La escuela portuguesa mira al futuro
El programa para adultos Novas Oportunidades para adultos ha inscrito en tres meses a 250.000 alumnos
Con un presupuesto para Educación de 6.000 millones de euros (y el 93% dedicado a pagar los salarios de los profesores), Portugal mantiene un índice de abandono escolar peor aún que el español, en torno al 50%. El porcentaje supone que 20.000 niños dejan el colegio cada año antes de acabar la secundaria. La tasa ha subido desde el 38% de 1995, aunque en 2001 era todavía más alta: 52%. Pero el país no se resigna.
El país luso soporta un abandono escolar del 50%; unos 20.000 niños salen del sistema al año
Se han cerrado 2.000 escuelas rurales y se han aumentado las horas de clase
El reto es extender la escolaridad a los 18 años y cualificar a los que abandonaron antes de tiempo. En esa pugna por aumentar la cantidad, el país que presidirá la UE en el próximo semestre añade otro reto de calidad: cualificar a una población en la que sólo el 10% de las personas que trabaja hoy han acabado la educación secundaria o superior.
Según el diagnóstico de la ministra de Educación, Maria Lurdes Rodrigues, "el salazarismo hizo un daño inmenso a la educación, el 25 de Abril multiplicó las oportunidades de acceso y en la democracia nos encontramos con dificultades de otro orden: los alumnos no acaban con éxito la escolaridad, la formación profesional tiene una relevancia muy escasa y un déficit de cualificación intolerable: el país tiene una bolsa de 500.000 trabajadores menores de 24 años que no han acabado la secundaria".
Tras la Revolución de 1974, el país fue cumpliendo etapas de 10 en 10 años. Con modestia, pero con ambición. El primer objetivo fue seis años de escuela para todos; en los años ochenta, el reto subió a los nueve cursos, y en los últimos años, a los 12. La promesa electoral del Partido Socialista es elevar la enseñanza obligatoria hasta los 18 años. Pero el momento no ha llegado todavía.
"Antes debemos superar bastantes problemas y dificultades", señala la ministra, que esta semana explicó con sus secretarios de Estado a los corresponsales extranjeros la política educativa. A su juicio, uno de los problemas del sistema era la mala gestión de un presupuesto suficiente: "En los últimos 10 años, el presupuesto de Educación se ha duplicado; el número de alumnos de la enseñanza básica ha disminuido en medio millón en 20 años, y el de profesores ha aumentado siempre", explica la ministra.
"Algo no va bien cuando el presupuesto crece fatalmente al 3% anual, somos el tercer país de la OCDE que paga salarios más elevados a los profesores y los resultados son tan malos", añade. Algunos achacan esas dificultades a los continuos cambios de Gobierno vividos desde 1974. Para Rodrigues, "esa sensación de inestabilidad del sistema es falsa. En 30 años ha habido 30 ministros distintos, pero la política no ha cambiado. Hoy, por primera vez en ese tiempo, la infraestructura está hecha. En 1974 no había escuelas ni profesores, en 1986 no había recursos. Ahora tenemos las dos cosas. Lo que pasa es que un 93% del gasto se dedicaba a pagar los sueldos de los profesores, cuando en otros países se dedica el 80%. Y eso bloqueaba la gestión".
Para intentar "racionalizar" y cumplir el compromiso de cualificar a todos los portugueses, el ministerio ha tomado algunas decisiones. Varias de ellas drásticas y agresivas. Ha cerrado cerca de 2.000 escuelas rurales construidas en el Estado Novo que tenían menos de 10 alumnos (una idea de la que se hablaba ya hace 30 años) para concentrar a los alumnos en colegios más capaces y modernos; ha impuesto 2, 5 horas más de aulas lectivas diarias, con clases de inglés, música y educación física; ha aprobado el nuevo Estatuto de Carrera Docente que refuerza la autoridad de los consejos escolares y cambia la cultura del profesorado; ha potenciado la "diminuta" formación profesional con 500 nuevos cursos y ha lanzado con el Ministerio de Trabajo el programa Novas Oportunidades, para capacitar y certificar adultos.
