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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Matar al profe

Javier Ocaña

"He matado a mi profe de mates... He matado a un tuno... He matado a mi vecina... He matado a una cajera del Champion". La promoción de No digas nada, debut de Felipe Jiménez Luna, no deja lugar a dudas: incorrección política, atrevimiento y espíritu descacharrado destinado a un público concreto, el de sus propios protagonistas, alumnos de la ESO. Eso sí, buena promoción, nulos resultados. No digas nada pretende dar la vuelta a las matanzas de instituto tratando a la muerte como un simple juego. Sin embargo, ni la puesta en escena ni un guión en el que todo cabe, desde la ausencia de planteamiento moral hasta el más rancio de los chistes, ayudan a que la película adquiera la condición que ambiciona: un producto con el que tocar la fibra salvaje de la adolescencia. Jiménez Luna, al que le ha costado incorporarse al largo tras un corto visionario (Te lo mereces, de 1999, antecedente de El show de Truman), se muestra influido por el estilo de Guy Ritchie, pero para planificar y montar con el ritmo del director de Snatch hace falta mucho más que ilusión.

NO DIGAS NADA

Dirección: Felipe Jiménez Luna.

Intérpretes: Elio González, Claudia Molina, Santi Rodríguez, Jimmy Barnatán.

Género: comedia. España, 2007.

Duración: 90 minutos.

Hasta el más indómito de los productos de revancha del alumnado con el universo que les oprime contiene, a lo largo de su metraje, una caída más o menos visible en el remordimiento de uno o varios personajes, con el que mostrar que su comportamiento se aleja de la norma y de la ética. Empezando por la magnífica Escuela de jóvenes asesinos (Michael Lehmann, 1989, en el que se mataba a las niñas pijas) y terminando por Secuestrando a la señorita Tingle (Kevin Williamson, 1999), que lamentablemente llevó a un descerebrado adolescente alemán a la imitación en la vida real. Las criaturas de No digas nada, en cambio, nunca se desploman en el desasosiego moral. Un atrevimiento que podría hacer destacable a la película, si no fuera porque su virtud se convierte en su tumba: para que una apuesta tan inmoral sea perdonable, el producto debe ser muy eficaz. Y No digas nada no tiene la más mínima gracia.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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