Una relación provechosa
Coguionista de Érick Zonca en sus dos espléndidos trabajos, La vida soñada de los ángeles y El pequeño ladrón, la francesa Virginie Wagon afronta con El secreto su llegada a la dirección, ayudada, nobleza obliga, por su colega Zonca, que le devuelve el favor apareciendo en los créditos no sólo como coguionista, sino como 'colaborador artístico'. Poco importa qué hizo cada uno en el filme; en todo caso, es la suya una relación artísticamente provechosa, de la que se beneficia un filme que, como los de Zonca, bucea en lo cotidiano a través de recursos propios del realismo más transparente: una cámara que indaga entre los personajes, que no los categoriza moralmente, que se muestra atenta a los más leves matices de sus expresiones. Pero que presenta el plus de un discurso hecho desde una mirada tan inteligente como netamente femenina.
Así, El secreto, título paradójico por cuanto no lo hay para el espectador -la narración siempre juega con las cartas boca arriba: el título se refiere a lo que la protagonista no dice a su pareja, en todo caso-, se despliega como un trozo palpitante de vida, como un fragmento de tres existencias cogidas al azar para mostrar de qué manera una mujer, mediada la treintena, se plantea su futuro, el declive de su belleza, la resignación frente a las trampas cotidianas con que suele (mal) sorprendernos la vida.
Más allá de la comentada 'colaboración' de Zonca, lo cierto es que Wagon se apunta limpiamente el tanto al lograr, en primer lugar, un discurso conciso sobre la irrupción del deseo, hasta el punto de que salta por encima del previsible discurso a que toda relación triangular se inclina, para hacer de su protagonista, sin moralinas, un ser complejo y comprensible en sus renuncias y en su forma de afrontar el resultado de sus actos. Y, en segundo lugar, por saber llevar con buen pulso una narración prístina y medida que, lentamente, casi sin proponérselo, se convierte en un contenido, emocionante retrato de mujer con fantasmas.
Babelia
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