"I want my money back!"
Acabó ayer el rediseño del mapa de las cajas de ahorros, que vamos a reconvertir con dinero público. De momento, 12.000 millones de euros en concepto de inyección de capital; y probablemente hasta unos 30.000 millones en préstamos blandos, para reducir el número de entidades a menos de la mitad. Correcta, la disminución de esa lista y el intento de que las supervivientes aumenten su tamaño. Aunque algo tardía. En torno a un año y medio más tardía que el recauchutado de los bancos europeos.
En cualquier caso, si la cifra de recursos se queda ahí, la factura sale barata, pues las cajas suponen la mitad del sector financiero español. ¿Barata? Por supuesto, en términos comparativos. El Royal Bank of Scotland, él solo, ha recibido en distintos conceptos más de 200.000 millones, más que el PIB danés.
Los villanos financieros de aquí son algunos cajeros, y nadie se lo reprocha"
Pero todavía más barata que al contribuyente le sale la operación a las entidades beneficiadas. Los créditos públicos calificados como aportación a sus fondos propios, se otorgan a un tipo del 7,75% anual, por un periodo de cinco años (ampliable a siete). Atención con la cifra, que es engañosa para el ciudadano corriente, puesto que es bastante superior al tipo de un crédito hipotecario. El coste del crédito es muy inferior al coste del capital, que oscila hoy en los mercados financieros en torno al 10,5%. De modo que los créditos públicos a las cajas en apuros no son caros, sino cerca de tres puntos más baratos. O sea, la generosidad pública es muy considerable.
Por eso tiene sentido que la ciudadanía esté atenta a que se le devuelva su dinero, hasta el último céntimo, en el plazo acordado. El lema acuñado por la Thatcher, "I want my money back!", adquiere en este caso todo su sentido. Más aún cuando en su mayoría este dinero va a tapar agujeros producidos por la mala gestión de los cajeros, sobre todo un exceso de concentración de riesgos (en el sector de la construcción residencial). Resulta curioso que en España se haya importado la atribución de la culpabilidad de la crisis a los bancos, cuando estos, a diferencia de EE UU, Reino Unido, Alemania, Bélgica, Holanda y otros países, todavía no han costado un céntimo al erario, a diferencia de la onerosa factura que supuso su reconversión en los años ochenta. Los villanos financieros de aquí son algunos cajeros, y nadie se lo reprocha. El problema que entraña esta desmemoria, este riesgo moral, es que puede relajar la exigencia social de devolución de los créditos ahora dispensados.
Esta reconversión plantea otros dos problemas. Uno es la desvergüenza con que algunos de los responsables de los desaguisados presentan su alianza subvencionada: como una operación agresiva para ganar tamaño. Es el caso de la agrupación fría entre Caja Madrid, Bancaja y otras cinco. Como si fueran héroes, en vez de mendigos de la caridad pública. Esta obscenidad no retrata a Rodrigo Rato, nuevo en la plaza y más listo que el hambre, pero sí a casi todos sus comparsas, del valenciano al mataronense. Un daño colateral de estos camelos mercadotécnicos es la desinformación: vamos publicando rankings del mapa futuro sumando partidas que habrá que depurar, como la de los créditos dudosos y los morosos. El otro problema es de mayor calado. Las fusiones frías o SIP (Sistema Integral de Protección) crean ya bancos que concentrarán la operativa financiera de las cajas asociadas. Práctico. Pero así, el mecanismo para que opten a la desmutualización está ya disponible: si además el (contado) dinero público no basta para arreglar sus problemas, servirá para acudir a los mercados en busca de recursos adicionales. Si al final unas cuantas entidades se privatizan por la puerta de atrás, al menos que sea con transparencia. Y pagando el justiprecio a sus entidades fundacionales o a los contribuyentes.
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