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La inflación sin alimentos ni energía cae por primera vez

Las presiones deflacionistas hacen descender en abril más de la mitad de los precios que componen el IPC

Alejandro Bolaños

El IPC de abril deja otro de esos datos que, por insólitos, revelan la profundidad de la crisis. Por primera vez desde que el Instituto Nacional de Estadística (INE), hace más de 24 años, empezara a depurar los elementos volátiles (energía y elementos frescos) para quedarse con los componentes más estables de la cesta de la compra, ese índice, bautizado como inflación subyacente, reflejó un descenso de precios. Es un retroceso leve, un 0,1% respecto a abril de 2009, que se explica por caídas en más de la mitad (32 de 57) de las rúbricas que analiza el INE.

La deflación, una de las amenazas con las que convivió la economía española en lo peor de la recesión, se resiste a ser enterrada. Entre marzo y octubre de 2009, el IPC se movió en terreno negativo, zarandeado por las brutales oscilaciones del mercado del petróleo. Entonces prendió el debate sobre la temida espiral deflacionista: si la bajada de precios no logra reactivar la demanda, los márgenes empresariales caen, la inversión y el empleo se reducen, la confianza se resiente y el consumo baja, lo que induce otro descenso de precios... y vuelta a empezar. En aquellos meses, el Gobierno y los expertos se apoyaron en el muro de defensa de la inflación subyacente para conjurar la amenaza. Pero, según la estimación divulgada ayer por el INE, ese muro cayó en abril.

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"El miedo a la deflación en España golpea al euro", fue la portada del Financial Times en su edición electrónica. El secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, trató de aquietar las aguas. "Es un dato puntual, la inflación subyacente volverá a los valores de los últimos meses, tasas pequeñas pero positivas", mantuvo en conferencia de prensa.

Campa esquivó las preguntas sobre la relación de la caída de precios con la debilidad del consumo. Y se parapetó en el efecto calendario: la comparación con abril de 2009 estaría distorsionada porque la Semana Santa (y los consiguientes aumentos de precios en viajes, hoteles y restaurantes) discurrió el año pasado íntegramente en aquel mes, y en 2010 se ha repartido entre marzo y abril. Otros argumentos retienen al fantasma de la deflación en sus grilletes: el índice general, el IPC, prosigue su escalada y se sitúa ya en una tasa interanual del 1,5%, una décima más que en marzo. Y en julio entrará en vigor la subida del IVA (del 16% al 18%), que debería traducirse en un repunte generalizado de los precios.

Aun así, los rescoldos de la duda se reavivan. Y presiones deflacionistas, haberlas, haylas. El contraste entre lo que ocurre con los productos energéticos y el resto es significativo. Los carburantes acumulan una subida anual del 24%, muy similar a la que experimentaban hace dos años, cuando el IPC remontaba hasta el 5%. Pero la capacidad de arrastre del precio del petróleo (los efectos de segunda ronda) en una economía golpeada por año y medio de recesión es ahora muy distinta. La guerra comercial en los supermercados mantiene a raya los precios de los alimentos, los bienes industriales no energéticos (-1,5%) encadenan meses a la baja y los servicios (0,8%), un sector tradicionalmente inflacionista, registran el menor incremento en, al menos, medio siglo.

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