El Madrid se da una noche de gloria
El equipo de Valdano le devuelve al de Cruyff el 5-0 del Camp Nou
Hasta el quinto, el Madrid no descansó. Había una cuenta pendiente y todas esas cuestiones que alimentan la llama del gran clásico del fútbol. El Madrid intuía que había llegado su hora, el momento de arrebatar al Barca la bandera del juego, perdida hace cuatro años ante la clase irresistible del equipo de Cruyff. El momento llegó una fría noche de enero, una fecha que quedará grabada en la memoria del madridismo. El día de aquel 5-0 al Barça. Así comenzarán los relatos tiempo después, cuando el recuerdo anime a la desmesura y el partido se deposite en el archivo de tesoros del Madrid. La victoria tiene la virtud de cerrar una época de frustración y desánimo. Cualquiera que sea el próximo futuro del equipo, el Madrid ha logrado espantar sus demonios y abrir el camino a todos los valores que convierten el fútbol en un asunto incomparable: el talento, la clase, la habilidad, el ingenio, el gusto por los detalles, el deseo y la ambición. En este instante, el triunfo es de los jugadores y también de Valdano, el hombre que se decidió a cambiar el curso de un equipo que se había vuelto tristón, pequeño, de vuelo corto. Sin atender a los escépticos y a los críticos que mueren de impaciencia, Valdano cumplió ayer uno de sus sueños: convocar al madridismo para una victoria memorable sobre su rival histórico. En el ambiente estaba la posibilidad de una gran noche del Madrid. Todas esas sensaciones habían pesado en las últimas semanas. La hinchada había depositado toda su esperanza en un equipo revitalizado, armado con jugadores magníficos y con la convicción en el estilo. El Madrid se presentaba como un equipo identificable en todos sus puntos. Tiene un perfil muy diáfano: tiene orden, calidad y contundencia. Esas han sido las armas del último gran Barcelona, aunque el orden nunca ha sido uno de sus patrimonios. Pero ahora el Barca es un equipo difuso, que trata de buscar una identidad, que vive del peso de la historia, pero que encuentra dificultades para ofrecer un juego reconocible. De alguna manera sufre las carencias que tuvo el Madrid en los últimos años. Por eso se vio un partido entre dos trenes que se cruzaron en dirección contraria: uno iba camino de la gloria; el otro conducía al fracaso.
El Barça murió de inanición. No tuvo nada que ofrecer. El Madrid le tiró el fútbol a la cara y le ganó en todos los aspectos. Tuvo que ser terrible para los azulgranas mirarse en el espejo que le propuso el Madrid. Se encontró con la peor de las derrotas porque se desplomó ante un equipo que le enseñó el mismo muestrario que había convertido al Barça en un conjunto admirable. El Madrid tomó la pelota en propiedad y decidió en todo momento el partido que le convenía: jugó de una manera incendiaría en los primeros minutos, aprovechó su orden defensivo a continuación y luego se tiró un baile. Y por detrás del gran montaje aparecieron los héroes que deja un partido de esta magnitud: Zamorano, por supuesto, con los tres goles y un juego fanático, incontrolable para los centrales, del Barça; Milla, un jugador para profesionales, capaz de hacer en silencio todas esas cosas que definen a los grandes centrocampistas -la precisión en el pase y en el corte, la perfecta lectura del juego, la dirección sencilla y eficaz-. Y claro, Laudrup. Era su noche. Se la había reclamado desde hace tiempo, desde el día que dejó el Barça ante la incomprensión de su entrenador. Laudrup gobernó en el partido con una intensidad desconocida. Hizo bien todas las cosas que sabe y algunas de las que abandona de vez en cuando. Esta vez interpretó perfectamente su papel de cuarto volante. Se metió en el juego para las cosas sencillas y se destapó cuando lo ordenó la situación. Había un aire de venganza en todo lo que hizo, incluso en ese balón que persiguió y cobró frente a Bakero en la jugada del tercer gol. Normalmente no se observa a Laudrup en ese trabajo destajista, pero éste era un partido diferente. Su partido.
El Barça tuvo siempre un aspecto enfermizo. Todo fue descolorido en su juego. Sin energía, con una organización bastante pobre, fue al sacrificio desde el primer minuto.
En realidad fue un partido muy evidente. Estaba escrito que el Madrid marcaría en el comienzo. Lo exigía su juego enérgico, lleno de vitalidad. Marcó entonces Zamorano. Y como la sensación de abandono del Barça era manifiesta, el segundo gol llegó en un saque lamentable de Busquets. Laudrup reclamaba su momento: lo tuvo en el tercer gol. El Barcelona no tenía nada para contestar: ni juego ni entereza. Stoitchkov se quitó del partido rápidamente con una patada a Quique y dejó a su equipo en un trance durísimo. Era el momento del baile madridista, la oportunidad de tirarle al Barça cuatro años de decepciones. Lo hizo hasta que alcanzó el quinto gol, esa cifra que el madridismo llegaba grabada en el alma desde el pasado año. No descansó el Madrid hasta lograrlo. Quería dar a su hinchada una noche para soñar, una noche que la afición no olvidará. Será el día del 5-0 al Barça. Así quedará para siempre.
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