Aquel sonido victorioso en la radio...
Para los niños de los cincuenta, Di Stéfano fue, antes que nada, un sonido victorioso en la radio. Su nombre resonaba como un latigazo siempre asociado a alguna proeza que transportaba nuestra imaginación a cualquier territorio desconocido: el Parque de los Príncipes, Belgrado, Heysel, San Siro... En aquellos años en los que yo aún no había visto un campo de fútbol (ni siquiera un trozo de césped porque en Madrid no los había) sí sabía que había por ahí una hueste aguerrida y triunfal, que capitaneaba el tal Di Stéfano, capaz de cualquier logro. Invariablemente, cada año regresaban con la Copa de Europa, en desfile en coches descubiertos por la autopista de Barajas.
Alcancé a verle jugar. Ya mayor, un poquito fondón (menos que Puskas, desde luego), calvo y ceñudo, pero indomable aún. Con frecuencia me preguntan cómo jugaba y no es exagerado decir que jugaba como tres juntos: como un medio de quite y creación, como un mediapunta que dirigía y aceleraba el juego y como un finalizador implacable. Junten a Redondo, Zidane y Ronaldo en una misma figura y se podrán hacer una idea bastante aproximada. Se movía por todo el campo, quitaba, armaba y llegaba al gol. L'Omnipresent. El Omnipresente, le calificó L'Equipe cuando le dio el Balón de Oro. Su presencia permanente en el orden de la jugada no le impedía llegar al remate y acumular goles en la proporción que se le exigía a un delantero centro que se dedicara sólo a eso, al gol. Y tenía estilo, eso indefinible que conocemos como clase. Era elegante. Y era fiero. Era, como Martín Fierro, toro en su rodeo y torazo en rodeo ajeno. No había escenari
No es exagerado decir que jugaba como tres juntos. Junten a Redondo, Zidane y Ronaldo y se harán una idea
Representaba todos los valores del juego. Él fue quien implantó en el Madrid la doble necesidad de ganar y jugar bien
o ni ocasión que le intimidaran.
Con frecuencia se debate sobre quién fue el mejor jugador de la historia, si él o Pelé o quizá Maradona. Recuerdo que la propia FIFA se enredó en esa elección en busca del mejor jugador del siglo XX. Aquello acabó en una pelea de primas donnas entre Pelé y Maradona, que si Internet sí o Internet no, y el premio, al final, fue compartido. Pero a la hora de elegir el mejor club del siglo XX no hubo duda: fue el Real Madrid. Y Florentino Pérez tuvo el buen gusto de encargar a Di Stéfano que recogiera el premio, siendo como ha sido el hombre que había elevado al Madrid a esa condición.
Al Madrid le hacen diferente, ante todo, aquellas cinco primeras Copas de Europa, ganadas en serie por el equipo que él lideró y que a mí me estremecía por la radio. En las cinco finales victoriosas marcó al menos un gol. El fútbol es deporte de equipo y quizá lo inteligente sea considerar el mejor al que más consigue elevar el nivel de un equipo. Por eso con frecuencia pienso que, si tuviera que escoger a un jugador para ganar un partido concreto, quizá hubiera escogido a Pelé, pero, si tuviera que escoger un jugador para una o cinco temporadas, me habría inclinado sin duda por Di Stéfano.
Además, fue un innovador. Apareció en el fútbol cuando todo el mundo jugaba la WM, cuando a cada número correspondía una posición y una misión fija, y el fútbol se descomponía en una suma de duelos por parejas: lateral contra extremo, medio contra interior, delantero centro contra defensa central... Y venía a ganar aquel equipo que se impusiera en más de estos duelos. Di Stéfano alteró aquello con su ir y venir constante y corajudo, en el que se apoyaba no sólo en un fondo superior, que lo tenía, sino también en la velocidad que le caracterizó. De ahí su apodo, La Saeta Rubia, que se trajo ya desde River Plate. Arrigo Sacchi suele decir que Di Stéfano transformó la foto fija en cine.
Tantos años después, el fútbol le rinde homenaje. Magnífico. Hoy se descubre su estatua, que reproduce sus saltos tras un gol al Vasas de Budapest en la Copa de Europa, obra de Agustín Vega, uno de los clásicos de la foto deportiva, tantos años fotógrafo de As.
Es hermoso que el fútbol valore sus símbolos y es hermoso que este octogenario reciba ahora el reconocimiento a aquella tarea tan bien hecha, ya lejana, pero aún presente. Todos los valores del deporte estaban representados en su juego hasta la excelencia: destreza, potencia física, compañerismo, tenacidad, respeto al rival en la victoria y en la derrota, determinación en la búsqueda del triunfo... Él fue quien dejó implantada en el Madrid la doble necesidad de ganar y jugar bien. Quizá por eso el Madrid es el único equipo que gana la Liga y a pesar de eso echa al entrenador, como ha ocurrido con Florentino y Del Bosque o con Calderón y Capello.
Pobres. Ninguno de los dos tuvo a Di Stéfano. Pero les exigimos como si le hubieran tenido.
Alfredo Relaño es director del Diario As y autor del libro Gracias, vieja junto a Enrique Ortego.
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