Las familias de Vinterberg
Con apenas 42 años, el danés Thomas Vinterberg tiene una de las carreras más inclasificables del cine reciente. Primero, por los juegos de azar de la distribución española: ni su primera obra, The biggest heroes (1996), ni It's all about love (2003), ciencia ficción apocalíptica con grandes estrellas estadounidenses, se estrenaron aquí, y ahora nos llega Cuando un hombre vuelve a casa, ¡de 2007!, tras exhibirse el pasado año Submarino (2010), filmada posteriormente. Segundo, porque Vinterberg, inventor junto a Lars von Trier del movimiento Dogma 95, renegó pronto de aquel ideario basado en el voto de castidad formal. Y tercero, porque en nada se parecen, por ejemplo, Celebración (1998), su gran obra dogmática, y Querida Wendy, interesantísimo wéstern moral alrededor de Estados Unidos como metáfora, escrito por el propio Von Trier.
CUANDO UN HOMBRE VUELVE A CASA
Dirección: Thomas Vinterberg. Intérpretes: Thomas Bo Larsen, Oliver Moller Knauer.
Género: comedia. Dinamarca, 2007.
Duración: 100 minutos.
Un hombre vuelve a casa parece ser el intento de regreso al punto de salida de la carrera de Vinterberg: olvidar la trascendencia (y la pedantería) de los experimentos posdogma, para abrazar de nuevo la sencillez expositiva que le llevó a firmar, de puño y letra, aquellos mandamientos formales. Sin embargo, y a pesar de ciertas semejanzas con Celebración (escenario casi único, arco temporal limitado, humor negro, brutal análisis de las relaciones familiares), la película posee una extravagante pomposidad por momentos difícilmente soportable. Así, mientras el núcleo del relato se asienta en un andamiaje cercano al vacuo folletín y su vis cómica es, como mínimo, discutible, el recubrimiento formal es de una gran solemnidad, lo que unido a ese ritmo nervioso procedente del Dogma con la cámara al hombro, acaba constituyendo un producto que nunca encuentra la síntesis entre fondo y forma.
El de Vinterberg es un resbalón que, de todos modos, y volvemos al orden cronológico de su filmografía, se vio superado tres años después por otro regreso al origen, este sí implacable en su razonamiento ético y en su construcción formal: Submarino, su hasta ahora último trabajo. Y lo más llamativo de que tengamos la oportunidad de ver su penúltima película justo después de la última es comprobar que ambas hablan de lo mismo, del gran tema de su filmografía, aunque en tonos radicalmente opuestos: la familia como catalizador para (des)integrar al individuo y convertirlo en, según las circunstancias, alma cándida o piltrafa humana.
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