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FÚTBOL

El penúltimo regate de Onésimo

El delantero ficha por el Burgos tras no encontrar equipo en Primera y Segunda

De regateador a regateado. Onésimo Sánchez, aquel futbolista de quien Valdano dijo que "no sólo divierte, sino que gana partidos", ha sido víctima de su arma favorita: el regate. Durante varios meses llamó a muchas puertas en busca de algún equipo que le cobijara. Sin éxito. Todos le regatearon demasiado. Lo buscó en Primera y en Segunda y acabó aterrizando en el Burgos, de SegundaB, el único club que se ha atrevido a hacer un hueco a quien durante muchos años sembró España de regates imposibles. Se prevé que debute la próxima jornada.Deprisa, deprisa, así ha vivido siempre Onésimo, protagonista único de una trayectoria plagada de momentos de vértigo. Despuntó tan joven en su tierra, en el Valladolid con 18 años, que hoy parece uno de esos futbolistas de los de toda la vida, que se asoma a la SegundaB para estirar en lo posible su carrera. Pero Onésimo sólo suma 30 años, una edad que tiene poco de prohibitiva para el fútbol, siempre y cuando uno se haya cuidado. Y él jura que así lo ha hecho, que sus días locos murieron hace tiempo.

Onésimo se ha hartado de tropezarse con puertas cerradas. Cuesta encontrar razones para tanto no, para tanto quiebro contra el rey del quiebro. Quizá pedía demasiado, lo que él niega. Tal vez los 12 años que lleva como profesional han sido pocos para arrancarse cierta fama de polémico, lo que también niega. Quizá sea, en fin, que el fútbol se ha vuelto tan academicista que no admite ni un gramo de anarquía.

Y para fútbol anárquico, el de Onésimo. Acababa de subir al primer equipo del Valladolid y ya se atrevía a decir que nunca cambiaría de estilo, que tampoco lo hicieron Amancio y Garrincha. De niño jugaba de portero, quizá porque era el más gordito de la pandilla. Hasta que un día salió con la pelota cosida al pie y nadie se la pudo quitar, lo que le sirvió, además de para no volver a la portería, para convertirse en el jefe de la pandilla. Fue tres veces internacional en la sub-21, pero de ahí no pasó su relación con la selección, algo que nunca entendió: "Tengo condiciones de sobra para llegar a ella", declaró en alguna ocasión.

Con 20 años fichó por el Cádiz, donde estuvo una temporada. No duró más porque así lo quiso Johan Cruyff, que se lo llevó al Barça. Pero Onésimo arrastraba cierta fama de juerguista que tardaría en abandonarle. En Cádiz le quitaron aquello del "rey del regate" y le rebautizaron como "el rey de copas".

Todo cambió en Barcelona. No deportivamente, pero sí a nivel personal. Se casó y tuvo un hijo. Pero no había nacido todavía el Dream Team y Onésimo se encontró en un club inundado de tempestades. En toda la Liga no jugó más que dos partidos. Emigró de Bareclona, "allí pintaba más bien poco" dijo después, y regresó a casa, a Valladolid, donde permaneció tres temporadas, con descenso a Segunda incluido. Ascendió de nuevo y el Rayo se acordó de él.

Vallecas disfrutó tres años con aquel tipo de 1,73 de altura y pelo ensortijado, al que la peña rayista Los Petas bautizó como "El Chincheta". En el Rayo vivió uno de los momentos más felices de su carrera, cuando un golazo suyo frente al Mallorca, en el partido decisivo de la promoción, permitió que el conjunto de la barriada madrileña se quedara en Primera. Los días de rosas en el Rayo terminaron para Onésimo a finales del pasado mes de junio. El cuerpo técnico del club optó por prescindir de él, sin respetar el hecho de que tuviera contrato en vigor. Onésimo se sintió maltratado, pero ni siquiera protestó. Cobró su ficha y se largó convencido de que no le faltarían pretendientes.

No encontró más que uno: el Xerez. Pero él se negaba a ir a un SegundaB. Pasó el tiempo y Onésimo comenzó a coleccionar negativas. Se cerró el plazo de inscripción y esperó - entrenándose diariamente por su cuenta- a que en diciembre volviera a abririse el mercado. Entonces se pensó mejor las cosas y aceptó la única oferta que llegó a su mesa, la del Burgos, un SegundaB al que el rey del regate no quiso regatear, quizá por aquello de que el orgullo no llega a fin de mes.

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