La boda real y el Barça-Real
- "Siempre ha habido en mi carrera mentes pequeñas y mediocres que me han criticado". José Mourinho, esta semana.
Hay dos tipos de personas en el mundo, a los que les gusta el fútbol y a los que no. ¿Con qué sueñan los que no? ¿De qué hablan? ¿Qué consuelo les da la vida? Habrá algunos que se entretengan con el cine, o con la PlayStation, o con la literatura rusa del siglo XIX. Pero lo único que le hace la competencia al fútbol como fenómeno global de masas es el ruido que generan las vidas de los famosos. La semana entrante ofrece a este sector el equivalente de la final de la Copa del Mundo: la boda entre el príncipe Guillermo, el futuro rey de Inglaterra, y la futura princesa Catalina Middleton.
La rivalidad entre los dos equipos españoles ofrece todo lo que tiene la monarquía inglesa, y más
Los futboleros también tendrán su plato fuerte: el primero de los dos partidos de semifinales de Champions entre el Real Madrid y el Barcelona.
Pero, seamos honestos, seamos objetivos, seamos fríos en nuestro análisis: entre la boda real y el Barça-Real no hay color. La rivalidad entre los dos equipos españoles ofrece todo lo que tiene la monarquía inglesa, y mucho más.
En otros tiempos no hubiera estado tan claro. Antes de la muerte de la Princesa Diana los royals ingleses daban mucho de sí. Ella tenía sus amantes, su marido tenía la suya; la princesa Ana se divorció; se incendió -misteriosamente- el palacio de Windsor y a la entonces esposa del príncipe Andrés, Sarah Ferguson, la pillaron los paparazzi con un millonario tejano chupándole los dedos de los pies. Para la reina Isabel aquellos fueron tiempos horribilis. Para los demás (incluso para algunos futboleros) fue la mejor telenovela de la década de los noventa.
Pero, hoy en día, si lo que se busca es teatro, si el objetivo es el cotilleo, la realeza inglesa no está en condiciones de competir con el mejor club de fútbol del siglo XX. Guillermo y Kate, tan felices ellos, son unos sositos. Esperemos que nos den alguna alegría en un futuro no muy lejano, pero, hoy por hoy, de escándalo, ni rastro.
El Real Madrid, en cambio, nos da infinito material de conversación. El fútbol es lo de menos. Su presidente, Florentino Pérez, se ha divorciado más veces que Enrique VIII. No les ha cortado las cabezas a los entrenadores caídos en desgracia, pero desde que fueron expulsados de su corte ninguno, con la excepción de Vicente del Bosque, la ha levantado. Hoy (¡gloriosos tiempos en los que nos toca vivir!) el escenario del Bernabéu ofrece el mejor teatro del planeta. Nada que ver con el deporte, una vez más, y todo que ver con José Mourinho, cuyo golpe de Estado el verano pasado acabó con años de decadencia señorial e instaló un régimen cuyas características superan la capacidad de invención de Samuel Beckett, Harold Pinter o cualquier otro dramaturgo del teatro del absurdo. Combina la eficiencia y la farsa, la disciplina y el disparate, el poder absoluto y la frivolidad. O' rei Mourinho -"le Madrid c'est moi"- hace y dice lo que le da la santa gana, y -salvo el retirado rey padre Alfredo Di Stéfano- la corte aplaude sus caprichos. Incluso Jorge Valdano, elegante víctima del totalitarismo mourinhiano, baila a su compás.
En este terreno el Barcelona no puede competir. Desde la salida de Joan Laporta, el Mourinho catalán, el entretenimiento que ofrece se limita al campo de fútbol. En tiempos de los bad boys Zlatan Ibrahimovic y Samuel Eto'o, protagonistas ambos de jugosos desamores, había tema, pero ahora lo que reina en Can Barça es la paz del seminario. O de la familia real inglesa, cuya inminente boda no se puede comparar como espectáculo con los dos partidos que disputarán el Madrid y el Barcelona en los próximos 10 días. El guion de la boda está escrito; en los enfrentamientos que protagonizarán los dos grandes clubes españoles puede pasar cualquier cosa. Gane quien gane, sea el fútbol de la calidad que sea, habrá show. Expulsiones, acusaciones, conspiraciones, pisotones: esto seguro. Y, ¿quién sabe? Al corderito Leo Messi le puede volver a salir el león que lleva dentro y en vez de disparar a las gradas del Bernabéu lanza un misil a la cabeza de Mourinho. Se supone que no, pero lo maravilloso del espectáculo más grande del mundo es que nos da a todos la posibilidad de soñar.
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