Fuga del paraíso
"A su manera elegante y civilizada, [Pangbourne Village era] una escena del crimen esperando a que se cometiera el asesinato", escribía J. G. Ballard en Furia feroz, la novela que abrió en la carrera del escritor un último ciclo narrativo centrado en la naturaleza claustrofóbica y medularmente perversa de las llamadas gate communities, comunidades residenciales cerradas (y, por lo general, videovigiladas) que funcionan como placebo en un presente que ha desestimado cualquier otro camino para la utopía.
En Las viudas de los jueves, el lujoso entorno residencial que acoge la trama se presenta, directamente, como una escena del crimen que ya ha encontrado sus correspondientes asesinatos: en concreto, tres cadáveres bajo el agua, como ecos de un Joe Gillis -el William Holden del clásico de Billy Wilder de 1950- que ya no está ahí para detallar el crepúsculo de los dioses, sino el particular apocalipsis de lo que Buñuel y Carrière llamaron el discreto encanto de la burguesía. Podría argumentarse que Las viudas de los jueves es, también, El ángel exterminador por otros medios. O la película que demuestra que el problema planteado en La cinta blanca -filme que culmina con la violenta expulsión de los excluidos en un edén perverso- no tiene por qué ser conjugado, necesariamente, en pretérito.
LAS VIUDAS DE LOS JUEVES
Dirección: Marcelo Piñeyro. Intérpretes: Leonardo Sbaraglia, Pablo Echarri, Ernesto Alterio, Juan Diego Botto, Gloria Carrá.
Género: drama. Argentina, 2009.
Duración: 122 minutos.
Adaptación de la novela homónima de Cecilia Piñeiro, Las viudas de los jueves desvela el entramado subterráneo de un infierno acorazado y sólo comete la ligereza de poner sus cartas demasiado a la vista: es sólida, está bien contada, su reparto no recurre a la sobreactuación ni a la histeria, y su relato, si bien enmarcado en la Argentina del corralito, coloca un inclemente espejo sobre el aquí y el ahora. Así deja claro que el cargamento de culpa que gestionan algunos de sus personajes no es nada que resulte ajeno a cualquiera de los potenciales espectadores de esta incómoda película.
Babelia
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