El verano que murió Elvis
Pocos lo recordarán pero aquel fue un verano frío y desapacible en España. Puede que el más frío del siglo XX. El ambiente en los mercados financieros no era mucho más agradable. Para mediados de agosto la Bolsa de Madrid acumulaba, solo en verano, unas pérdidas del 18% y la de Nueva York del 8%. Algunas que no caían (como Tokio o Londres) lo habían estado haciendo en las semanas anteriores. La semana de la muerte de Elvis se puede decir que caían todas, anticipando en EE UU una fuerte reducción interanual del beneficio unitario de sus empresas no financieras, algo que podrían estar descontando ahora también.
El temor a una nueva recesión de la economía norteamericana se había generalizado (como en estos momentos) hasta tal punto que un antiguo asesor del presidente Nixon sentó las bases de lo que luego sería una frase famosa: "La única función de las previsiones económicas es hacer que la astrología parezca respetable".
Muy asustada por el incremento de la inflación, la Reserva Federal de los EE UU acababa de iniciar una fuerte subida de los tipos de interés de corto plazo, pero la inflación subía más deprisa aún y eso hacía que los tipos de interés reales (que resultan de restar la inflación del tipo nominal) fueran negativos: como ahora, pues a pesar de que tipos e inflación sean mucho más bajos en 2011, la diferencia entre ambos es negativa en las principales referencias de EE UU y Europa.
El euro, claro está, no existía pero, si hubiese existido (es decir, recomponiéndolo con la cotización de entonces de las monedas que lo forman) el día que murió Elvis se hubiera cambiado por 1,47 dólares (ayer el cambio era de 1,44). En ese verano, a una primera aproximación a lo que luego sería el euro, la llamada serpiente monetaria, se la daba ya por fracasada.
En el desconcierto aún reinante posterior a la recesión de 1974-1975, los Gobiernos ensayaban todo tipo de fórmulas para impulsar el crecimiento, sin que ninguna pareciera funcionar como debía, y la discusión sobre la retirada de los estímulos fiscales hacia furor. Sin embargo, en algunos ámbitos se tomaban decisiones adecuadas. Así, el Fondo Monetario Internacional, en ese 1977 de la muerte de Elvis, intentaba dar forma a un nuevo modo de financiarse por el que los países que habían acumulado enormes reservas de divisas gracias a la subida del precio del petróleo (países de la OPEP) prestaran al Fondo por encima de lo que su cuota de participación en él señalaba. De esa manera el FMI podría, a su vez, realizar préstamos a los países importadores de petróleo que hubieran acumulado un déficit exterior difícil de financiar en los mercados internacionales (en 1977, España, de manera bilateral, recibió un préstamo de ese tipo de la Agencia Monetaria de Arabia Saudí).
El que era entonces director general del FMI ha sugerido hace unos días que se proponga a China y otros países emergentes con exceso de reservas de divisas el realizar ahora una operación parecida. Ello le daría al FMI un papel más importante en la crisis de la eurozona y liberaría al BCE parcialmente de una función que desempeña de manera incómoda, a la vez que aflojaría la presión sobre las reservas de Alemania.
Una iniciativa tan razonable, debería ponerse en marcha cuanto antes. Al fin y al cabo, la acumulación exagerada de reservas en alguno de los bancos centrales siempre es un síntoma de los desequilibrios internacionales existentes y debe contribuir a la desaparición de esos desequilibrios. La negativa de Francia a hacerlo así en los años treinta, cuando tenía casi un tercio de las reservas mundiales de oro (igual que China tiene hoy casi un tercio de las reservas de divisas) impidió la financiación adecuada del déficit exterior alemán, lo que, junto con la falta de expansión monetaria interior, es considerada como una de las principales causas de la Gran Depresión.
El verano actual no ha sido tan frío (solo el más fresco de los últimos 10 años), pero la temperatura de los mercados financieros ha sido muy similar a la del verano de la muerte de Elvis. Quizá dentro de 34 años, en mitad de otra crisis, alguien lo recuerde como el verano que murió Amy. Amy Winehouse, claro.
Juan Ignacio Crespo es analista económico.
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