Contra la sinceridad
He aquí una película que se plantea un desafío singular: empezar con un terremoto y rematar la jugada -ochenta y pocos minutos más tarde- con delicadeza de miniaturista. Dicho de otro modo: abrir con una ensordecedora explosión y cerrar con el más elocuente de los susurros. O bien: recibir a sus espectadores con la sonada transgresión de un tabú y premiar a quienes hayan resistido hasta el final con una perla de sabiduría humanista, capaz de iluminar y redefinir todo lo que ha venido antes. Los perros dormidos mienten es, por un lado, la comedia romántica con el punto de partida más estomagante y agresivo que un espectador medio pueda concebir. Y, por otro, un glorioso artefacto de ingeniería sutil. Bob Goldthwait, uno de los grandes talentos subterráneos de la comedia americana, ilustra una de las direcciones posibles del poshumor: reciclar las maneras de la comedia (en este caso, romántica) para otros usos, aunque sin excluir ni su eficacia hilarante ni las estrategias del desconcierto.
LOS PERROS DORMIDOS MIENTEN
Dirección: Bob Goldthwait.
Intérpretes: Melinda Page Hamilton, Bryce Johnson, Geoffrey Pierson, Colby French.
Género: Comedia. Estados Unidos, 2006.
Duración: 87 minutos.
Un poderoso elogio sobre el poder redentor de la mentira
Puede pensar el espectador español que el estado de gracia de Los perros dormidos mienten es fruto de la casualidad o algo llovido del cielo. No es así: Goldthwait -talento heterodoxo del circuito stand-up, hijo espiritual de Andy Kaufman, actor y realizador televisivo- firmó en 1991 su ópera prima como director, Shakes the Clown -estrenada en nuestro país directamente en vídeo-, que la crítica alternativa de la revista Film Threat consideró en su momento como "la mejor película de payasos borrachos de la historia" y que ya revelaba una sensibilidad cómica áspera, esquinada y empeñada en volatilizar categorías. Windy City Heat (2003), su segundo largometraje -realizado para la cadena televisiva Comedy Central-, adoptaba la complicada forma de una metacomedia: aparatosa broma a cuenta del aspirante a actor Perry Caravello, Windy City Heat documentaba el falso rodaje de la falsa película concebida para lanzarle a un envenenado estrellato. Caravello se convertía, así, en humillado protagonista de un trabajo diseñado únicamente para tomarle el pelo y Goldthwait reivindicaba el potencial del formato reality en otra variante tentativa del poshumor: la comedia de la crueldad... verité.
Los perros dormidos mienten -que puede ser un inesperado hallazgo para el público español- tiene, pues, el peso de la obra madura que consolida un discurso de autor -en este caso, también francotirador-. Desvelar su punto de partida no supone arruinar la fiesta: la película de Goldthwait muestra pronto sus cartas más arteras, con esa irresistible escena de contoneos caninos a los sones de Charles Trenet que prepara el camino para el desliz zoofílico. En su primer nivel de lectura, Los perros dormidos mienten es, sencillamente, esto: una comedia romántica de piel convencional, con la particularidad de que su protagonista femenina le suministró (una vez) una gratificación oral a su perro. Se podría contemplar la película sin diálogos y pensar que se trata de una pieza del montón. Lo interesante está debajo: un poderoso elogio sobre el poder redentor de la mentira y el potencial demoledor y autodestructivo de la sinceridad.
Babelia
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