Impostura lírica, puro Medem
Observando el desenlace de la indescriptible Caótica Ana, con la libertaria criatura ibicenca defecando en el careto de un señor de la guerra que esperaba otro tipo de placeres sexuales de su enigmática seductora, deducías que a partir de esa escatología revolucionaria todo era posible en el poético universo (así lo definen sus abducidos fans) de Julio Medem. En consecuencia, no resultaba insólito que su siguiente argumento se desarrollara íntegramente en la habitación de un hotel romano describiendo la noche de sexo, pero también de risas, lágrimas, recuerdos, juegos, invenciones e incluso amor entre dos mujeres que acaban de conocerse. Un espíritu prosaico pensaría que ya había sido testigo de situación tan lúdica en el cine porno, que el cebo de dos cuerpos desnudos transmitiéndose sudores erógenos y compartiendo orgasmos sólo da para un ratito en la alborotada sensualidad de los mirones. Sin embargo, esa temática de deseo sáfico puede mantener su intensidad durante dos horas y estar impregnada de espiritualidad si el creador es un juglar atormentado como Julio Medem, alguien empeñado en que le identifiquemos como artista en cada plano, diálogo, mirada, movimiento de cámara, reflexión cultural, detalle pictórico, autoconfesión ("El artista debe ser consciente en cada momento de su representación", susurra una de las intelectuales amantes, también experta en el Renacimiento y en el ágora), símbolo, alegoría, inflexión de la voz, etcétera. No sólo de masturbaciones, recíproco sexo oral, duchas libidinosas, y demás goces corporales se alimentan la lesbiana vocacional y la heterosexual confusa que descubren la fugaz plenitud durante la última noche de la primavera, sino también de fantasías y de fábulas, de confesiones desgarradoras e incestuosos recuerdos familiares, de medias verdades y mentiras sinceras, de un camarero humanista y castizo que se resigna a que las sofisticadas huéspedes no acepten un trío sexual y a servir el desayuno viendo el amanecer (una de las damas se llama Alba, ¿lo pillan?), al temblor ante la separación y los desmayos que provoca el amor verdadero. O sea: que de porno nada, eso es para los mercaderes, no para un profundo analista del corazón, la incertidumbre el miedo y el deseo.
HABITACIÓN EN ROMA
Dirección: Julio Medem.
Intérpretes: Elena Anaya, Natasha Yarovenko, Enrico Lo Verso, Najwa Nimri.
Género: drama. España, 2010.
Duración: 109 minutos.
Admitiendo que la actriz Natasha Yavorenko posee una anatomía muy sugerente ("Tu piel es como la estepa rusa", susurra la palentina) y que casi siempre me fascina ver y oír a Elena Anaya en una pantalla, no puedo evitar el frecuente bostezo ante esta historia pretendidamente abrasiva y lírica. Tampoco la risa en situaciones trágicas, que evidencian el higiénico desprecio hacia el ridículo de Medem. La secuencia de Elena Anaya padeciendo sangrante en la bañera las imaginarias flechitas del Cupido del cuadro alcanza un nivel tan grotesco como la venganza estomacal de la caótica Ana.
Y la sedosa voz de Russian Red nos recuerda todo el rato el amor entre extraños. Y cómo mola la luz de Álex Catalán. Y qué buen gusto en el diseño. Y cuánta profesionalidad y ausencia de temor hacia los resfriados de dos actrices que han expuesto continuamente sus desnudos cuerpos ante la cámara (el exhibicionismo tiene sus límites) en un rodaje que imagino problemático. A cambio, Medem les habrá ayudado a liberar sus mentes en el convencimiento de que estaban pariendo una obra de arte. Sin sombra de impostura ni de cursilería sentimental. Juro que su película no es convencional. Es peor que eso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.