El gimnasta incombustible

"A Gervi habría que tenerle siempre compitiendo". Lo decía hace unos años Alfredo Hueto, su entrenador de toda la vida, el mismo que le descubrió cuando aún no iba al colegio y guió sus primeros pasos en Barcelona. Lo decía porque Gervasio Deferr, triple medallista olímpico , y, más difícil todavía, en tres Juegos diferentes, era el tipo de gimnasta, de deportista, que saca lo mejor de sí mismo en los grandes momentos, cuando otros dudan, cuando otros tiemblan, él fruncía el ceño, ponía cara de malas pulgas, resoplaba al saludar y ejecutaba sus ejercicios como si fuera imposible un fallo.

Esa cualidad, más que sus asombrosas piernas, más que su innata coordinación y su increíble capacidad para saber dónde estaba cada parte de su cuerpo cuando surcaba el aire con sus mortales, es la que convirtió a Deferr, catalán de padres argentinos exiliados, en uno de los mejores deportistas españoles de la historia. Y de los más directos. Sus opiniones políticas, escoradas a la izquierda, sus filias y sus fobias, las soltaba a los cuatro vientos sin temer las consecuencias. Incluso cuando le retiraron la plata en suelo de los Mundiales de 2002 por haberse fumado un porro lo dejó claro: "Lo que he hecho no es tan grave", dijo entonces. Pero cumplió el castigo y volvió. Para cerrar la boca a sus detractores con su segunda medalla olímpica. Fue igual de sorprendente que la primera. En ninguna de las ocasiones partía como favorito, pero sus rivales se estrellaron y Deferr pasó a la historia.

Ahora que Hueto está en México, que su cuerpo de 30 años cumplidos, mil veces reventado por las lesiones y mil veces recosido y recuperado para la gimnasia, ya no responde como antes, Deferr se despide, se retira, deja la gimnasia. Muchos lo intuían porque tras sumar la plata en suelo en los Juegos de Pekín a los dos oros en salto, en Sidney y Atenas, parecía imposible que el catalán encontrara motivación para seguir entrenándose. Más aún cuando en cada salto, en cada pirueta, el cuerpo le chirriaba. Pero como Gervi siempre es Gervi, un gimnasta caóticamente disciplinado que igual despertaba pasiones que recelos, también había quien decía: "Ha vuelto a entrenarse. Estará en Londres".

Hoy la gente de la gimnasia, del deporte, le rinde un merecido homenaje en Madrid. Él ya ha empezado a trabajar con gimnastas jóvenes y ha puesto su nombre al servicio de un ambicioso proyecto: que el próximo medallista salga del gimnasio que ha montado con antiguos compañeros de equipo en el barrio barcelonés de La Mina.