Que no se os pase el arroz con el despido
"Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor". La ayudita del mercenario francés Bertrand du Guesclin convirtió a Enrique de Trastámara en rey de Castilla, frente a su hermano Pedro. Corría 1369.
Como Du Guesclin, una buena reforma laboral ni quita ni trae empleo: lo crea el empresario, si hay demanda (y crédito). Pero la reforma ayuda a generarlo y dificulta su destrucción. Facilita que cuando llegue la expansión, las contrataciones sean más rápidas y su ritmo más intenso.
A condición de que todo sea claro y se llegue a tiempo.
Un virus frustrante infecta la situación actual. Casi todo lo necesario está encima de la mesa, pero nada acaba de funcionar. Hay seis paquetes de medidas económicas en marcha o en ciernes: el presupuesto, el plan de infraestructuras, el decreto de Zurbano, la reforma laboral, el plan de estabilidad / austeridad y la Ley de Economía Sostenible.
Quien reviente este pacto, como hizo la CEOE, se arriesga a una reforma salvaje
¿Son malos? No. Cuesta poco coincidir con Elena Salgado en que, en general, "hay un gran consenso en que son razonables". Pero no basta la razonabilidad. Más aún si se opta por tanto paquete fragmentado, se requiere un relato común, épica, símbolos. No vale el relato de "que paguen los ricos" ni tampoco "que paguen los de siempre". Debe ser el de compartir con equidad, entre todos, la factura de la crisis. La épica: el esfuerzo. Los símbolos: claros.
Cada vez que de un paquete cae o se excluye una medida clave, sufre la legitimidad del invento. Sucede cuando se aplazan los créditos rápidos del ICO del pacto de Zurbano. Cuando se olvida el alargamiento de la edad de jubilación, de 65 a 67 años, del plan de estabilidad. Cuando se excluye un ejemplarizante cierre de ministerios inútiles (de competencias mayormente ya traspasadas), en el plan de austeridad. Cuando se renuncia a proponer a la UE tasar los réditos de las grandes sociedades patrimoniales, mientras se sube el IVA en el presupuesto.
Cuando las medidas estrella se apagan, las otras se estrellan en la oscuridad. A nadie movilizan. Los pactos de mínimos lucen la ventaja inmediata de que suscitan poca inquina. Y la fatal desventaja de que logran efectos mínimos.
Veremos qué sucede con la reforma laboral, que parecía bien orientada. Impecable en el diseño de disminuir la temporalidad y simplificar las bonificaciones, priorizando el empleo de los jóvenes y la formación de los menos formados. No será ese el caballo de batalla, sino las medidas estrella que retocan levemente el despido, y que fruncen el entrecejo de los sindicalistas. ¿Con razón?
Una es la extensión a los varones de entre 30 y 45 años del contrato ya existente desde 1997 con indemnización de 33 días (no 45). ¿Abarata el despido? No de quien ya tiene empleo. Y quien no lo tiene, carece de derecho a cobrar por despido. Otra, la exitosa fórmula austriaca (paro del 5%), por la que cada quien se lleva la indemnización previamente acumulada al siguiente empleo.
La tercera es que el Estado pague parte de la indemnización (8 días de 20) en los despidos colectivos / objetivos de 1997, sin perjuicio mayor al despedido. No sería un enorme coste para el erario. Y se acerca, en suave, a la idea más radical de un empresario calvinista corresponsal de esta columna:
-¿Quién puede crear empleo duradero en este momento?
-Sólo el empresario que aún tenga ideas.
-¿Por qué no lo hace?
-Porque le asustan las indemnizaciones a pagar si le va mal.
-¿Qué le tranquilizaría?
-Que el Estado asumiese las indemnizaciones a los contratados de 2010 y 2011.
Si la flexibilidad suave cae de la reforma, vendrá la salvaje. Los sindicatos tienen la vara alta del veto: Rodríguez Zapatero les prometió no legislar contra su criterio. También Aznar López juró "no interferir" y aseguró mediante portavoz el 22 de marzo de 2000 que no iba a "imponer una reforma que no esté consensuada". El 2 de marzo de 2001 dictó su decretazo.
Era la aplicación del principio de la fuerza de gravedad.
La CEOE estuvo a punto de conseguir el pasado verano una rebaja en las cotizaciones sociales. Pero sobreactuó con el despido y reventó la mesa. Ahora no hay caja para esa rebaja. Si los sindicatos no son más listos, también se les pasará el arroz con el tabú del coste del despido. Por el principio según el cual siempre hay una fecha de caducidad.
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