calma, para evitar confusiones", según un informe del servicio policial Renseignements Généraux (Investigaciones Generales). El fenómeno que la policía ha llamado "insurrección no organizada" estaba lejos de ser la guerra del islamismo radical, aunque esa misma policía teme igualmente los "intentos de recuperación" que puedan hacerse a partir de ahí.
El pasado mes de noviembre, las mujeres se libraron de engrosar la cifra de más de 4.000 detenidos porque los incendiarios no contaron con ellas como carne de cañón frente a las filas policiales. Lo más frecuente es que no cuenten con las chicas ni siquiera en momentos cotidianos.
A menudo es suficiente con que unos cuantos mecs (tíos) exijan que no haya meufs (tías) en las actividades colectivas, para que el animador social correspondiente retroceda en beneficio de la paz pública. "Las actividades para la juventud se han convertido en ocios organizados en provecho casi exclusivo de los varones", según la socióloga Hélène Orain.
A su vez, el rechazo mostrado por gran parte de la sociedad francesa hacia los jóvenes suburbiales hace que aquellos se sientan confinados. "El racismo presente fuerza a los chicos a seguir residiendo en el barrio y ellos construyen redes para dominarlo; en cada uno suele haber cuatro o cinco individuos que mandan", cuenta una militante de Ni Putas Ni Sumisas, la menor de una familia de cinco hermanos, que pasó toda su infancia y adolescencia en el extrarradio industrial de Clermont Ferrand.
"El barrio es difícil para todo el mundo, pero en primer lugar para las madres y las hijas. Los chicos hacen prácticamente lo que quieren, pero no les acuso en bloque: muchos se sienten obligados a tener actitudes duras, esto se debe a la presión del barrio. Uno a uno se comportan bien, pero cuando van en grupo tienden a ser más violentos".
En los barrios aludidos también se produce un choque cultural entre los inmigrantes de edades avanzadas, con una tradición de fuerte autoridad patriarcal, y los hijos que, mal que bien, están escolarizados; algunos padres o abuelos siguen siendo analfabetos y dependen de los jóvenes hasta para leer cartas o documentos. Progresivamente, la autoridad patriarcal va pasando desde el cabeza de familia al mayor de los hermanos de sexo masculino.
Para las mujeres de edad, llevar un pañuelo en la cabeza puede ser sólo una cuestión de costumbre, como la del chal en las portuguesas; pero cada vez hay más chicas jóvenes que se velan en Francia, tapándose bien la cabeza y el cuello a partir de la edad de la pubertad.
"La sexualidad ya era un tema tabú para las familias que practican el islam", explica Hélène Orain. "Pero desde hace años asistimos a la llegada de imanes procedentes de otros países, que van implantando una versión muy tradicional de la mujer musulmana: velada, en casa, sumisa, que sufre todas las humillaciones que se le impongan. Es un discurso extremadamente patriarcal, machista y reaccionario".
El propio Parlamento francés acaba de certificar la existencia de una "inquietante regresión de la condición femenina" entre las poblaciones procedentes de la inmigración.
Una comisión, constituida antes de la revuelta del otoño, ha presentado un informe minucioso sobre las discriminaciones sufridas por las mujeres, cuyos efectos "son dramáticos en lo que se refiere al repudio y a la poligamia", según Marie-Jo Zimmermann, diputada del partido Unión por un Movimiento Popular (UMP) -actualmente en el Gobierno- que ha dirigido esa comisión.
Hace tiempo que las chicas de los barrios se dieron cuenta de que la escuela era la única posibilidad de cambiar de vida. Sin embargo, las adolescentes de hoy creen menos que sus mayores en los estudios como vía de emancipación. Un hecho tanto más lamentable, cuanto que sus resultados escolares son mejores que los de sus hermanos.
Entre los jóvenes de origen magrebí, el 27% de las chicas abandonan la escolaridad obligatoria sin haber logrado diplomarse, frente a nada menos que un 42% de varones. Sólo un 20% de mujeres de origen magrebí cursan estudios superiores, frente a un 34% de chicas procedentes de otros países europeos y un 44% de mujeres de origen francés, según un estudio de los investigadores sociales Frédéric Lainé y Mahrez Okba aportado a la comisión parlamentaria.
Entre las jóvenes procedentes de la inmigración caló profundamente la idea de que esforzarse en los estudios no les saca de apuros. La tasa de desempleo entre jóvenes de origen magrebí es del 22%, el doble que entre las francesas y demás europeas en Francia.
Lo afirma también el informe elaborado por la diputada Mari-Jo Zimmermann: "Al comprobar las dificultades de sus hermanas mayores en el mercado de trabajo, pese a lo que se habían esforzado en su educación, esas jóvenes (las adolescentes actuales) parecen creer cada vez menos en cualquier ascenso social a través de la escuela e incluso se muestran dispuestas a capitular".
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