La oposición de los sindicatos a algunas de esas medidas, sobre todo el estatuto, ha sido violenta. Según Rodrigues, "la controversia sólo revela que había muchos problemas de organización y una excesiva rigidez de los profesores. Faltaba jerarquía, disciplina, espíritu y motivación. Muchos educadores cambiaban de colegio cada año y los mayores de 45 sólo daban seis horas de clase semanales, pero eran los que más ganaban. Eso creaba enorme inestabilidad y muchas injusticias. Ahora se abre a tiempo completo, hay más control y vigilancia, más autonomía a la vez y se aprovecha mejor la experiencia de los profesores más veteranos".
La ministra espera que "dentro de unos meses los profesores se pregunten cómo tardamos tanto en cambiar eso". Pero lo cierto es que el Gobierno necesita con rapidez resultados que animen a educadores, padres y alumnos a creer que es posible abandonar el furgón de cola de Europa. Algunos signos positivos parecen asomar en el horizonte; desde que se lanzó hace tres meses el programa Novas Oportunidades, que aspira a cualificar a un millón de personas, ya se han inscrito 250.000 personas; para los nuevos cursos de FP, las matrículas han subido un 35%, de 33.000 a 44.000 alumnos, con aumentos de un 900% en algunas regiones.
Y más: por primera vez en 10 años, el sistema tiene más alumnos este año que el pasado (24.000 más) y no por demografía; el 70% de los alumnos come ahora en la escuela (frente al 30%) y pasa ahora más tiempo en el colegio que antes; el inglés se ha extendido a todas las escuelas.
"Este país es sorprendente y responde, esas señales de mejora son extraordinarias", concluye Rodrigues. "Tal vez Portugal está ya maduro y vamos a recuperarnos más rápido de lo que pensábamos".
Del analfabetismo al Nobel
Leyendo las Pequeñas memorias de José Saramago se tiene, gran parte del tiempo, una sensación extraña. Al ver la precaria educación que recibió en los años treinta aquel niño flaco del Ribatejo al que su padre policía trasplantó a Lisboa, parece casi un milagro (ateo y comunista, claro) que Saramago acabara ganando el Nobel de Literatura. Pero el caso es que en Portugal, donde mucha gente critica sin piedad el sistema educativo, no dejan de salir escritores y poetas geniales, arquitectos e ingenieros respetados en todo el mundo; políticos, compositores, ejecutivos y científicos de talla internacional (por no hablar de futbolistas, que no viene al caso).
Ese éxito en tantos campos convive con una anacrónica realidad: la fascinación por la selecta casta de los "doctores", que en realidad no son doctores sino apenas licenciados; manía que se revela todavía en usos sociales (el saludo, las cartas...) no exentos de cierta sumisión decimonónica. Pero junto a esa doctoritis que Portugal comparte con Italia, hay mucha gente que considera la educación un valor menor. Según el análisis de la ministra de Educación, es una contradicción: "Muchos refranes populares desvalorizan la educación: 'aprender para ser burro', 'lo que vale es la escuela de la vida'... Eso existe todavía entre gente que pasa dificultades. La gente comprende que para ser una nación desarrollada y moderna se tiene que cualificar. Y lleva a sus hijos a hacer la secundaria. Hace 30 años teníamos un 30% de analfabetos, hoy sólo quedan algunos jubilados. La demografía ha ayudado, pero hay que entender que, en mi generación, durante el salazarismo, sólo un 7% íbamos a la universidad. Treinta y cinco años después, entran el 60% de los que acaban secundaria, sólo hay un analfabetismo residual
y los jóvenes no dejan la escuela antes de los 15 años. Hace sólo 15 años teníamos un problema de trabajo infantil".
Para Rodrigues, "entre el país de doctores y el que desvaloriza los saberes formales, hay una ganancia: la percepción de que la educación permite la movilidad social".
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