Muerte (creativa) en Venecia

La gran industria de Hollywood no suele dar demasiados argumentos a quien pretenda cuestionar la idea de que aquello que antes se llamaba, con un punto de romanticismo, "fábrica de sueños" hoy adopta la forma, obscenamente prosaica, de conjunto de corporaciones entregadas a la gestión comercial de productos (de evasión). De vez en cuando, una película como The Tourist revela que, en este descorazonador contexto presente, algunas dinámicas de producción recuerdan a los de esa irrecuperable edad dorada. Y, a su modo, vienen a demostrar que esa fábrica de sueños era, de hecho, una prefiguración de este conjunto de corporaciones entregadas a etcétera...

The Tourist es una película que parte de una descarada confianza en la inmutabilidad de las leyes del star-system: es un producto confeccionado a la medida de su estrella -como este año lo fue otra producción Sony: Come, reza, ama, diseño perfectamente ajustado al autoconsciente encanto de Julia Roberts-, al que no le preocupa que la tela sea puro vacío. Angelina Jolie es, aquí, el único discurso, reforzado por un Johnny Depp cuya condición de pareja improbable da pie al giro final más idiota que ha acuñado el cine norteamericano de la temporada.

Lo singular de The Tourist es que parece rendir tributo a otra seña de identidad del viejo Hollywood: la abducción de talentos europeos para su despersonalización. Algo que, sin duda, los viejos maestros supieron neutralizar mejor que Florian Henckel von Donnesmarck, que no solo renuncia a las sutilezas de La vida de los otros (2006), sino que se corresponsabiliza de la escritura del guión de este innecesario remake de El secreto de Anthony Zimmer (2005) de Jérôme Salle, película protagonizada por Sophie Marceau e Yvan Attal que, curiosamente, se miraba en modelos americanos para trenzar su cóctel screwball con ecos aguados de thriller lúdico-sofisticado.