Los disfraces de la traición
Existen territorios imaginarios que nos resultan más familiares que nuestro propio barrio. Si te gusta leer, por supuesto. El condado de Yoknapatawpha, que inventó con aroma infinito William Faulkner. Esa Santa María trágica y nihilista, que creó Onetti. O el Circus, sede central del espionaje británico, nombre creado por un novelista inmenso que utilizó el seudónimo de John Le Carré, alguien que escribió mejor que nadie sobre la Guerra Fría y que aunque después siguiera creando una obra muy interesante, nos dejó a sus enamorados lectores con monazo permanente para el resto de nuestra existencia cuando decidió que la batalla entre George Smiley y Karla había terminado.
Debido al conocimiento y la pasión de tantos fanáticos con causa hacia el universo de Smiley, siempre vamos a observar las sucesivas adaptaciones de ese mundo al cine y a la televisión como si fueran algo nuestro. Alec Guinness y James Mason, dos actores grandiosos, se introdujeron con convicción en la gastada piel, el poderoso cerebro y el torturado corazón de Smiley. Y, lógicamente, nos pusimos muy nerviosos al enterarnos que un profesional del numerito como Gary Oldman iba a interpretarle. Pero el proyecto era esperanzador por otra parte. Oldman iba estar rodeado por casi todos los pura sangre del cine inglés (John Hurt, Colin Firth y Toby Jones, entre otros) y El topo iba a ser dirigida por Tomas Alfredson, el retratista de aquella inolvidable, perturbadora y compadecible niña vampira en Déjame entrar.
EL TOPO
Dirección: Tomas Alfredson. Intérpretes: Gary Oldman, John Hurt, Mark Strong, Colin Firth, Tom Hardy, Ciarán Hinds, Toby Jones. Género: thriller. Reino Unido, 2011. Duración: 127 minutos.
Despejadas ya las dudas y los prejuicios. Es una película excelente, densa, compleja, sutil, con clima, con una ambientación, unos diálogos y unos personajes que huelen por todas partes a autenticidad, a la geografía física y emocional que imaginamos al leer la saga del Circus.
Alfredson se las ingenia para mostrar las esencias de una intriga tan complicada como turbia, utiliza con sentido y claridad algo tan peligroso como los flashbacks, llena de bruma y tortura el paisaje y el alma de los retorcidos personajes, prefiere la sugerencia a la machaconería, dibuja sensaciones intensas con gestos y detalles sobrios, describe con precisión una galería muy amplia de personajes (sentiremos el peso psicológico del maquiavélico Karla y de la infiel Ann, pero nunca veremos su rostro), utiliza muy bien la extraordinaria música que ha compuesto Alberto Iglesias (Alfredson tiene la osadía de cerrar con Julio Iglesias cantando La mer) y dirige con mimo a secundarios de lujo.
El penetrante Smiley, ese hombre introvertido y taciturno que nada sin quitarse las gafas en un lago invernal, que espanta con un leve gesto a la avispa que se ha introducido en su coche, al que solo los tormentos del amor pueden distraer su lucidez, que juega un ajedrez mental a muerte con Karla, está admirablemente comprendido e intepretado por un Gary Oldman que no mueve un músculo de la cara ni altera su voz, que compone a su inteligente y triste antihéroe desde fuera y desde dentro. He visto varias veces este retrato de la traición y de la impostura, de la sordidez del espionaje, de la supervivencia mental cuando se ha conocido el infierno. Me siguen acompañando sus imágenes y su atmósfera. No puedo ni quiero olvidarlo.
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