El Obradoiro vuelve a ser club de amigos
La directiva de siempre desplaza a los gestores profesionales y despide a Juane
En el Xacobeo Blu:Sens convivían hasta esta semana dos directivas distintas. A principio de temporada, los históricos que pleitearon durante 20 años para que una alineación indebida del Murcia en 1990 devolviera al viejo Obradoiro a la cúspide del baloncesto, hicieron sitio de mala gana a un grupo de gestores profesionales, capitaneados por Miguel Juane, prestigioso abogado y ex jugador del club, para que gobernaran la nueva era en ACB. Lo exigían los patrocinadores —el más influyente, la Xunta, a través del Xacobeo— y el sentido común, que pedía a gritos remozar las vetustas estructuras de aquel Club de Amigos del Baloncesto, como siempre se llamó el Obradoiro, para sobrevivir en la competición profesional.
Mientras el equipo resistió por la mitad de la tabla —con sus memorables triunfos sobre Madrid y Joventut— los codazos fueron sólo por salir en la foto. El presidente de siempre, José Ángel Docobo, astrónomo de profesión, sacaba pecho con la posibilidad de jugar la Copa del Rey (reservada a los ochos primeros) mientras el entrenador, Curro Segura, cruzaba los dedos para que su exigida plantilla no tuviera que sacrificar una semana de entrenamientos en Bilbao.
Bastó con que asomaran las previsibles derrotas (seis consecutivas desde que comenzó el año) de un equipo improvisado en mes y medio, para que el matrimonio de conveniencia saltase por los aires el pasado lunes. Ya no se trata de discutir si los directivos de corbata viajan a los partidos en avión, mientras los sacrificados de toda la vida hacen kilómetros en coche. Con la epidemia de lesionados, —han caído cinco jugadores desde que empezó la temporada, sin contar la jubilación anticipada del eterno Marc Jackson, sostén del equipo bajo el aro— empezaron también las peleas por fichar.
Rafael Hettsheimeir, la cenicienta que llegó cedida por el Cai de Zaragoza en LEB Oro para ser MVP en Santiago, partió de vuelta a tierras mañas. Y como sustituto suyo y también de Jackson, los añicos que quedan de la directiva lograron convencer a Jeremiah Massey, descartado por Ettore Messina para el Real Madrid a principios de curso, para que eche una mano hasta final de temporada.
El lunes, cuando Docobo compareció para anunciar la llegada del ala pívot que brilló en Salónica, aprovechó para destituir en directo ante cámaras y micrófonos y sin comunicárselo previamente al flamante director general. Caía Juane, porque había perdido su confianza, como esa misma mañana había caído, dimitido, Javier Laíño, su mano derecha y la persona llamada a pilotar la conversión del club en sociedad anónima cuando llegase el verano.
Y si en las próximas horas no les sigue el director deportivo, Alberto Blanco, es porque la exigua tesorería no está ya para más finiquitos. El entrenador, Curro Segura, también pende de un hilo mientras algunas voces desde los despachos apuestan ya por su segundo, Chus Lázaro.
Ayer, dos días después de su fulminante destitución, fue el propio Juane el que ofreció explicaciones. Compareció ante la prensa en un hotel, dado que la directiva no le permitió despedirse en el club, ni siquiera quiso enviar la convocatoria de prensa, para confesar que apenas se hablaba ya con el presidente y el resto de la vieja guardia. De paso, pidió apoyo al público para unos dirigentes, los que se quedan al frente, a quienes ve "muy desorientados".
Como ejemplo citó una anécdota: nada más aterrizar en Santiago, preguntó por la experiencia de los que estaban y Docobo le contó que habían organizado un partido contra los veteranos del Real Madrid y un par de campeonatos de juveniles. "Yo le dije entonces, tenéis un Fórmula 1, podéis estrellarlo en la segunda curva o dejarme a mí, que me comprometo a llevarlo". Después de seis meses la directiva le ha quitado el volante. Para explicarlo, Juane contó —entre otras pequeñeces— que discutía con Docobo hasta qué noticias colgaba el club en Internet, quién bajaba al parqué a entregar las placas en los homenajes e incluso cómo organizar los desplazamientos. El ex jugador que rigió el día a día del equipo desde septiembre se marcha "orgulloso" de haber encarrilado los objetivos que él mismo se marcó en verano: respetar el presupuesto y salvar la categoría.
Advirtió que el Obradoiro —el nombre comercial todavía no se ha impuesto en Santiago— "es un sentimiento" del que nadie se puede apropiar. También pidió perdón "por las formas", sus constantes discusiones subidas de tono, pero se mostró tajante y dijo que nunca soportaría esas "injerencias intolerables". Deslizó cierto optimismo sobre el futuro de la entidad, que esta misma semana debía empezar los trámites para convertirse en sociedad anónima. Y restó importancia a su marcha porque prefiere que la gestión "siga un criterio, aunque sea erróneo, que dos divergentes".
Entretanto, los jugadores, la verdadera piña de la institución, imploran hablar sólo del próximo partido. La animosa afición que regresó a las gradas dos décadas después con sus mismos cánticos como si nada hubiera cambiado, exige en los foros de Internet una paz duradera. Santiago sabe que peligran otros 20 años de años de baloncesto.
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