Del papel a la pantalla
A veces el juicio de las películas queda determinado no por su secuencia cumbre o por el engranaje general de su historia sino por ese momento aparentemente intrascendente que acaba por encender la luz roja de alarma del crítico. En No controles, segunda película del exitoso cortometrajista Borja Cobeaga tras la un tanto sobrevalorada por una parte de la crítica Pagafantas, ese instante se produce casi en el desenlace, en una escena donde su protagonista, un joven enamorado con tendencia a la torpeza cobarde en su expresión sentimental, habla con su padre en un aeropuerto. Un puñado de innecesarios planos, torpemente montados tras una puesta en escena deplorable, ilustran la conversación, que no es que acabe con la credibilidad del trabajo previo, es que simplemente dan una idea de lo que ha podido ocurrir a lo largo de todo el metraje anterior para que pocas cosas encajen; una idea de lo difícil que es a veces trasladar a la pantalla lo que en los folios previos puede ser un guión de screwball comedy (comedia loca) clásica con ciertas posibilidades si se aplica bien el tempo, si la velocidad de los diálogos es la justa, si va acompañada de un ritmo y de una imagen puramente cinematográficos y no la de un olvidable programa de humor de la tele, si el movimiento en el interior del plano es constante cuando ello es necesario (Berlanga, para siempre en la memoria).
NO CONTROLES
Dirección: Borja Cobeaga. Intérpretes: Unax Ugalde, Alexandra Jiménez, Julián López, Secun de la Rosa. Género: comedia. España, 2010. Duración: 90 minutos
Pero las esperanzas que pueden otorgar lo que el guionista Cobeaga ha compuesto en el ordenador quedan arruinadas por lo que el director Cobeaga termina tejiendo con la cámara. Solo hay que fijarse en los variados momentos ambientados en la fiesta de Fin de Año en el hostal de carretera: muchos personajes, mucho barullo, mucha jarana aparentes... y la imagen de un sketch de programa de televisión semanal fabricado a toda prisa, con poco gusto y no demasiados medios. Algo que ya ocurría en el encuentro inicial de Pagafantas, con la pareja romántica conociéndose tras la salida de uno de ellos de un contenedor de basura: una escena de excelente premisa clásica, estropeada por una equivocada planificación (¡y una luz!: ¿por qué demonios son tan feas las fotografías de ambas películas?).
Así, aunque haya un personaje de ética y estética muy reconocible, capaz de llevarse buena parte de la función desde su puesto de secundario (el Juancarlitros interpretado por Julián López), la visualización de las situaciones, de todos modos escritas con una gracia irregular, casi nunca acaba de funcionar, y quizá solo se acabe recordando un gag de auténtica carcajada: el del ladrillo, un chiste visual en una película básicamente verbal.
De modo que No controles viene a ser la demostración de que poner la cámara en cualquier sitio y luego pegar los planos no es filmar una screwball comedy, por muy bien escrita que pueda estar (que tampoco es el caso).
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